Refugio-chozo del Cervunal, 15 de octubre de 2020
Este post tiene su origen en un cruce de comentarios con Antonio y Uge relacionados con el lugar, si tal existe, en donde se almacenan nuestras sensaciones incomunicadas, nuestras intuiciones no compartidas, ese género de cosas.
Ayer tenía intención de venirme a Gredos después de comer con la idea de pernoctar en la cima del Morezón, pero a última hora me surgió la necesidad de escribir sobre esa mala gente que camina y va apestando la tierra y Gredos quedó en segundo plano. Lo pospuse para el día siguiente. Saldría después de desayunar y haría ese recorrido pero a la inversa, es decir Plataforma de Gredos, Garganta de las Pozas, refugio-choza del Cervunal, noche en la cumbre, Gargantón y nueva noche en el Morezón.
Comencé a caminar algo después del mediodía. Tras tantos años viniendo a Gredos me resultaba raro no emprender la subida de los Barrerones una vez en el prado de las Pozas. En su lugar tomé por la derecha del prado para alcanzar la garganta que desciende hasta encontrarse en su final con la que baja de
Ahora los cencerros de las vacas suenan como lejanas campanas movidas por el viento en un pueblo abandonado. Llegué con la espalda un poco rota al chozo, una de esas simpáticas construcciones cónicas que pueblan toda la sierra norte de Gredos, y era tan acogedor el lugar, tan tranquilo el repiqueteo del cencerro de las vacas… el sol a punto de desaparecer tras la loma del Mogote del Cervunal, el manto amarillo de la hierba agostada de color amarillo pálido… Traía la idea de dormir en la cumbre, pero se me había hecho demasiado tarde para llegar a la cima antes de la noche.
Me espanzurré a la puerta del chozo a tomar el sol. Pero no tardaron en venir unas nubes que me lo robaron. Si hubiera sido Diógenes y las nubes Alejandro bien podría haber dicho aquello de “aparta, que me quitas el sol”, pero no, las nubes eran gordas y remolonas, aunque hubieran tenido oídos no me habrían hecho caso. No me quedó otra que refugiarme y llevarme mi poto de té adentro.
Ayer, bajo una de esas fotografías en blanco y negro con que Antonio Montes ilustra su caminar, los reflejos de la tarde sobre un lago en el que la silueta de un pescador reclamaba la atención, visto que hay personas que a diario nos sorprenden con una foto, una reflexión, un pensamiento original, yo había añadido un comentario en el que me preguntaba por el lugar donde tanta gente silenciosa de la que apenas sabemos nada puede guardar sus pensamientos, sus percepciones sobre la vida, sus sensaciones, sus ocurrencias, esos descubrimientos que hacía cada mañana, por ejemplo, Francisco Umbral cuando iba a comprar el pan y que le servían para completar su columna diaria en el periódico. Vas a comprar el pan por la mañana y en el trayecto te visitan un puñado de sugerencias; ¿dónde quedan éstas si no las expresas en un texto, una fotografía, un cuadro?, ¿Dónde habrían guardado Shakespeare, Dante, Mozart, Picasso toda esa energía que desbordaba la sustancia toda de su cuerpo? Si la energía es algo que se transforma de continuo en otra cosa, ¿en qué se transforma todo eso que sentimos y no expresamos? En un poeta, en un escritor, yo lo imagino transformándose en un poema, en una discusión consigo mismo que puede dar lugar a una pequeña obra. Cuando Gaston Bachelard escribe La llama de una vela, lo que ha sucedido es que este autor se ha emborrachado con las sugerencias que la presencia del fuego han provocado en él y como consecuencia tenemos un pequeño libro encantador. Si la energía producida en nuestro interior no se transforma en nada es posible que suceda algo parecido a cuando enchufo mi teléfono a esa alfombrilla solar que llevo sobre el macuto en ocasiones. La energía queda almacenada en vida latente en la batería. Es el caso del pintor en cuya mente se ha gestado una idea brillante mientras contemplaba el mar y que le obliga nada más llegar a casa a sacar los pinceles y ponerse de inmediato a la tarea.
¿Quién, qué es lo que suscita en el artista ese arranque que le lleva a las primeras palabras desencadenantes de un poema, el comienzo de una sonata, a la concepción de una idea brillante? Misterio… De todos modos, si la cosa sucede pero no aprovechas la ocasión, esa energía, esa posibilidad de haber creado algo bello ¿desaparece sin más? ¿Hemos perdido sin más un tren, una posibilidad? A veces sospecho que sí, que es así. Que si esto es así y no solamente no aprovechamos nuestros talentos sino que además dejamos pasar una idea, una intuición, una posibilidad de crear algo y no lo hacemos incurrimos en pecado… Sí, allí estará san Pedro a las puertas del cielo pidiéndonos cuentas por estos pequeños deslices.
En el chozo se ha ido haciendo poco a poco la oscuridad. Las vacas han buscado pasar la noche en unos prados más cercanos al valle y el silencio es absoluto. El inconveniente de dormir en el chozo es que fuera quedan las estrellas solas sin nadie en los alrededores que las admire, sueñe o engendre alguna bella intuición bajo su influencia.
Uge, ante esa pregunta que inquiría por dónde quedaban esas sensaciones, esas ideas, respondía que bueno, que las podía guardar para él o podía compartirlas con aquellos que lo merecían. De todos modos, respondía yo, compartamos con otros o no, o lo hagamos sólo con la gente más cercana, la necesidad de expresarse sigue las leyes de la física, nos presiona por dentro, a unos más y a otros menos, y busca una válvula de escape que puede consistir en pintar un cuadro, escalar una bonita tapia de Pedriza o escribir un post o fraguar una idea con una bella fotografía como acostumbra hacer Antonio. Unos minutos más tarde Antonio salía al quite con otro comentario: “¿Y si juntamos las cuatro cosas, escalar, pintar, escribir, y hacer alguna foto? Yo dejo el reto en este post, lo mismo nos sorprendemos”. Hay personas que no dejan pasar un solo tren en que subirse. A Antonio le faltan manos para tanta cosa, se ve que sus acumuladores contienen una buena cantidad de energía.
Por cierto, que dado que tan malhablamos casi siempre de los políticos, con razón, hay que romper una lanza por los de Castilla-León responsables de que todo el norte de Gredos esté sembrado de pequeños y acogedores refugios. Me encanta pernoctar en estas gargantas porque sé que siempre voy a encontrar un acogedor rincón para pasar la noche. Esta mañana me encontré con otro igualmente limpio y en buenas condiciones al final de la garganta de las Pozas. Un sincero agradecimiento para quien tuvo la iniciativa. Si todas nuestras sierras estuvieran pobladas con pequeños refugios como estos sería perfecto, siempre antiguas chozas de pastores perfectamente sintonizados con el ambiente que les rodea. Tan acogedoras y agradables que además de escribir estas líneas me van a permitir finalizar el día con una partida de ajedrez ricamente acomodado en el saco de dormir.
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