Más allá del refugio Koca na Golici,
24 de junio de 2019.
Via Alpina Sector Morado. Planina
Dovska Rozca-Algún lugar más allá del refugio Koca na Golici.
Ayer tarde
Hermann Hesse hacía la semblanza de un haya que había crecido
espontáneamente en su jardín y que pensó arrancar para que no le
quitara el sol a un espino blanco viejo amigo suyo. Salvada el haya,
Hesse contemplaba ese haya joven desde su propia vejez con una
infinita nostalgia. Para él, que escribe con la perspectiva que dan
los años, la vejez es ese tiempo de transición en el que, en busca
de un equilibrio ante los achaques del cuerpo, reactivamos «aquel
tesoro en imágenes que llevamos en la memoria tras una vida larga,
imágenes a las que, al reducir nuestra actividad, damos una
dimensión muy diferente a la concedida hasta entonces». La
accidental contemplación de un simple árbol en el ámbito de una
mañana de primavera, sume a Hesse en una profunda reflexión sobre
la vida (por cierto, un libro que lleva el título de Elogio de la
vejez y donde al tal elogio no se le ve el pelo. Espero que cuando
tenga cobertura el traductor pueda devolverme un título algo más
convincente. Poca cobertura pero terminó llegándome de casa la
traducción del original del libro. Ésta: Con la madurez te vas
haciendo cada vez más joven -Mit der Reife wird man immer jünger-).
Me sorprendió la carga emocional que puede encerrar la presencia de
un árbol que se ha visto nacer y crecer hasta convertirse en un
adulto y hermoso ejemplar. Las magníficas “reactivaciones” que
se producen en la memoria cuando uno se va haciendo mayor junto al
“descubrimiento” de particularidades de nuestra cercana realidad
en las que antes no habíamos caído, la repentina entrada en el
mundo emocional de ese haya que Hesse menciona, constituyen una
gracia que acaso cuando éramos más jóvenes no vivimos con tanta
intensidad. Ayer leía a Hesse y sentía una pequeña desazón
relacionada con algunos árboles que crecen en nuestra parcela desde
hace un tercio de siglo, la sensación de que estando sus vidas tan
cercanas a la mía no hayamos tenido una relación más afectuosa y
comunicativa. En primavera, cuando paso el cortacésped, siempre
tengo cierta aprensión que me obliga a sortear los numerosos
ejemplares de olmos, acacias, álamos, moreras, ciruelos o laureles
que crecen espontáneamente en la parcela. Hoy, muchos de esos
ejemplares a los que perdoné la vida me ofrecen un agradable
regocijo que creo que en los años que me queden de vida convertirá
en cierta hermandad, en reencuentro con esa parte de la realidad que
no ha entrado suficientemente en el ámbito de mi atención y de la
que tanto espero. Ortega y Gasset esta mañana hablaba precisamente
de ello. Merece la pena la cita porque aclara y pone ante nosotros
como un arsenal o una reserva de vida que una desatención previa ha
desechado. Escribe Ortega: “Como el número de objetos que componen
el mundo de cada cual es muy grande y el campo de nuestra conciencia
muy limitado, existe entre ellos una especie de lucha para conquistar
nuestra atención. Propiamente, nuestra vida de alma y de espíritu
es sólo la que se verifica en esa zona de máxima iluminación. El
resto —la zona de desatención consciente, y más allá, lo
subconsciente, etc.— es sólo vida en potencia, preparación,
arsenal o reserva”. Que yo eche mano aquí de los árboles para
hablar de estas cosas no minusvalora el hecho esencial de que, siendo
nuestra conciencia limitada en relación a los hechos y cosas del
mundo, cabe pensar en las grandes posibilidades que nos esperan en la
relación que establecemos con el mundo, las personas y las cosas si
conseguimos despertar nuestra atención en direcciones en las que
hasta ahora no se ha aventurado, es decir, haciendo vibrar en el aire
de nuestra conciencia esa vida en potencia de que habla Ortega.
Quizás en ese ámbito de mi atención
desatenta es de donde surgió, mientras caminaba por la cresta de las
montañas que separan Eslovenia de Austria, una curiosa reflexión
sobre los bancos de madera que me fui encontrando a la vera del
sendero durante estos días. Es frecuente en todos los Alpes
encontrarse en lugares de no fácil acceso muchos de estos rústicos
bancos, usualmente en lugares prominentes o rincones
recoletos como una invitación a que el caminante se tome un respiro,
descargue su macuto y se siente a contemplar ese bello mundo que
tiene a su alrededor. Quizás esos bancos no me habrían llamado
especialmente la atención, siendo como son una parte más de lo que
me encuentro en mis caminos, si no fuera por un hecho anecdótico que
leí en las páginas del FB hace unos días. El hecho era éste:
Recientemente el ayuntamiento de Los Molinos había instalado un
banco, similar a los que me encuentro en Alpes por los senderos, en
las cercanías de la cumbre de la Peñota. Tómate un respiro,
descansa, contempla el llano madrileño, la atrevida silueta de La
Maliciosa, parecía decir el banco. Pues bien, días después la
noticia, también en FB, era que “alguien”, uno de esos brutos
que circulan por el mundo y cuya inteligencia no da para otra cosa
que para confundir el culo con las témporas, decidió motu proprio
que debía romper una espada (no recuerdo el dicho…) por el bien de
la entera humanidad destrozando el banco y devolviendo así a la
cumbre de La Peñota su secular virginidad. Total, que ahora cada vez
que me tropiezo con uno de esos solitarios y simpáticos bancos me
acuerdo de aquel individuo y de sus fundamentalistas principios
ecológicos. No decía la noticia si ese bruto de turno cargó con
las astillas del banco hasta el contenedor más próximo.
Un bello ejemplo de para qué sirve un banco de madera. Pertenece a los Alpes Suizos, zona del Eiger. |
Y ya que estoy con Ortega apliquemos al
susodicho esta otra cita para intentar comprender al prójimo: “Se
comprende que en nuestra convivencia con el prójimo nada nos
interese tanto como averiguar su paisaje de valores”. Si además de
disfrutar de los paisajes que visitamos pudiéramos también hacerlo
con el paisaje de los valores de la gente que conocemos, de la gente
de las redes, de…
Dos líneas para mi caminata de hoy. A
mis espaldas se fue alejando durante el día el espectacular macizo
del Triglav. Bosques de hayas, una larguísima cabalgada por la
cresta cimera que separa Austria de Eslovenia, una breve parada
frente a la alfombra de un prado cubierto de botones de oro y ya al
mediodía estaba en el refugio Koca na Golici. Lo dicho, salchichas a
todo pasto, eso o un plato de jota (pronunciado yota) que ya había
comido ayer, fabes con arroz y repollo. Además de que uno tiene
hábitos un poco rústicos tenía apetito, así que con eso, una
cerveza, un strudel y el acostumbrado capuchino me sentí dispuesto
para caminar una o dos horas todavía. Ah, aquí no se habla más que
esloveno. Nada de agua por el camino, lo que hace que el peso de mi
mochila se incremente en tres kilos y medio.
Fiel a mi propósito de caminar este
verano con sosiego, a las dos de la tarde encuentro un bello miradero
donde pasaré el resto del día. A mí izquierda el macizo del
Triglav envuelto en nubes como si se tratara del mítico reino
germano del Walhalla, y a mí derecha el llano austriaco recorrido en
grandes meandros por el río Drau. Los Alpes adelgazan su anchura
aquí describiendo a partir de ahora un enorme arco en dirección
este que terminará enderezando hacia el norte para alcanzar de
nuevo, camino de poniente, dentro de cincuenta días, los Alpes
Centrales. Todo un paseo.
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