Cueva Valiente al fondo y refugio de la Salamanca |
Cerro
de
Fin de
tarde en lo alto del Cerro de
Peña Blanca desde Cerro de la Salamanca |
A
última hora no sabía donde instalar mi vivac para protegerme del viento del
sur. Inspeccioné el fondo de una trinchera cercana pero ello me impediría
contemplar el amanecer sobre
El
viento entreteje su música en las rocas del muro junto a mi vivac. Esta mañana
me preguntaba por qué me había dado a mí de repente por largarme a la sierra a dormir
precisamente hoy. Aparte de que generalmente no sé el día de la semana en que
vivo, me parecía que hubiera sido ayer o anteayer cuando subí al Cerro de
A la izquierda Cabeza Lijar. Al fondo la Maliciosa |
Para no
romper la costumbre que he cogido últimamente de leer en la cama antes de
dormirme, hoy fue un libro lo primero que metí en el macuto, una selección de
cuentos de autores rusos. Las noches anteriores fueron algo inquietantes porque
me dormí leyendo al Messner que escalaba el Everest en solitario y que mantenía
un diálogo consigo mismo controvertido que luchaba entre continuar hacia la
cumbre o descender la montaña. Tengo que decir que cuando terminé el libro me
jodió montón cómo lo hizo. En el libro anterior que leí, en el que se narra su
ascensión con Habeler, me sucedió algo parecido. Messner es tan egocéntrico,
tan el centro del mundo en el que se mueve, que olvida cosas fundamentales en
la conclusión de sus libros. En el de Habeler, haber hecho honor a los sherpas
desaparecidos o enfermos y acaso algunos detalles de agradecimiento a Habeler,
y no por el contrario sacar a relucir la reticencias de éste a subir sin
oxígeno. Y en el de la ascensión solitaria es fragante el olvido que hace de
Nena Holguin, su fiel y enamorada compañera que tanto contribuyó a su éxito y
que enriquece en tantos momentos el texto con sus apuntes de diario. Lamentable
ausencia. En el viaje de vuelta hacia Lasha, después de su ascensión,
inesperadamente la voz de Nena desaparece y ya no volvemos a saber nada más de
ella. Messner ha alcanzado la cumbre del Everest y tras ello sólo parece
hurgarse en su propio ombligo
continuando con la descripción de las pelotillas que va encontrando en él. La
leche este hombre. Puedo asegurar que yo como lector hubo un punto en que
estaba mucho más interesado por la historia paralela de las relaciones con Nena
que por su relación con el Everest. De hecho posteriormente indagué en Internet
porque me intrigaba la historia de esa mujer, Nena Holguin. Sólo logré
encontrar alguna foto en la que se la veía caminando por la montaña, ella con
mochila y Messner con un niño a la espalda. En
Bueno,
y yo estaba hablando de… y ya me he ido
por los Cerros de Úbeda. Pausa. El firmamento. Una estrella fugaz cruza entre
Vega y Deneb. Altair, y al otro lado Casiopea, apenas las deja ver la
contaminación lumínica de Madrid. Decía más arriba que las noches anteriores
fueron algo inquietantes en torno al collado Norte del Everest, pero hoy cambié
de tema y época, quería dejar un poco de distancia con el Everest y Messner,
aunque también es cierto que anduve indagando ya por un libro que relata su
ascensión al Nanga Parbat, no la del suceso con su hermano Günter, pero no
encontré ninguna edición escrita en cristiano, sólo en alemán, que para mí es
como si estuviera escrito en arameo. Sí, que aunque estoy reñido con el
egocentrismo de este hombre, también es cierto que ese mundo interior que
expresa en sus libros es algo que me atrapa. De momento esta noche, mientras la
luna se alza sobre el muro que me protege del viento, tengo para un buen rato
de lectura con esa colección de cuentos de autores rusos: Isaak Bábel, Bulgakov,
Chéjov, Gorki, Pushkin… unos autores, junto a Dostoievski, Tolstoi, Boris
Pasternak, Gogol o Mijaíl Shólojov con su El
Don apacible, y un ambiente con los que me parece haber vivido un dilatado
tiempo a lo largo de mi vida en los caminos nevados, los salones, el invierno y
sus posadas, los coches de tiro; nombres que suenan en mi memoria como pueden
hacerlo el de los amigos de juventud. Últimamente he vuelto a entrar en uno de
esos periodos en que las horas y los días se me pasan entre las páginas de un libro.
Me dice
mi amigo Paco que le diga al otro, “al Toño de loa cojones”, él mismo, que me
regale todos sus libros, que yo los sabré aprovechar mejor. ¡Ay!, amigo Paco,
no se trata de tener toda
A mi
derecha sobre el firmamento caminan ahora de la mano
Pues que cuando me dormí estaba completamente
despejado y tres horas después me despertaron las gotas de agua sobre los ojos.
Aguanté un buen rato a ver si paraba, pero ni flores. De golpe empezó a llover
un poco más seriamente y hube de apresurarme a meterme yo y toda mi
indumentaria en la manta térmica. En un plástico de esos siempre la
condensación deja todo empapado, pero bueno, tampoco la lluvia duró toda la
noche.
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