El erotismo de la violencia

 


Refugio Chipeta Alto, 6 de agosto de 2020

 

Al fin después de una semana el canto de un arroyo a la vera de mi tienda. Nana para la noche, bienestar de su música y su líquido para el final de un día largo y caluroso. Del camino salía un senderillo apenas perceptible, lo seguí, dio un par de revueltas, cruzaba el río y allí, en medio de una apretada vegetación de bojes y avellanos me esperaba el lugar perfecto para mi vivac. El encanto de dormir emboscado junto a la música de un riachuelo era un premio acertado para todo un día de caminar bajo el sol. Dormí como un bendito. En mitad de la noche me encontré con un viejo amigo, Javier Mayayo. Cuando nos encontramos estaba escalando en transversal un techo que yo había visto superar en libre a Dean Potter, aquel genial alpinista que falleció en un vuelo nocturno en el Yosemite. Quizás Mayayo era un trasunto de aquel personaje. Estaba cachas como un Sylvester Stallone. Cuando terminó de escalar aquel pedrusco de décimo grado bajó y me enseñó la cabaña donde vivía, una construcción de madera prácticamente vacía. En un jergón que había junto a la puerta dormía un perro de pelaje blanco sucio con manchas negras. No me hizo ni caso, me miró como quien ve una mosca volar y luego volvió a tumbarse sin más. Mayayo con el torso desnudo, a mí me dejaba boquiabierto su desproporcionada musculatura, trasteaba de un lado a otro de la cabaña. Me le imaginaba como el guardabosques de aquella novela de D. H. Lawrence a la espera de Lady Chatterley, solitario, de pocas palabras pero con la fuerza de aquel primitivo personaje Lawrence. Una débil luminosidad se colaba por la tela de la tienda cuando sonó el despertador. Un trozo de pollo frío, un poco de chocolate y un pedazo de pan me sirvió de desayuno. Si no existiera más el mundo, aquello con un poco de comida podría haber sido un buen lugar para vivir una vida de anacoreta. Algo nada descabellado para los tiempos que corren.

Ahora, acomodado en el colchón mientras el sol se esconde a la tarde por las laderas del Petrechema a las puertas de lo que pudo ser el refugio de Chipeta Alto, al preguntarme cuáles fueron los hitos más significativos de la jornada, pienso que los siguientes: un tema que saltó leyendo el libro de Foucault y que yo hasta ahora nunca había relacionado con el erotismo. Hablaba Foucault del erotismo de la violencia, y se extendía por un sinnúmero de ejemplos atroces en donde los autores se complacían haciendo sufrir a sus semejantes hasta la muerte. Algunas tribus de África y sus actos bárbaros, pero que inevitablemente llevaban a relacionar esta clase de erotismo a ejemplos mucho más modernos desde el comportamiento de los nazis hasta los horrores de los torturadores de Pinochet o la represión Argentina de los tiempos de Videla, por cierto ese tiempo en que el papa Francisco vivía en Argentina y que no se le conoce que abriera la boca para denunciar los horrores perpetrados por los militares y las fuerzas de represión del país.

A veces uno no relaciona situaciones de horror que ha vivido o visto en los medios con pulsiones de índole personal. Me explico, leyendo a Foucault enseguida recordé algunos hechos relacionados con este asunto. Un día, eran los días de la represión franquista en que todas las semanas las manifestaciones pidiendo amnistía y libertad en el centro de Madrid se habían hecho habituales, corríamos Victoria y yo y unos amigos por la plaza de Santo Domingo huyendo de los grises que barrían la calle a golpe de porra, cuando acosados por un coche de la policía nos refugiarnos en un portal y cerramos de inmediato la verja. Desde allí el espectáculo que pudimos contemplar eran de rostros de policías totalmente enajenados que con medio cuerpo fuera del coche se dedicaban a aporrear a los manifestantes. En sus rostros, que todavía recuerdo perfectamente, veía dibujado ese erotismo infame sobre el que había leído camino de Zuriza. Otro ejemplo que me vino a la memoria tiene que ver con la guerra de EEUU contra Irak. En unas imágenes que se mostraban en la televisión un general estadounidense contaba la destrucción de un edificio estratégico ocupado por cientos de personas como si fuera una partido de fútbol. Presentaba la trayectoria del proyectil y cuando este explotaba en el edificio, es decir en el momento que se producía la muerte de centenares de personas, probablemente civiles, al general se le hinchaban los carrillos de placer y lanzaba un grito de hurra levantando el dedo índice y pulgar en señal de victoria. Este tipo de imágenes se veían a diario en las televisiones de todo el mundo. La guerra de Irak era un divertimento erótico para aquellos militares.

Acostumbrados como estamos a considerar el erotismo desde un punto de vista sexual, me sorprendía a mí mismo intentando definir este concepto en su raíz para tratar de delimitar sus ramificaciones. Cuando hablamos de erotismo, por ejemplo, es posible hablar de arte en cuanto a la belleza, sensibilidad, sentimientos y sensaciones que despierta; en todo ello el placer es el eje sobre el que gira el comportamiento de la persona o personas implicadas. Descubrir que una fuerza parecida, pero cuyo objeto de placer lo constituye el sufrimiento o la muerte de otros semejantes se me presentaba como un grave interrogante. Si hubiera estado en casa habría tratado de hacer un poco de luz en estos dos tan contrapuestos usos del erotismo.

Hubo un par de hitos más, pero se me hizo tarde y mis ojos, que tan incompatibles son con la pantalla del teléfono me están pidiendo descanso. Lo tendré que dejar para mañana.

Dos palabras más sobre la andadura. La primera, que en el camping de Zuriza me encontré con una maña más maja que todas las cosas. Tan bien le debí de caer, imagino que por la pinta que llevaba en oposición al remilgado personal que esperaba en la cola de la tienda, que si me descuido me regala la compra entera de dos días. Hacía las cuentas al voleo con incisos de “esto te lo regalo”, “esto no te lo cobro”, y entretanto hablábamos del monte y del GR, y de… mientras una larga fila de clientes hacían cola. Menos mal que acudió un ayudante… Tuve que coger una tonelada de agua, y además el calor que hacía. Cuando terminó el bosque paré en un viejo refugio derruido, al poco llegó Mark que andaba derretido por el calor. El calor me mata, dijo, nada más entrar al chamizo. Allí pegamos la hebra hasta las cinco y media en que decidí dar el último estirón hasta el “refugio” de Chipeta Alto. Tuve que tomarme un respiro antes de llegar… joder, lo que pesaba el macuto.

 



 

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