Noche en Lanchamala. Baile matinal y Teresa de Jesús que emula a Juno.



 


Lanchamala, 23 de septiembre de 2022

 

Hoy vivaqueo bajo el palio de Lira; sobre el zenit del firmamento el brillo de Vega es tenue todavía y apenas se esbozan las alas de Águila. He descansado un buen rato en el saco mientras como unos cacahuetes y un poco chocolate. Ahora el macuto según pasan los días irá pesando cada vez más; hoy ya tuve que meter la tienda y la capa de agua, que la semana pasada los del tiempo se equivocaron y a mitad de la noche se puso a llover y tuve que refugiarme en la manta térmica. Más peso, porque además he subido la Nikon y el trípode, y es que cada vez que veo las fotos que hice este verano en Alpes con mi miniteléfono me da algo. Quise ahorrar peso a toda costa y la cámara se quedó en casa y como consecuencia el verano, que tanto merecía por las tantas oportunidades que hubo de sacar buenas fotografías, quedó ayuno de imágenes con que alimentar en el futuro mi memoria. Ahora, como penitencia por no haber llevado la cámara entonces, mi macuto y mi espalda sufren las consecuencias.

Sierra de la Paramera

Así que veo llegar el frío con reticencia, equipo de agua, tienda, equipo fotográfico, saco acorde con las temperaturas más bajas… y si pienso también en el invierno, crampones, las raquetas de nieve, el plumífero, ya veo a mi espalda poner el grito en el cielo, que desde que tengo que cargar con tres litros de agua para que a su vez mis riñones no se enfaden, ésta ya ni me habla. Así que los ochocientos metros de desnivel hasta el puerto de Navaluenga ya hicieron que mi espalda empezara a refunfuñar. Y no te digo cuando perdí el sendero y hube de trajinar a brazo partido con los piornos, entonces es que no me dejó en paz, que empezó a aporrearme de tal modo diciéndome que era un gilipollas por no haber buscado con más paciencia los hitos en vez de haber tirado campo a través. Yo sabía que ella tenía razón, que me había despistao y me había metido a lo tonto a lo tonto en un fregao, pero no podía hacer nada; tuve que darle un pequeño descanso en medio de esa batalla piornera.

Al fondo de derecha a izquierda Cerro del Mirlo, Cerro de la Escusa y la Atalaya

De todos modos cuando llegué al collado fui todo mimos para ella. Allí todos descansamos un rato dando gusto a la entera banda que había salido hoy a darse una vuelta por el monte con intención de pasar noche en la cumbre del Lanchamala, todos, mis piernas, mi espalda, mis pulmones, mis riñones, hasta el macuto quedó allí despanzurrado por el suelo mientras nosotros entreteníamos nuestro yantar con un poco de jamón serrano, algunos frutos secos y algo de chocolate.

La omnipresente merendera en esta época

Me sonreí pensando cómo había decidido esta mañana de repente largarme al monte. Estaba bailando al ritmo ese de Volare oh, oh, / Cantare oh, oh /Nel blu, dipinto di blu/Felice di stare lassù… de Domenico Modugno. Pues que estaba bailando y recordé cierta mañana del pasado invierno en que vivaqueaba en medio de la nieve en Bailanderos cuando me sorprendió un caminante madrugador en plena faena. Me había despertado de muy buen humor y ni  corto ni perezoso salí del saco, me calcé las botas y me puse a bailar. Precisamente era esté tema el que los caprichos del móvil puso en antena entonces. No fui consciente de que tenía un espectador hasta que le tuve encima. Era un señor de edad metido en un pluma. Muy circunspecto él se limitó a sonreír y a darme los buenos días. Cualquiera lo diría, pero el tímido que llevo dentro no hizo otra cosa que devolver el saludo y continuar bailando, eso sí, con una ancha sonrisa en los labios.

Cercanías del Lanchamala que asoma la cabeza en el centro derecha

Mi costumbre de bailar por las mañanas nada más levantarme la he extendido con frecuencia a las mañanas que vivaqueo en el monte. Además de ser un buen ejercicio de estiramientos es mano de santo para cuando uno se despierta apático o enfurruñado. Mejor estaría bailar acompañado pero la única vez que esto sucedió no logré que mi acompañanta se uniera a la fiesta. Un día que dormí con mi amiga Nuria en el Gargantón lo intenté, pero fue imposible convencerla. Qué mejor sitio para bailar, insistí, que “este incomparable marco de la naturaleza”. Pero nada, ni la recurrencia a Rodriguez de la Fuente logró moverla del saco. Un día que vivaquee con el amigo Santiago Pino se lo voy a proponer; seguro que me dice que nanáis, me miraría como si fuera un marciano, seguro; o se lo propongo al amigo Cive, que aunque está un poco gordo éste se apunta a todo siempre que se lo permita su cardio. En fin que bailando esta mañana me acordé de Bailanderos y el baile y terminé diciéndome que mañana, por qué no, debía comenzar el día bailando en la cumbre de una montaña. Así que dicho y hecho. Desayuné, hice un par de cosas en la parcela y a las doce ya estaba en la carretera camino de la Sierra del Valle.

En cierta ocasión una cámara indiscreta me pilló de esta guisa


No os lo vais a creer pero después del puerto de Navaluenga, mientras sorteaba piornos y buscaba por aquí y por allá algún que otro hito, no hice otra cosa que acordarme de Santa Teresa de Jesús. Cosas de mi cerebro, que ese también se las trae, que a veces es más rarito que su dueño. Pensaba sin más en cuando esta mujer, arrobada por la presencia de la divinidad, que la fuerza de su imaginación había logrado hacer presente, comenzaba a levitar. Siempre me había parecido un poco chunga esa situación, porque a mí lo de levitar también me sucede pero no suele ser por la presencia de Dios, sino más bien por la presencia imaginada de alguna fémina capaz por sus encantos, su sonrisa o su mirada vestida de deseo, de producir como por arte de magia la levitación, no del cuerpo entero que para eso se necesitan ingentes cantidades de venusiana energía, sino la otra más modesta del ensoñamiento fálico.

El Circo de Gredos asomaba a lo lejos como un Valhala habitado por los dioeses

Pa mí, digo, que sin ella saberlo la fuerza de la imaginación de Teresa de Ávila debía de provenir de alguna sinapsis o complejo neurotransmisor trastocados que provocaban en ella una transposición libídica en donde el falo corriente y vulgar era sustituido por aquel otro de la divinidad. Teresa-Juno/Dios-Zeus. Zeus y Juno amándose y folgando en los brazos de una espesa nube rodeada de azafranes y jacintos mientras troyanos y aqueos se partían el espinazo en el campo de batalla. Vamos, que lo de la santa no  sería que levitara sino que lo que sucedía era que su imaginación era suficientemente portentosa como para que se produjeran en ella milagros de índole erótico. Cosas que en su tiempo eran imposibles de determinar dado que por entonces no había nacido un tal Sigmund Freud.

Creo que lo que sucedió más tarde es que me volví a meter en un berenjenal de piornos y por tanto se me cortó la leche. Ya no pude volver a recuperar a Teresa de Jesús. Es un poco triste, pero es que probablemente al final, dado que era virgen y no conocía varón, lo que sucedía tenía que ver con ese concepto que desarrolló más tarde el psicoanálisis llamado sublimación, en pocas palabras que teniendo el cuerpo a rebosar de energía libídica ésta buscara salida por la puerta más a mano produciendo en ese instante de eclosión el éxtasis, que nosotros llamamos orgasmo. Orgasmos que sin lugar a dudas igualmente te pueden llevar al éxtasis.

Decía que se me cortó la leche, pero sí, no lo parece. Me había demorado tanto con los piornos que el sol empezó a hacer su guiño de despedida cuando todavía me quedaba una cuesta por medio para llegar al pirulo del Lanchemala. No quise apurar y en un alto desde donde podría ver amanecer  instalé sin más mi vivac.

 



El otoño empieza a dorar las hojas de los robles

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Alberto, donde eres? Estoy en Andalucia. Escribes una e-mail? Saludos El Canoa Caminante. Aprendo Espanol...

Alberto de la Madrid dijo...

Hola, Canoa Caminante... jaja... me gusta eso de canoa caminante, un complemento ideal con el que yo he soñado alguna vez pero que ya no me da tiempo a cumplir, lo de la conoa, quiero decir, que muy a mi bonito sería el poder irme un verano a Canadá a remar por los solitarios ríos del norte. No entiendo bien eso de "escribes un email", pero bueno, ahí está el mío por si lo quieres usar.
albertodelamadrid@gmail.com
Un saludo