Llegó la hora de volver a los caminos




Madrid – Ayamonte, 10 de febrero de 2019


¿Aburrido, extrañado, muy lejos de ese hábitat en el que llevo viviendo medio año sin que nada ni nadie lo turbe, las tareas de casa, los libros, las rutinas diarias? Me siento como un pato fuera del agua en este ambiente ruidoso de la Estación Sur de autobuses. La verdad es que arranqué casi a regañadientes para esta nueva gira invernal. Dejar la suave indolencia con que leía días atrás a Clarice Lispector, Agua viva, literatura que más valdría situarla en el ámbito de la música, un libro que se va escribiendo sin más al ritmo de lo que pasa por la cabeza a la autora, que ni siquiera respeta cierta estructura que se aplica a la música; dejar mis mañanas de cortar leña, el impulso del hacha, ese arma mortífera capaz de terminar con la vida de alguien a su solo tajo, capaz de abrir un grueso tronco con su rasgar de vida cuando cae como un ciclón sobre su objetivo; dejar el largo crepúsculo frente a mí cabaña con la sierra de Gredos y el Almanzor cerrando un horizonte de tiza, gris, dispuesto a ser invitado a sumirse en la noche, esperando la oscuridad tendiéndose frente a mi ventana como una premonición, la oscuridad ciñiéndose a mi alrededor entre las ramas desnudas de los árboles de la parcela; dejar la tibieza de las mañanas cuando fuera el viento y el frío invitan a permanecer bajo el edredón, quizás a la espera de que un cuerpo bonito despierte mi adormecida libido. Son tantas las cosas que entretienen mis días de invierno en mi cabaña o en la parcela que entiendo perfectamente que demore de continuo mi partida. Este tiempo en que el que el espacio y las horas parecen dejar de existir para convertir la longitud del día en pura contemplación donde de tanto en tanto suena una música, unos versos o se suceden las secuencias de una película, se va pareciendo poco a poco a esa balsa de aceite que imagino, tiempo y espacio detenidos, absorto acaso en el fluir de la sangre y el trabajo de mis pulmones… sí, poco más, acompañado de la memoria y de las sensaciones que la brisa trae como una caricia sobre mi ánimo.

Me digo que es necesario airear el alma con otras cosas. Pero me lo digo a la manera racional en que un padre alecciona a su hijo en las cosas de la vida. Uno a estas alturas no sabe nunca qué es lo que debe hacer en el instante siguiente; en eso debe de consistir la libertad, en poder elegir y acaso en tener delante la posibilidad de equivocarse. ¿Me estaré equivocando marchándome, en esta época de evocaciones de chimenea y de cálida estancia en el hogar, a correr caminos lejos casa?

Es lo mismo, el hecho es que mañana cuando amanezca ya estaré caminando en la oscuridad junto a las orillas del río Guadiana, en el Algarve. A ver qué pasa, a ver en qué consiste eso de caminar en invierno pernoctando en la tienda de campaña. Una novedad que espero pueda regalarme nuevas sensaciones, que en definitiva es de lo que se trata. Sensaciones. El pasado año caminé cerca de un mes por tierras portuguesas y mi contacto con su literatura, su cine, sus gentes fueron motivo para muchos momentos de gozo. La compañía de Pessoa y Saramago especialmente.


No llevo programa alguno que no sea caminar el GR15 portugués desde la desembocadura del Guadiana para recorrer después la Vía Algarviana, que termina en el cabo San Vicente. Espero que el camino me traiga la inspiración y que el olor de la tierra y las largas noches en la tienda me regalen alguna clase de placer. Mis rutinas diarias, que incorporé hace ya casi un trimestre a mi vida diaria, ratos de baile, yoga, pilates, largos momentos de pura contemplación, son asuntos que querría incorporar a mi jornada de caminante. Por muy esotérico y chusco que ello parezca, la cosa me funciona bien a diario, así que no será de extrañar que muchas mañanas, mucho antes de ese las del alba serían, algún búho me sorprenda en mitad de un cerro bailando al ritmo de algún aire caribeño después de recoger en la oscuridad mi tienda llena de rocío; o encontrarme a media mañana sumido en larga meditación en mitad de un bosque. Desde que le hago la guerra al tiempo he aprendido tanto que yo mismo me sorprendo cuando observo que mis deseos de llegar a no sé dónde se van desvaneciendo poco a poco sustituidos por la sensación de estar viviendo simultáneamente en tiempos muy dispares del pasado donde la conciencia del presente se funde con ellos en un espacio que a la vez es múltiple y simultáneo. Todavía no he vencido el sentido del ridículo de abrazarme a los árboles y susurrarles pensamientos al oído, pero todo se andará. Sentir que estás aprendiendo mucho mucho después de los setenta es un buen augurio para lo años que quedan por venir.

Como me temo que mis reflexiones en este diario de los caminos se van a hacer más y más intimistas y desordenadas creo que en algún momento me olvidaré de compartir estas líneas en FB. Tanto grupo y tanta historia me distraen más allá de mis deseos. Si alguna vez me pierdo quizás me podáis encontrar directamente en mi blog.

El autobús rueda ahora por la autovía de Andalucía. Casi todo el pasaje dormita a estas alturas. Jesús se llama el taxista que me espera a las seis de la mañana en la estación de autobuses de Ayamonte para llevarme a piel del camino, poco más allá del puente que cruza el Guadiana. Tenía voz  formal, espero que no me falle. Me hace ilusión comenzar esta nueva caminata desde el interior de la noche.




                                   albertodelamadrid.es


2 comentarios:

Cive Pérez dijo...

Enhorabuena, Alberto, por tu vuelta a los caminos y por estas líneas que escribes al comenzar la marcha, que son de lo mejor que te he leído, quizás por estar despejadas de referencias a la cotidianeidad.

Si dijera que envidio tus pasos mentiría, empiezo a no envidiar nada y aceptar la realidad. Yo estoy ahora mismo encadenado por la obligación de próximas consultas médicas para ver cómo evoluciona, mejor dicho se degrada, mi aparato respiratorio.

Salud y suerte

Alberto de la Madrid dijo...

Malos tiempos corren, instantes en que abocados estamos a volver a las cavernas por poco que nos acerquemos a las urnas, pero si además metemos a tu aparato respiratorio, jodidos vamos del todo. Esta mañana, mientras el día despertaba Alan Watts citaba a Chuang Tzu: «Aquellos que querrían un buen gobierno sin su correspondiente desorden, y el bien sin su correspondiente mal, no comprenden los principios del universo». Quizás esos principios del universo se parezcan a ese aceptar la realidad de la que hablas. Paciencia e intentar no perder el humor. Un abrazo.