Morezón, 16 de octubre de 2020
(Precede a este post relacionado con una salida de dos días en Gredos otro; lo podéis leer aquí)
Por el pequeño ventanuco sobre mi lecho puedo ver algunas estrellas. El silencio es absoluto, se le puede escuchar con la misma atención con que se oye un cuarteto de cuerda. El silencio inunda la choza y la llena de intimidad. Silencio y oscuridad parecen haber anulado el tiempo. Mi partida de ajedrez en el chozo-refugio donde paso la noche ha terminada en tablas y ahora mis sentidos están aligerados por falta de estímulos, soy todo contemplación. Lo único que existe es ese ventanuco y lejos, muy lejos alguna estrella que acaso no exista ya y lo que yo veo ahora sea el lejano fulgor que lanzó la estrella hace millones de años antes de extinguirse. La liviandad de la vida no sólo es cosa de que el Covid te agarre por el cuello, una Gorgona más, es tan liviana que apenas entretenidos con las cuatro cosas que nos rodean no nos damos cuenta de ello. Cosas que se me ocurren en este solitario rincón de Gredos bajo el Cabezo del Cervunal. Debería dormir para salir a caminar antes del alba para ver amanecer en la cima, siempre ese rito del alba, ese acudir a su cita como quien quiere asistir al nacimiento del mundo.
En el cielo no había rastro del alba cuando sonó el despertador. Así que me encogí como un pajarito dentro del saco de dormir y dormí un rato más, ese gusto, sí, de aplazar el momento de levantarse. No había amanecido del todo cuando me salí del saco pero los prados, un extenso llano de paja agostada, parecían campos de nieve. Había caído una buena escarchada…
Los hitos que había seguido desde la misma choza terminaron por desaparecer a la media hora. Una manada de cabras, rebaño no porque estas cabras montesas apenas nada tienen de gregarismo, pastaba entre las pedreras. Me costó algo más de un par de horas alcanzar la cima por pedreras tapizadas por una resbaladiza capa de escarcha. Un par de resbalones y nada más y caminar con mucho tiento, eso sí.
Bueno, pues ahí estaban las siempre igual a sí mismas cumbres del Circo y el entero entorno de las Cinco Lagunas. Hay amantes de estos paisajes tan apasionados que enseguida me entraron ganas de dar los buenos días a uno de los más notorios. Abrí mis contactos y busqué: David de Esteban. Estaría dando clase a esta hora en época de cole, haciendo calentamientos, jugando o acaso estimulando a algún futuro alumno con algún dibujo, pero bueno, ya lo vería más tarde. Así que tomé una foto de Cinco Lagunas y sus riscos y se la mandé con un “buenos días”. David, que dedica y ha dedicado una parte importante de su vida a explorar estos riscos, a abrir nuevas vías y documentar en libros y revistas los rincones más recónditos de Gredos, merece el reconocimiento de todos los que amamos este maravilloso escenario.
Siempre inmutables e iguales a sí mismas mientras nosotros sus viejos visitantes, sus amantes, pasamos sobre todas ellas como pasan las estaciones. A veces uno echa de menos que las montañas no tengan almas con las que conversar y recordar viejos tiempos que ya alcanzan casi la friolera del medio siglo. Hablar con sus riscos, con el Perro que Fuma sobre aquella espléndida escalada de su pared sur, con los Tres Hermanitos de un vivac en invierno cuando hacías
Llevo un buen rato sentado junto a la fuente de los Barrerones. Llegué, me preparé unos espaguetis a la carbonara, comí algo más, me regalé con un té y más tarde el ruido monacal de la fuente y la vista allá del Circo me retuvieron por algo más de dos horas. Miro con gusto mi paseo de hoy al Cervunal, el Gargantón y la subida de los Barrerones. Un par de parejas mayores se han parado a charlar mientras tomaba el té. Veteranos de estas montañas, jubilados como yo. Y charlamos y valoramos el no tener prisa y hacer tranquilamente el camino de vuelta, a diferencia de aquellos otros tiempos en que la vuelta al trabajo nos apremiaba y dejábamos Gredos con la sensación de habernos sabido a poco.
Y sí, estar sentado aquí a la vera del camino da para conversar con unos y con otros, los más, que se vuelven a casa, los menos, que llevan camino del refugio. Y mira por donde, de repente, hablando de Roma, por la puerta asoma el mismísimo David de Esteban del que estaba hablando hace un momento. David y Álvaro, que en esta ocasión no vienen de las Canales Oscuras donde han debido de abrir todo lo habido y por abrir, hoy regresan con dos nuevas vías en el bolsillo en el El Perro que Fuma. Las miserias del Covid no nos permiten un abrazo. ¡Pero qué casualidad! Estábamos charlando cuando aparece también Oscar, el encargado del refugio, y la recua de asnos que portea unas grandes cargas de impedimenta y comida. Les oigo hablar y me parece estar escuchando a tres eminencias de estas tierras. ¿Habrá algo que estos tres no conozcan, no hayan escalado o caminado en esta sierra? David y Álvaro van con la hora pegada y tienen que marcharse ya. David y yo nos debemos alguna larga conversación que quedó a medias en las limitaciones del FB… ya encontraremos un rato más adelante.
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David de Esteban |
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David, Óscar y Álvaro |
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Álvaro |
Las cinco y media de la tarde. Creo que va siendo hora de liar el petate y subir a buscar un lugar para dormir en el Morezón.
Encontré un buen vivac protegido del viento en la misma cumbre. La fiesta del crepúsculo fue bonita. El cielo del Casquerazo se incendió especialmente y ahora una constelación de sombras presididas por la del Almazor cierran el cielo de poniente. Hacía mas de cuarenta años que subí a esta cumbre. Fue una ocasión muy particular. Hacíamos
El viento de esta tarde se ha calmado y ahora el cielo se ha vestido de estrellas. Traje un pequeño trípode con la intención de emular de lejos a Julio Gosan y a Luís Miguel Soriano que me tienen admirado con el jugo que le sacan al firmamento nocturno. Las últimas tomas que vi de Luis Miguel tomadas desde el Venteadero o las de Julio en los Galayos eran una preciosidad. Mañana termino con el relato.
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