Vender el alma al diablo

 


Moixent, 14 de marzo de 2019

Camino de Santiago de Levante. Etapa Canals-Moixent.

Hoy comparto habitación con Brigitte y Gabriel, los compañeros peregrinos que serán, probablemente, durante algunas semanas intermitentes amigos de los caminos. Hoy me los encontré al sol de un parque cambiándose de indumentaria a la hora en que empezaba a hacer calor. Así es aquí estos días, invierno moderado a primera hora y día de verano a eso del mediodía. La pasada noche hemos pernoctado en pueblos diferentes, ellos madrugaron, yo salí con el sol muy alto pensando en una jornada no muy larga y en reparar el cansancio de ayer, pero al final, caminando todos por la misma senda terminamos y terminaremos por coincidir tarde o temprano. Él, menudo y espigado, sobre todo tiene cara de buena persona, bromista, apasionado, habla con los ojos muy abiertos como para hacer más comprensibles sus palabras en francés que yo trato de rescatar de mi lejano repertorio del bachillerato. Para comunicarnos usamos tres idiomas casi a la vez, el castellano, el francés o el inglés. Es divertido este juego cuando la gramática de una lengua necesita de una palabra que no conoces y usas entonces un salpicado de aquí o allá en función de las disponibilidades de tu memoria. Brigitte, de cabello entrecano y mirada risueña, pertenece también al mundo de los apasionados a quienes las pequeñas cosas del camino hacen chispear los ojos. Son de las parejas que han hecho ya tropecientos Caminos de Santiago y que aman pasar largos periodos de sus vidas en contacto con el aire de los caminos. Hoy nos encontramos de nuevo al final de la jornada en la policía Local de Moixent.


Hace dos noches, en Algemesí, cuando me levanté a las cinco de la mañana, me sorprendió verlos durmiendo a los dos en una de las estrechas camas del albergue disponiendo como disponían de una decena más de literas. Ello me hizo pensar con ternura en esa cosa que sucede entre las personas que hace que unos nos acurruquemos entre los brazos de otros. Sí, y también en la suerte de que esto suceda y que sea posible; todo un milagro, encontrar la persona, esa alma gemela, en el multitudinario laberinto de los pobladores del planeta. Ver a Gabriel y Brigitte arrebujados de madrugada bajo la misma manta, un momento de intimidad difícil de observar en otras circunstancias, me enternecía. Recordé enseguida una situación similar en otro albergue, un día en que vi llegar extenuados a una pareja muy joven a mitad de la tarde. No cenaron, llegaron, tiraron los macutos en un rincón, se desnudaron, dejaron todo el suelo sembrado con sus ropas y se metieron bajo las mantas en una diminuta cama que no debía dé tener más de setenta centímetros de ancho. Parecían dos pajaritos. No se movieron en toda la noche. Cuando a la mañana siguiente me levanté allí seguían acurrucados envueltos en un abrazo interminable que tenía pinta de prolongarse hasta el mediodía.

Los naranjos han perdido densidad y ahora empiezan a compartir el paisaje con los olivos. Haciendo el GR10, también alguno de los Caminos de Santiago con Ramón, acompañado por su caballo Vermell y su perro, recuerdo largos tramos en tiempos de cerezas en que había que tener cuidado para no coger un empacho de tales frutas. Para comerlas bastaba alzar las manos y servirse de los árboles cuantas quisieras. En estas primeras jornadas del Camino de Levante es igual. Tienes al alcance de la mano todas las mandarinas y naranjas que tu cuerpo pueda desear. En otros momentos también las uvas fueron después del verano un delicioso yantar mientras los kilómetros iban pasando bajo las botas del peregrino junto a las vides repletas de golosos racimos. A esto debía de referirse el Jesús de El Evangelio, cuando invitaba a los apóstoles a mirar las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y que no obstante ahí tienen al Padre celestial alimentándolas. Por la región de Valencia me encontré en una ocasión con un joven místico que se alimentaba de plantas que recogía del monte y que gozaba de una muy buena salud física y mental. Era un místico muy especial al que visitaban de vez en cuando dos mozas con las que ponía en práctica sus avanzados conocimientos sobre sexo y tantrismo.


Esta mañana, antes de seguir con la lectura, comenzada el día anterior, de Villette, de Charlotte Bronte, una especial recomendación de Victoria, empecé al fin con un libro sucesivamente aplazado, España, tres milenios de historia, de Antonio Domínguez Ortiz. La sensación de abarcabilidad que me produce haber recorrido a pie muchos millares de kilómetros de nuestra tierra, España, sensación no sembrada de conocimientos geográficos o culturales, sino de esas cosas que quedan pegadas al alma del caminante para toda la vida, a última hora pareció que me pedía una abarcabilidad similar en relación al tiempo. Así, ahora, a la par que recorro el espacio físico de nuestra tierra de una parte a otra de la península, pretendo hacerlo también en su historia siguiendo la línea cronológica a partir de las culturas ibéricas y tartésicas. Curiosamente en éstas andaba yo, camino de Vallada, cuando quise hablar por teléfono con el amigo Paco, de Hoyos del Espino, del que tenía una llamada perdida, que me cuenta que estaba viajando hacia Atapuerca. Cuando se lo oí, hablaba con él y con Teresa, su mujer, caí en que acaso debería haber empezado mi historia algo más atrás del tercer milenio. Los restos de hasta un millón de años, que se encuentran en Atapuerca… Cierro los ojos y trato de imaginarme una España de aquella época, y entonces una enorme sensación de pequeñez me invade. Las ideologías, el chovinismo, el nacionalismo, todos los ismos con que rodeamos muestras vidas se deshacen en la vorágine de un tiempo quasi infinito donde el tiempo de la vida de un hombre es como una mota de polvo.


Por un momento mi camino atraviesa una carretera a la que sigue una rotonda. A un lado de ella una prostituta espera paciente sentada en una silla de tijera la llegada de algún cliente. Hola, le saludo. Y me devuelve el saludo y entonces me paro a charlar con ella que quiere saber qué hago de esta guisa con la chepa de mi macuto a la espalda. Me mira admirada de que alguien en su sano juicio quiera caminar mil kilómetros con “eso” a la espalda. Tras nuestro corto parlamento me despido deseándole que tenga un buen día y, mientras me alejo voy pensando en esta perversa moral en que vivimos que pone en cuestión que algunas mujeres se ganen la vida con su cuerpo mientras que no dice ni mu de aquellos que de continuo venden su alma al diablo haciendo de su vida una extorsión de los otros y dedicándose de paso a la gilipollez de acumular ingentes cantidades de dinero. Entre criticar la venta del cuerpo o la del alma, hasta la sacrantísima Iglesia Católica, hipócritas donde los haya, se cebará en maldecir la primera para ensalzar de una manera u otra la venta del alma, ellos mismos vendiendo la suya al diablo con tal de hacerse con un patrimonio que resulta insultante para cualquiera que haya leído los Evangelios

El albergue de hoy en Moixent: un edificio de usos múltiples, escueto y sencillo pero sin cocina. Brigitte y Gabriel, que son vegetarianos, han tenido que salir por ahí a cenar. Yo voy a ver si me preparo algo antes de la película. Se acabó.









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