Un profundo silencio. Vivac en Cuerda Larga

 





Cuerda Larga, Peña de los Vaqueros, 30 de diciembre de 2021

 

Trato de dormir un poco antes de preparar la cena. Estoy cansado; sería lo mejor. Pero el viento tiene una curiosa musicalidad esta tarde y me distrae. Entra por las rocas del corralillo de piedras que me acoge y trato de escucharlo como si fuera música. He llegado a la cima como algunas otras veces a la hora de los milagros, y es que el milagro parece estar ahí como si me estuviera esperando y diciendo venga, hombre, que llevo un rato ya y aunque estés echando el bofe, espabila, saca la cámara y el trípode, que no espero más. La teoría fotográfica dice que de un cielo sin nubes no hay mucho que esperar, pero eso en teoría, porque puede suceder que la tarde decida ponerse guapa por propia iniciativa. Y es que a veces tengo la sensación de que la tarde es como una chica coqueta que viendo que por allí sube el chico que le gusta, se viste deprisa y corriendo para recibirle con sus mejores prendas. En este caso saca sus utensilios y deprisa y corriendo pinta a los pies de las montañas una delicada calina, inunda lo valles de luz, pinta las luces del crepúsculo de un bonito color ámbar, da unas pinceladas de malva por aquí y por allá, pinta de oscuro la cumbre de la Maliciosa como haciendo de ella un marco y zas, ya está. En ese momento un servidor asoma la cabeza por la Cuerda Larga por encima del arroyo de Valhondillos y ni cansancio ni leches, tengo que salir pitando a recoger en mi cámara toda esa belleza que la tarde ha esparcido por los alrededores para mi placer y disfrute. Lejanas montañas que a la luz de mediodía apenas dicen nada, las dos Machotas, Abantos, y detrás el alto el Mirlo y cerro la Escusa y toda la Sierra del Valle, se llenan de la delicada luz de la tarde que yo recojo con mi cámara corriendo de acá para allá y haciéndome un lío con el wifi de la cámara y el teléfono, pero que al final resulta, que sí, que al final, antes de que la tarde guarde sus pinceles ya he conseguido recoger en mi cámara oscura este inesperado regalo.

Y recojo y tiro para arriba, una pequeña prominencia rocosa antes del collado de peña Vaqueros, que me ha parecido ver algo que puede ser un vivac de piedras, y llego y joder, que otro ángel me ha preparado allí un vivac de lujo, chiquito pero abrigado y no sólo eso, que ha tenido el detalle de dejarme en un rinconcito suficiente nieve para cubrir todas mis necesidades de agua. Desde que ha llegado la nieve ahorro dos kilos y medio de peso, que no es poco. Total que me instalo, pero todavía estaba ahí la tarde poniéndose de caramelo y he tenido que volver a sacar la cámara que andaba reclamando mi atención. Porque esta tarde no hay otro sujeto fotografiable que las lejanas sierras del oeste que todavía dan una vuelta de tuerca más para embellecerse con las tonalidades cálidas del final del día.



Miré por la mañana desde casa el panorama lejano de las montañas y pensé en dos destinos, o el pico Zapatero en la sierra de la Paramera, que recortaba su perfil accidentado allá entre Sierra del Valle y la Almenara sobre Robledo o acaso mejor la Cuerda Larga, un itinerario desde la Angostura que Pedro Nicolás hace tiempo había comentado en su muro y del que posteriormente tuvo la gentileza de enviarme el track. Opté por este último itinerario. No hacía falta llegar hasta Cabezas de Hierro. Se habrá visto ya de tiempo atrás que hago colección de cumbres, reminiscencias de la infancia de cuando coleccionaba cromos. Cabezas ya la tenía, así que busqué un punto entre Asómate de Hoyos y ésta última y decidí vivaquear por ahí. Y es que con el año y un poco más que llevo coleccionando vivacs sobre las cimas, como me descuide se me van a acabar y después no hoy a saber que hacer :-).

Bueno, pues es que por aquí, desde la Angostura, no había subido nunca. Cuando era jovencito tenía cierta propensión a no usar caminos, o quizás no los conocía o los viejos mapas del Ejército no los recogían, el caso es que andaba casi siempre campo a través, lo que significaba volver a casa cada fin de semana con las piernas llenas de los arañazos de los piornos y las malezas. Ahora me he vuelto más civilizado y procuro ser más práctico, por eso aproveché el track de Pedro, dado que  mis mapas no tienen senderos en esta zona.

Un bonito recorrido, tranquilo, de bosque sin sendero al principio pero que se camina bien hasta alcanzar la ribera del arroyo de Valhondillo, donde se coge una senda bastante apañada y que te lleva todo el rato junto a la música de unas aguas saltarinas y animosas que hoy bajaban hinchadísimas y acompañaron mi andadura con su fresca y revoltosa música.

Mi memoria, que es muy mala, guarda sin embargo de este tramo de la Cuerda Larga un vivo recuerdo de los sucesos de un invierno de hace más de medio siglo. Lo he contado hace tiempo en este blog, pero recurro a ello no obstante porque hoy precisamente dormiré en el mismo lugar de los hechos que relato a continuación.

Quizás fuera el segundo invierno que salíamos a la montaña. Se nos había hecho de noche en Cotos. Probamos pasar la noche en el túnel del tren, pero aquello nos pareció tan inhóspito e improcedente para nuestro espíritu romántico de entonces que decidimos buscar un lugar más acogedor. Total, que comenzamos a andar, llegamos al río Manzanares, nos animamos más, y aunque la noche era muy fría decidimos subir a Cabezas de Hierro y dormir por allí. Los crampones mordían bien en la nieve dura y subimos a Cabezas sin mayor dificultad. Era bonito aquel paisaje del llano madrileño visto desde el frío inhóspito de las cumbres. Desde allí seguimos la Cuerda Larga en dirección a la Najarra. Probablemente, entre las rocas donde he montado mi vivac, encontraríamos una de esas bañeras que forma la nieve junto a las grandes rocas y allí dispondríamos todo para dormir. Hoy soy incapaz de recordar el espacio y las circunstancias de aquella situación. Emiliano de Diego era mi primer compañero de montaña, con él hice mis primeras armas y tuve los primeros maravillosos encuentros con ella. No llevábamos tienda, sólo el saco de dormir. No recuerdo cómo organizamos aquello o las precauciones que pudiéramos tomar; el frío seguía siendo intenso y el hielo requería el uso de crampones. A partir de la llegada a la cumbre de Cabezas mis recuerdos desaparecieron hasta el mismo momento en que me desperté en medio del sueño sobresaltado por un movimiento repentino: mi saco, y yo dentro, había empezado a deslizarse ladera abajo sobre el hielo. Mi recuerdo vivo es la velocidad creciente y la imposibilidad de hace nada a través del reducido agujero que había quedado abierto en el saco; la suavidad del deslizamiento primero, los dedos intentando hacer mella en la nieve para frenar mi caída, algunos pequeños golpes contra alguna roca que sobresalía en el hielo y la sensación cierta en ese momento de que había llegado mi fin, de que un descuido estúpido me llevaba a la muerte en el medio de la soledad de la noche. Unos segundos más de inciertidumbre, de despedida y enseguida un golpe más fuerte, el saco de dormir que se desgarra y de repente la quietud total. El saco se había quedado milagrosamente prendido de una roca no muy grande que sobresalía de la nieve. El liviano tránsito entre la vida y la muerte quedó suspenso en los minutos que siguieron cuando con infinitas precauciones y movimientos contenidos poco a poco logré afianzar mi posición entre las pequeñas prominencias rocosas. Una insignificante protuberancia sobre el hielo en una noche de fría luna fue la causante de que no se interrumpiera mi vida aquel día.

Esta noche, confortablemente instalado en el saco, recuerdo aquello con una sensación de profundo recogimiento, la certeza de que mi vida pudo terminar en esta misma ladera me llena de un sentimiento indefinido, acerado, frío, sin respuesta, sin sugerencias.

Frente a mí, orlado por las rocas de mi vivac, abre sus brazos Orión. Lo infinito del firmamento y la precariedad de nuestras vidas se miran a lo ojos en silencio, un profundo silencio…


 




 


No hay comentarios: