Refugio-chozo de Los Cervunales, 8 de enero de 2022
Cuando sale a colación el ego parece que siempre hubiera de ser para
fustigar nuestra humana disposición a engordarlo, que ya se sabe que siendo
como somos cada uno el centro neurálgico desde el que observamos la realidad,
ese mundo que se extiende a nuestros pies y que sólo tiene sentido mientras
estamos vivos, que después échese cebada al rabo, que tanto monta; parece, pero
que considerando el aspecto lúdico de esa realidad que nos ha tocado vivir,
bien merecería la pena tener en cuenta la diversión que es capaz de
proporcionarnos nuestro yo cuando nos aprestamos a observarlo como quien
contempla una obra de teatro, tantas veces cómica, tal como expresaba
Shakespeare con aquello de que la vida no
es más que una sombra en marcha, un mal actor que etcétera… etcétera, o
Cervantes cuando, acaso observando muchas de sus disposiciones personales o
ajenas, se apresta a crear esos disparatados personajes, a la vez tan reales,
que son don Quijote y Sancho.
Torozo desde la carretera de Hoyos |
No me imagino yo de otra manera a Cervantes, que siendo tan divertido
reírse de uno mismo contemplando muchos de nuestros actos y pensamientos,
cuando a solas estamos con nuestra mismidad, tontería sería no aprovecharlo
para divertirse escribiendo. Hace un rato, por ejemplo, especulaba yo después de
patear por un momento la nieve junto a la cumbre del Torozo para hacerme una
plataforma donde instalar mi vivac, sobre lo razonable o no de lo que estaba
haciendo, teniendo como tenía a diez minutos el pequeño y simpático refugio de
los Cervunales. Razonable porque no estaba claro que el tiempo estuviera como
para hacer vivac con aquellas nubes que se veían por allí arriba, con ese
viento que soplaba del oeste. En fin, que dejé de patear la nieve y sopesé ese
“grave asunto” :-), que puestos a ello ca
cual es capaz de revestir de trascendencia cualquier tontería, que días atrás
estuve en la tesitura de pedir el divorcio :-) porque a mi amantísima esposa,
mi chica del alma, vamos, llevó una larguísima conversación sobre la
conveniencia de madrugar o trasnochar a un punto tal que cerca estuve de tirarme
por el balcón. Y que entre si vivaqueaba o no, que ese era el asunto que me
asaltó fabricándome una especie de bañera entre la nieve, se peleaban por
prevalecer en mi pensamiento mi bucólica disposición a dormir bajo las
estrellas, hoy más bien bajo las nubes, con doña comodidad que apelaba a la
cordura de un refugio a resguardo visto que las condiciones del tiempo no eran
las más adecuadas para dormir al sereno. Que don Quijote viera gigantes donde
la simpleza de Sancho sólo observaba molinos de viento tiene una lectura que
cualquier hijo de vecino puede aplicarse perfectamente a sí mismo.
Cuando uno es capaz de observarse bajo este prisma cervantino la vida puede verse como un sainete. Y bueno, que ya está bien, que mi ánimo ante estas situaciones no necesita mucho para enrollarse ad infinitum, siendo capaz de resucitar la entera egoteca de los libros que pueblan las estanterías de mi cabaña que año tras año se han ido llenando unas veces con fantasías quijotesca y otras muchas dándole a la manivela de los asuntos que le pasan a uno por la cabeza, y por consiguiente acercándome peligrosamente a aquella situación de empacho libresco y febril que cogiera don Alonso Quijano antes de volverse loco-cuerdo. Punto y aparte.
Y el caso es que al final dejé lo del vivac y me bajé a dormir al
refugio, que es lo más acertado que pude hacer porque, amén del viento que
sopla un poco delirante contra los muros de la choza, el cielo se ha cubierto
como para ponerse a nevar, y mira tú si tal sucede y quedo enterrado bajo una
inesperada nevada.
Un refugio chiquito, íntimo, como los que gusta mi amigo Jose Antonio y
que me recuerda la soledad de aquel otro de Regajo Alto bajo el Belesar, con la
diferencia de que éste se encuentra casi a tiro de piedra del puerto del Pico.
Con el suelo un poco inclinado, eso sí, que si se descuida más parece un tobogán
que otra cosa, pero con chimenea y una buena cantidad de leña, de la que no he
hecho uso por no verme obligado, como corresponde y hacía Dersú Uzalá, a
reponerla mañana por la mañana, que no está por aquí el horno para bollos como
para ponerse a recolectar leña entre los piornos.
El Torozo, amén de ser un excelente entorno para escalar, su vertiente
sur presenta unos atractivos escarpados que han servido al amigo Gustavo Adolfo
Cuevas y a otros para pasar largas temporadas diseñando hermosas vías en su
granito, es una montaña bella que tanto desde el sur, donde un encuadre con el
primer plano del castillo de Mombeltrán y el fondo atrevido de la montaña
serviría para un cuadro de Turner o Friedrich, como desde el noroeste, que viniendo
del circo de Gredos por la carretera, ofrece siempre un aspecto bello y
atrevido. Esos atardeceres cuando regresas del Circo y te encuentras estas
cumbres incendiadas por el sol del final del día, es una estampa que guardo en
la retina cuando regresando de Hoyos me aproximo a Venta Rasquilla, la obligada
parada de vuelta de Gredos donde siempre nos esperaba una espumosa cerveza
colofón de un día más de aquellos años de juventud dedicados a comernos el
mundo.
Refugio de los Cervunales |
Hoy tuve una muy rapidita sesión de fotos en la cumbre. El atardecer
estaba sólo discretamente fotografiable y el frío y el viento no ayudaron
mucho, pero quedé satisfecho. Cuando al gusto por alcanzar una cumbre se suma
un bello crepúsculo pareciera que uno concluyera una jornada como quien hace de
ella una pequeña obra de arte. Se dice en algún lugar de El Gatopardo,
de Tomasi di Lampedusa, que en la existencia de un hombre de setenta u ochenta
años hay quien vive sólo apenas unos años. Días como estos se suman tanto a los
años de la existencia como a los de la vida.
La una de la mañana. Me dormí nada más cenar, me desperté sobre las
once, me espabilé con la escritura y ahora, cumplida ésta, sólo me queda
despedirme y augurarme un placentero sueño, ello si el viento, que suena
endemoniadamente, me lo permite.
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