Noche en Cabezas de Hierro

 



Cabeza de Hierro Mayor, 7 de octubre de 2020

 

El gozo de ser en ese estar encogido en el saco, caliente, solo, dichoso. Me encuentro en la cumbre de Cabezas de Hierro y me he despertado a medianoche con la impresión de haber satisfecho mi necesidad de sueño. He estado un rato centrado en el viento que agitaba la manta térmica que cubre mi saco de dormir. Me he quitado los tapones de cera que amortiguaban su ruido y después me he asomado por entre la boca del saco. La visibilidad era nula, apenas se ven las rocas que sobresalen a unos metros. Después de dormir cuatro horas estoy totalmente desvelado. Pruebo a escribir.

El amplio sombrero de  nubes que cubría la cumbre cuando salí de Cotos no desapareció mientras subía, dos horas después, tras atravesar el circo de las Cerradillas; en la última parte de la ladera terminé sumergiéndome en la masa lechosa de la niebla. Había subido en camiseta y el viento y el frío repentino me obligó a echar mano del forro. Aproveché para mirar en las rocas que sobresalían a la izquierda la posibilidad de que hubiera algún lugar protegido que me sirviera para montar mi vivac. Nada. En el collado entre las dos Cabezas el viento me zarandeaba. En la cumbre la niebla era espesa y el viento me hacía perder el equilibrio; atiné nos obstante a tomar un par de fotografías sin que la cámara saliera volando con el pequeño trípode.



Me había quedado frío con el sudor y mientras preparaba el vivac a pocos metros de la cima, me entró una tiritona que no desapareció hasta un buen rato después después de la cena. La cena, un puré de garbanzos y los restos de algo que nos había sobrado en casa de la comida, y que venía en un termo; eso más algo de jamón y un poco de leche con pan y chocolate me supo a algo exquisito y reconfortante. No me dieron las ganas para sacar el hornillo y hacerme el habitual café de todas las noches.



Estas mantas térmicas, que apenas pesan cincuenta gramos, son un invento, algo ruidosas con el viento pero eso se soluciona con los tapones de cera que llevo siempre. Uno es quisquilloso y los ruidos nocturnos que no sean la música de un arroyo, me hacen difícil pegar ojo, así que pese al ruido que organiza el viento en este plástico, y que yo al principio creí que sólo se utilizaba para envolver cadáveres, es una maravilla pese a cierta humedad que te envuelve producto de la nula transpiración. Además, lo mejor es que es casi como estar en una tienda de campaña y que me da para satisfacer esta manía de escribir que me aqueja últimamente. El otro día un amigo me decía que esa soledad, que tanta dicha me da, a lo que mejor no era soledad que supone silencio y contemplación, sino que escondía una gran necesidad de comunicación que, no pudiendo ser satisfecha con un compañero, cae poderosamente sobre la inquietud de las yemas de mis dedos en lugar de sobre mi lengua y busca a toda costa un interlocutor. Es posible.

Me he asomado una vez más a la embocadura de la manta térmica que cubre totalmente el saco de dormir, pero nada, esta vez ni estrellas ni nada, la absoluta nada en medio de la noche. Me parece que debería intentar dormir un poco pero es tan agradable este estar sobre el confort del colchón de aire en el calor del saco de dormir…  En realidad los placeres están muy relacionados con una cierta clase de encuentros entre contrarios. Si en una cumbre como ésta azotada por el viento y con bajas temperaturas encuentras el modo de protegerte del viento y del frío entonces el placer surge de entre la oscuridad de la noche como un gran regalo; si pasas hambre o sed y puedes satisfacerla en determinado momento ese instante que en otras ocasiones es pura rutina de comer o beber, se convierte en puro placer del paladar. No es lo mismo, claro, tomarse una cerveza en la barra de un bar que tomarla después de una larga caminata al sol del verano. Todavía recuerdo aquel juego que siempre iniciaba Moisés Castaño cuando al final de una jornada de escalar en el Circo de Gredos, imponía religiosamente en el grupo el deber de no beber agua. Nada de beber agua, decía entre circunspecto y divertido. El juego consistía en “hacer sed “, suficiente sed para después en la Venta Rasquilladarse una jartá a cerveza. Ergo, que si no pasas sed, frío, hambre o una temporada sin los placeres de la cama no lo vas a disfrutar tanto cuando llegue el momento esperado. A esto un amigo siempre me salía diciendo que si estas cosas funcionan así lo mejor que podía hacer era llevar siempre encima un martillo para arrearme en los dedos y así poder disfrutar cuando dejaba de golpeármelos. Sí, todo es relativo.

Ahora mismo ya estoy empezando a superar de tal modo la zona de confort que de buena ganas me desvestiría y me quedaría en cueros. Esas cosas, te pasas un puntico en algo y el placer se te vuelve en incomodidad, en este momento la del excesivo calor después de haber estado tiritando. Pero a ver quién es el guapo que envuelto en ropa como una cebolla empieza a quitarse prendas en medio de esta ventolera. Bueno, un cuarto a la una, voy a tratar de dormir un poco.

Un momento, pero ¿qué es esta luz que atraviesa la manta térmica? Hosti, pero si es la luna. Asomo la jeta por la abertura  del saco y ahí está, gorda y luminosa, en la decadencia pero todavía inspiradora saliendo de entre la niebla como un buque fantasma. Y bajo ella, difuminado como en un cuadro de Degas, las luces del belén de Madrid. Y minutos más tarde las constelaciones, Casiopea, ese barquito de papel, justo encima de este vagabundo que hoy le dio por ahí y cometió la excentricidad de subir a dormir a uno de los picachos de Guadarrama.

Y vuelve la niebla y queda sola la luna vagando en la incertidumbre de la noche. Bendito despertar el mío en medio de este mundo de nieblas, vientos y luna. La noche está realmente preciosa.

Todavía me quedé un buen rato contemplando el espectáculo. A veces pequeñas capas como de gasa transparente barrían el paisaje quedando una muselina que convertía las luces del llano en el espectro de un ciudad sumergida bajo las aguas de un lago de niebla. Ahora el viento se había calmado y el mundo se veía de forma bien diferente. Esa sensación opresiva del viento y la niebla cuando te sumerges en ella y te hace ver el mundo más agresivo, más frío, ha desaparecido, ahora simplemente lo que hace es cierto fresco, nada más, eso y que el saco está algo húmedo. Casi sobre mi cabeza brilla especialmente un astro; creo que es Marte; Uranio “vuela” esta noche muy cerca de él, pero es demasiado pequeño para verlo con la luz de la Luna.

Esta noche me envuelve un inexpresable gozo. La soledad, el silencio, la luna, la niebla irrumpiendo sobre la iluminaria del llano, desvaneciéndose o sumergiendo todo a mi alrededor en un lóbrego mundo parecido a la nada, hacen de esta hora de la madrugada un momento privilegiado.


 


 

 

 

 

 

 

 

 

 


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