Cumbre de Peñalara, 15 de marzo de 2023
Miércoles 15 de marzo. Las dos de la mañana. Oigo una voz que me dice: deja los libros de montaña al menos por un rato, leches. Llevo muchos días pegado a ellos, así que hago caso y entonces me voy de nuevo a la vida de Pizarnik. No sólo sobre los grandes personajes, las grandes novelas de siempre, a veces es necesario leer otras cosas, sufrir con el prójimo, aproximarte a lo que otros sienten, vivir la cotidianidad de personajes interesantes. Los dibujos de Müshell son tan atractivos… se ve que se ha leído todo Pizarnik, se ha hecho hermana de la poeta y sufre con ella, la acompaña a todos los lados, su infancia, sus versos, su angustia, su dolor. Y naturalmente sufre su influencia. Lectura con música de nuevo. La autora oye a Bessie Smith y yo hago lo propio, escucho a Bessie Smith. En las posteriores entradas del diario paso a escuchar a Françoise Hardy. Pero después de dos horas de lectura, con el pecho henchido de ese dolor que produce leer el libro de Ana Müshell, creo que debo descansar; entonces echo mano de un par de volúmenes que me llegaron días atrás de Antonio J. Ruiz Munuera, Polvo de Glaciar y La luz del Yosemite, un valenciano que me ha caído muy bien nada más conocer la existencia de su escritura y sus fotografías. En los altavoces suena ahora Rain Dogs, de Tom Waits. Me decido por La luz de Yosemite, recomendación expresa de Ramón Portilla. Nada más abrir el libro me recibe una hermosa acuarela y la enumeración de los ingredientes de que está compuesto el libro, un puñado de escaladores, obviamente, pero sorpresivamente y mezclados con ellos, mira por donde, me encuentro con Emerson, Thoreau o Emily Dickinson. Ja, vaya menú, me digo, y me acuerdo irónicamente de aquello que escribió Emerson en Confianza en uno mismo, en donde afirmaba con cierto brío que el viaje es el paraíso del necio. Afirmación que pone de manifiesto que los sabios también yerran. Y enseguida me pregunto de qué manera Antonio incluirá estos ingredientes en el contexto del Yosemite, especialmente a Emily Dickinson. Sólo un rato de lectura. Mañana quiero despedir al invierno durmiendo una vez más en la cumbre de Peñalara.
Doce horas más tarde me encuentro en el sendero que lleva a Peña Citores. Hace sol y el paseo pinar arriba es agradable lo suficiente para dejar volar la imaginación. Y así recuerdo una viñeta que tras el desayuno vi en la página de Miguel Ángel Gárate. La de aquí abajo.
Hablar de
la pirindola, como diría un amigo, es cosa de mucha enjundia; la pirindola, el
falo del que otras culturas menos mojigatas que la nuestra hicieron motivo de
adoración, símbolo de la fuerza vital masculina, está la pobre tan anatemizada
que hasta
Así que como de momento no tengo otro tema a mano,
hablemos de la pirindola y de coños, esos que una manifestante del 8 de marzo,
reclamaba como origen del mundo en lugar de la famosa costilla. Aunque dudas
tengo no vaya a resultar inconveniente, que estando tan tocados como estamos por
los lastres de la religión y por las convenciones al uso, no sé yo. Y es que
últimamente me aparece diariamente una publicidad en FB que me da que pensar
que todavía hay una grandísima multitud que vive en las nubes auspiciadas por
la religión católica. Que sucede que algo que concierne al mejor de los regalos
que le podemos hacer a nuestro cuerpo deba vivir sepulto so pena de que alguien
te destine a las calderas de aceite hirviendo de Pedro Botero, da que pensar.
Sí que usted puede hablar del gusto que le da echarse al cuerpo una espumosa
birra en el mes de agosto, pero que ni se le ocurra dar cuenta del gusto que le
ha dado a usted a su pirindola aquella mañana mientras zangoneando en la cama se
le apareció la mirada sugerente de uno de esos ángeles que pueblan el universo
femenino.
Después de la experiencia última en Gredos con el hielo
hace un par de semanas, decidí que mejor metía los crampones en la mochila,
pero como si quieres arroz Catalina, los restos del hielo y nieve están
aguachinaos ya por el sol de la primavera que asoma las orejas por el
horizonte. Pequeñas manchas de nieve, algo de hielo, pero nada, en un par de
semanas no queda ni gota de nieve en Guadarrama.
Días atrás un twit de Carlos Suárez me llevó a un
artículo de Desnivel que decía que al final a los ucranianos que habían
escalado el Annapurna II, no les habían dado no sé qué premio y que se tuvieron
que conformar con una mención especial por usar un helicóptero en la aproximación.
A mí me admiran estas cosas, porque hoy que he subido a Peñalara una cosa que
he hecho ha sido escrutar detrás y debajo de cada piedra por ver si se
encontraba por allí alguna de esas organizaciones que se dedican a dar premios,
piolets de oro y cosas semejantes, o qué se yo reporteros, no fuera a ser que
no pisara la mismísima cumbre de Peñalara y diciendo que la había pisado me
armaran un cisco alguno de esos notarios que hay tras toda actividad montañera
que se precie. Que si has subido con oxígeno o no, que si has usado cuerdas
fijas o no, que si realmente has pisado la cumbre. Que a mí me sobran todas
esas cosas, aunque bien es cierto que ni usé oxígeno suplementario para subir a
Peñalara ni cuerdas fijas. Y es que es tanto el afán por aparecer en el libro
de los Guinness que hasta justificado estaría dejar permanentemente un notario
en las cercanías de la cumbre que diera fe de lo que corresponde.
En serio, que da un poco pena que el ambiente en
montaña haya llegado a estos extremos. Mentirosos, jueces notarios, gente que
escala no para el cuello de su camisa sino para el aplauso de unos y otros,
como si de la montaña no se pudiera hacer otra cosa que una loca competición,
un espectáculo de masas. Eso y dejar tras de sí toneladas de basura en las
montañas más bellas del planeta.
¿Nos será que entre unas cosas y otras lo que se está es pervirtiendo entre bastidores son muchos de los aspectos más auténticos que rodeaban en otras épocas al montañismo y al alpinismo, convirtiendo en una nueva feria de las vanidades algunas/muchas de las actividades que se mueven en torno al himalayismo? Llegar los primeros al Polo Sur, a la cima del Everest, escalar las primeras grandes paredes de los Alpes, tenía, me parece, un aliciente noble, era un orgullo para aquellos que lo que consiguieron, estaban impelidos por un auténtico afán de aventura; pero y ¿esto?, estos premios, estás carreras, este tener a las redes y a la televisión detrás del culo de todos esos alpinistas de élite que cuentan en directo al mundo cada paso que dan en la montaña, ¡qué tiene que ver todo esto con los valores con los que nuestra generación de montañeros ha crecido?
En el mundo de la montaña se mezclan dos asuntos que
parecen irreconciliables. El que asciende montaña o escala grandes paredes
porque le place, porque saca de ellas lo mejor de sí, y “los otros”, los que de
una manera u otra nos proporcionan una visión de su actividad que tiene más que
ver con el teatro, con las competiciones olímpicas, con los réditos sociales.
Que ambas cosas se confunden también es cierto. Tienes que salir en la tele
para conseguir patrocinadores, y para salir en la tele etcétera etcétera.
Tener medianamente claras estas cosas yo creo que
puede ayudar a no confundir churras con merinas. A mí me gusta la montaña; el
circo, las carreras las competiciones, no tanto. Aunque en estas últimas halla, es verdad,
cierto espíritu, una parte considerable del ingrediente primero, de ese porqué
que nos empuja hacia las cimas.
Tengo aquí, en la cumbre de Peñalara un rinconcito
para vivaquear, que ya utilicé el pasado invierno, a un metro del pirulo
geodésico, que si no hace mucho viento es ideal. Los corralillos para vivaquear
que había los han destruido algunos vándalos. Yo sospecho, y no soy el único,
que los vándalos pueden haber sido los responsables del llamado Parque Nacional
de Guadarrama. Sospecho, porque en la cabeza se estos señores, que en su vida probablemente han vivaqueado, que
dictan sus prohibiciones, siempre prohibiciones, nada que favorezca a los
ciudadanos a disfrutar de sus lugares naturales más bellos, que lo hacen desde
enmoquetados despachos con aire acondicionado, sospecho que el sentido común y
el respeto por las minorías les es totalmente ajeno.
Y bueno, acabo, porque si no voy a terminar
poniéndome de mar humor. Fue un atardecer discretamente bonito con una limpieza en
el ambiente que permitía ver perfectamente el Almanzor allá a lo lejos sobre
las franjas rojas de los últimos rescoldos del día. Echada casi la noche tuve
visita, dos veteranos que subieron a ver el atardecer como yo. Charlamos,
hicimos fotos y enseguida salieron pitando con el frontal sobre la frente. Es
hermosa, sencilla, humilde esta nuestra sierra de toda la vida,
Amanece |
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