El sentimiento de la montaña. Noche en Cabeza de la Braña

 


Cabeza de la Braña, 8 de marzo de 2023

 

"Cada montaña es, en realidad, un peregrinaje hacia el fondo de nosotros mismos". (Sebastián Álvaro)

 A veces me pregunto que llevando como llevo años hablando en este blog sobre un puñado de realidades en torno a la montaña, sentimientos, sensaciones, silencio, soledad, esfuerzo, plenitud, etcétera, un puñado de variables en que todo aquel que ama la montaña se ve envuelto a menudo, si no se me acabará la cuerda antes de que la palme. Me lo pregunto porque hay cosas que se sienten con tal incisiva hondura, que pareciera que formando ya parte de uno hablar o escribir, supusiera algo así como ese “te quiero” que derrochamos en nuestro interior para amigos, pareja, hijos, todos aquellos que forman parte de nuestra vida. Las montañas entre ellos.

A diario repetimos actos, decimos parejas cosas durante la comida, en un rato de conversación, sea quien sea quien esté al lado, en mi caso con la hortelana, mi chica, y no parece que nos cansemos. La vida cotidiana tiene mucho de repetición. También lo tiene la música, el rumor de las olas, la lluvia, y nos encanta. Pues con esto de los sentimientos que levanta la montaña sucede algo parecido. Yo, en este momento vivaqueando en una de las cumbres de Guadarrama en soledad, metido en el saco y escuchando la lluvia repicar en el techo de la tienda, qué voy a contar si no hablo de ese delicado placer de escuchar la lluvia, de recordar el día de hoy entre viejos amigos con los que comparto esta cosa del monte desde medio siglo atrás, hablar del frío y de la niebla, del recogimiento que se produce en el interior de uno en medio de estos montes que son nuestros montes de toda la vida.

Y es que no soy yo solo el que nutre su escritura con estas cosas. Yo me trago los libros de montaña pero especialmente los aprecio cuando ellos son capaces de maridarse con mis propios sentimientos, que por otra parte creo universales en todos los que vivimos la montaña con cierta pasión. Ayer mismo, que esperaba por mensajería el volumen de El sentimiento de la montaña, de Martínez de Pisón y Sebastián Álvaro, y que mientras tanto para abrir boca estuve viendo una entrevista en YouTube en que presentaba el libro, ya me encontraba tras cada comentario un parecido discurso al que me sale a mi de dentro cuando caminando por Alpes entre junio y septiembre, al final del día me dedico a llenar un par de folios para mi acostumbrado diario-blog de Caminar cada día. Cuando termino el verano y me encuentro con un amigo casi siempre alguno me pregunta que cómo hago para largar semejante rollo diario durante dos o tres meses. No sé cuántas páginas tendrá el libro de Eduardo y Sebastián, pero con ese título ya adivino el larguísimo relato a que puede dar lugar. Si a ello le sumas cuestiones colaterales de arte, impresiones múltiples que te asalten, lluvias, tormentas, niebla, fatiga, momentos de plenitud, o te dedicas a especular si la belleza está en las montañas o en los ojos del que mira, la verdad es que sí, sí es posible llenar páginas y páginas con lo que sucede dentro de uno, con lo que te rodea, con los sentimientos que te suben por dentro como burbujas de champán.

Hoy, por ejemplo, que volví a pasar una jornada con los amigos del Navi, una jornada que siempre me deja un gusto muy especial por dentro, podría llenar unas cuantas páginas, esa ligera niebla que se escurría junto a las pequeñas cascadas, los pedregales cubiertos por ese precioso verde brillante con que se viste el musgo sobre el granito, los  jarales preparándose ya para vestirse de gala en la primavera que se avecina, los chascarrillos de los compañeros, Pedro jugando con Margarita y Victoria a hacer de don Juan, Martín dándose un pequeño porrazo, el río derramando la nieve de su espuma en pequeñas cascadas.

Coño, si es que el mundo es tan bonito que cómo no cantarlo a cada momento. Ahora mismo, sin más, que ha empezado a llover fuerte sobre la tienda; ese delicado tac tac tac que hoy es como una caricia, la brisa, la soledad. El mundo de fuera y el mundo de dentro, que también éste tiene su gracia, que pareciera muchas veces que éste viviera en medio de las alturas al ritmo de esa melodía de la Pastoral que puebla todo el primer movimiento de la Sexta Sinfonía. Y no digo si estás metido en una pequeña tienda en medio de una tormenta en alta montaña, en donde ni lo más grandioso de Mahler o Beethoven puede igualar lo que en tales circunstancias corre por tu ánimo.

Pessoa decía que las sensaciones son lo mejor que tenemos en este mundo; de ahí la necesidad de que cada cual se busque la vida para que éstas sean un delicado manjar. Las sensaciones se me parecen a mí como el estado que precediera a los sentimientos; no sé, o quizás sensaciones y sentimientos acaso formen un magnífico dueto en esa partitura que se escribe con frecuencia en la montaña cuando se dan cita momentos de especial simbiosis con ella.

Ahora llueve con fuerza, la tienda se mueve con cierta violencia. Me decía Fernando Vázquez hace un rato, cuando les invitaba a que alguno me acompañara a vivaquear, que imposible teniendo como tenía en casa un colchón nosequé de cómodo. Y le contestaba que mis 400 gramos de colchón de aire es lo mejor que se ha hecho en colchones y que duermo en el monte mejor que en casa. Es todo un lujo estar cómodo como en tu propia casa en medio de esta lluvia.

Las sensaciones fluyen delicadas, sedantes, gratas. Y  recuerdo en este momento a Matthiessen en El leopardo de las nieves, ese magnífico libro; en alguna parte del Himalaya escribe: “Siento una inmensa gratitud por estar aquí… No estoy aquí para buscar la «sabiduría loca». Estoy aquí para estar aquí, como estas rocas, como el cielo y la nieve, y como este granizo que cae desde lo alto”. En mi caso estoy aquí para estar aquí, como está la lluvia, el viento, la noche, la soledad.

Y ese tiempo del que hablaba durante la comida con Margarita, Julián y Carlos, que cada vez transcurre más rápido, aquí se ralentiza, se aquieta, se convierte en pura percepción del momento. Escribe Matthiessen un poco más abajo: “Ahora entiendo mucho mejor la afirmación de Einstein de que el único tiempo real es el del observador, que lleva consigo su propio tiempo y espacio”.

Sensaciones, sentimientos. Y no sé qué caminos han recorrido esta noche mis pensamientos para llegar a Matthiessen, pero si trato de indagar acaso lo encuentro. Primero fue el libro de Pisón-Sebas en lo que pensé, de allí recordé el libro de Eduardo El territorio del leopardo, en el que cita con frecuencia a Matthiessen. Y después, como el pensamiento es así de caprichoso, de Matthiessen pasé a Tesson, autor de otro libro con el mismo título que el de Matthiessen. Y de ahí voy a que mañana, por hoy, podré conocer a Tesson al que premian en la Sociedad Geográfica Española, y que en ese mismo acto, al que asistiré con Victoria, gracias tantas por ello a Pedro Nicolás por su invitación, nombran miembro de honor de dicha sociedad a la mejor alpinista de todos los tiempos; obviamente, Silvia Vidal, el amor de mi vida. En serio, estoy enamorado de esa vida que lleva esta mujer, de su vida, de su filosofía. Yo siempre he tenido muchos proyectos para mis próximas reencarnaciones, de hecho ya tengo ocupadas seis o siete de ellas, por ejemplo, volar en parapente, emular a Julio Villar y dar la vuelta al mundo en solitario en una cáscara de nuez de siete metros de eslora, hacer submarinismo… en fin, pero después de conocer a Silvia (¡ojalá la podamos liar mañana para comer con un grupo de amigos!), renuncio a todos mis proyectos de todas las reencarnaciones para sustituirlas por una en que pueda lejanamente tener un valor parecido al de ella como para perderme por años en las montañas del mundo con lo totalmente imprescindible; nada de gps, teléfono, nada… Joder, qué mujer.

Y como parte del post hoy se cuece con citas de Matthiessen, ahí va otra que viene al caso: “La sensación de tener a mano las cosas imprescindibles para la vida, o la de viajar ligero de equipaje, provoca un aumento de energía y tiene un efecto estimulante. La simplicidad es el gran secreto del bienestar”. La simplicidad es el gran secreto del bienestar, sí, sobra un sofisticado andamiaje filosófico que intente justificar una vida simple frente a las aspiraciones de la generalidad de nuestra sociedad. El secreto del bienestar está en la simplicidad.

Llueve. Bendita lluvia. Intemporal, monótona, sedante. Prefiero vivaquear a la intemperie y dormirme mirando las estrellas, pero también me encanta caer en los brazos del sueño bajo el cadente sonido del agua sobre el techo de mi tienda. Echo una ojeada fuera. No se ve ni pijo. Niebla. Hoy dormiré en medio de la nada. Buenas noches.

 

Por cierto, que siento no haber podido participar hoy en la mani. Dejo aquí un muestrario, la simpática sonrisa de una fémina que Rafael Bastante recogió con su cámara.

 

 

 

 

 

 


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