Refugio Pühringer, 11 de julio de
2019.
Via Alpina. Tramo Morado. Collado
Temlbersattel - Refugio Pühringer.
Me han destinado un rincón bajo la
claraboya de la buhardilla. Hace algo de frío pero estoy a gusto
envuelto en tres mantas después de la siesta. Podría estar en el
salón común disfrutando acaso de la charla de Alberto y Alfred,
pero mi propensión a la soledad me tiene aquí sujeto al mundo de
mis propias sensaciones, acaso a la espera de que venga un enanito a
susurrarme en el oído unos cuantos párrafos con que llenar el
espacio tras la siesta. Cuando me desperté lo primero con lo que
tropezaron mis ojos fue con un folio que alguien había clavado en
el reverso del tejado sobre la madera machihembrada de la buhardilla.
Eché mano al traductor: Un cuento de hadas?, decía el título, que
continuaba con el clásico Erase una vez, con que los niños de todo
el mundo se han dormido alguna vez de chicos. Esos cuentos que no
importaban cuantas veces hubiesen sido repetidos pero que llegada la
hora del sueño los niños reclamábamos una y otra vez hasta el
infinito.
Desde el confort de mi buhardilla me
imagino en un rincón de este refugio en invierno junto a la chimenea
del salón. Soy carpintero y, dada mi afición a la soledad, he sido
contratado por mi hada madrina para renovar este refugio cubriendo
todas sus paredes de madera, a lo largo de la estación de las
nieves. He terminado mi jornada de trabajo, la estancia huele
fuertemente a esa madera con la que he estado trabajando desde la
hora del alba y ahora fuera nieva con la suavidad de un dios que
acariciara el rostro blanco de las montañas. Y mientras las llamas
del hogar pintan arabescos color fuego que se parecen a los
caracteres árabes que alguna vez fotografié de lo muros de una
mezquita, pienso en ese regalo con que los dioses nos echan al mundo
siendo como somos y no de otra manera. Y las llamas, que escuchan
atentamente mis pensamientos, guiñan los ojos sonrientes ante esa
pregunta tan ingenua mía.
Pienso en el mundo de los otros humanos
donde existen los coches o las televisiones y todas esas cosas y en
lo que hará la gente allá abajo, el mundo de la no-nieve, de la
no-soledad, donde otros dioses tan diferentes a lo míos se refugian
en las iglesias o en los hipermercados. Sólo un lapsus, la realidad
es que el único mundo que existe es éste, hecho del profundo olor
de la madera, del blanco de las montañas o de los abetos cargados de
nieve. Si hubiera nacido aquí y no hubiera visitado ese otro planeta
de ahí abajo mis pensamientos estarían hechos de las formas de las
nubes y las serradas siluetas de estas montañas.
Las llamas languidecen, salgo fuera,
sigue nevando, quito a paladas la nieve que obstruye el acceso a la
leñera, tomo una brazada de troncos y vuelvo al salón. El fuego
crepita al contacto con la leña mojada. Pero mis pensamientos
necesitan mucha más leña que la de las nubes y las serradas
siluetas de las montañas. Sí, es cierto. Esas infinitas
posibilidades que tiene el hombre delante de sí durante toda la
vida… no deberían quedar en germen, atrapadas en esta bella
burbuja de invierno de carpintero.
Y el refugio se ha llenado de voces que
suben como una corriente de aire por el hueco de la escalera. Y
pienso en los talentos del Evangelio, o mejor, simplemente en esas
variopintas e infinitas posibilidades que tenemos por delante desde
el momento de nuestro nacimiento. Sin duda una de las mejores cosas
que tenemos los humanos, un montón de senderos por donde nos iremos
abriendo camino desde niños como un explorador para el que todo es
posible y los proyectos infinitos.
Mi mundo de hoy fue una de esas
posibilidades por la que opté, acaso, al despertarme. El sol, venido
directamente del horizonte lejano al collado donde había colocado mi
tienda, se había posado sobre su tela y había empezado a espantar
el frío helador de la mañana. Pero fue un falso aviso, apenas había
terminado con el muesli cuando todo el cielo empezó a emborronarse
como si un enorme tintero hubiera caído sobre la página de la
mañana.
Un paisaje desolado de
cumbres calcáreas y neveros se abría hacia poniente. En realidad
estaba todavía muy lejos del verdadero collado. Grandes neveros
cubrían el acceso a él. La sensación de soledad era plena, sólo
la señal del gps sobre la pantalla del teléfono podía guiarme en
aquel laberinto de piedra y nieve. En pequeñas islas de roca volvía
a recuperar las señales rojiblancas. Pese a lo solitario del lugar
era difícil perderse. Sin embargo los últimos cientos de metros del
collado estaban defendidos por grandes neveros que no me gustaban.
Opté por dar un gran rodeo por la derecha para evitarlos.
Desde el collado la desolación se
acentúa todavía más, un largo descenso, una larga travesía por la
nieve y de nuevo la ruta llevaba al segundo collado. Descendiendo
este último descubrí un pequeño grupo que se acercaba. Eran cuatro
chicas que parecieron alegrarse de encontrar a alguien que había
dejado sus huellas sobre la nieve. Querían información sobre el
estado de la nieve y las señales. Eran muy jóvenes. Se despidieron
expresando su agradecimiento por la información que les di.
Eran montañas que llamaban mi atención
por su aspecto poco corriente y solitario. Las laderas seguían
cubiertas por grandes neveros y ahora habían hecho su aparición
grandes agrupaciones de verde oscuro, una especie de pino raquítico
que se apiñaba formando pequeñas islas en las formaciones
calcáreas. Cuando la pendiente se hizo respetable volví a
encontrarme con un sapiens, esta vez un joven que agradeció las
huellas que seguramente le había dejado.
A la una y media
divisé al fin el refugio. Tardé un rato en poner mi equipo en
orden, bolas de papel en mis botas empapadas, ropa tendida, cambio de
ropa… Ya estaba en disposición de degustar alguno de los placeres
que la civilización depara a veces al caminante, una cerveza, una
sopa, unos espaguetis, la tarta, el café y el regalo de un chupito
que Alberto me ofreció. Alberto, un tocayo de Sevilla que lleva ocho
años trabajando en Viena y en este refugio, con quien por primera
vez pude tener una pequeña tertulia en castellano después de tres
semanas de bregar por los montes en medio de lenguas foráneas.
2 comentarios:
Alberto,
recuerdo nuestro corto encuentro cerca del Warscheneck y Zellerhütte. Estoy leyendo partes de tu blog. Es muy admirable toda tu caminata. Te deseamos fuerza, salud y muchas impactantes impresiónes. Que te vaya bien. Herbert y Ursi (Ursula)
Me alegra reencontrarnos, ahora lejos de la nieblas :-). Un fuerte abrazo para los dos.
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