Se hizo hora de volver a casa



Aeropuerto de la Malpensa, Milán, 29 de agosto de 2023

Desde mi lugar de vivac, hoy un rincón del aeropuerto de la Malpensa de Milán, un lugar muy propio para un vagabundo como un servidor, veo una luna gorda casi llena. Y caigo en lo poco que he visto la luna en todo el verano, esa compañía de mis noches en las cumbres que acompañan mi memoria como un preciado tesoro. También tengo bonitos recuerdos de “vivacs” en aeropuertos de medio mundo. Éstos, a diferencia de aquellos, tienen cierto aire de ruptura con la “normalidad” que aprecio. Ponerse en el lugar de algún pasajero trajeado que pasa a mi lado mirando con cierta reticencia, me divierte. Igual que me ha divertido dormir en la calle en alguna localidad del Mediterráneo cuando me sorprendió la lluvia y no hubo otra cosa, o cuando algún samaritano se acercó a mí para ofrecerme su servicio o su dádiva. Cuando era muy jovencito y hacia auto-stop por el norte una noche me tocó dormir en las calles de Bilbao. Fue enternecedor que me despertaran dos jóvenes a las tantas de la madrugada para ofrecerme sus casas para pasar la noche. Por entonces yo hacía auto-stop como terapia contra mi exceso de timidez y quizás decliné la invitación por eso precisamente. Una hora más tarde me despertó un hombre mayor que a toda costa quería acostarse conmigo. Tengo por ahí historias para parar un carro. En las calles de Múnich me dejó un trajeado señor que conducía un Mercedes por la autovía a una velocidad endiablada. Llovía bastante aquella noche y me protegí bajo el toldo de una frutería. No había bebido apenas nada durante todo el día y a última hora me vi obligado a beber de un charco utilizando un pañuelo como filtro. Las dormidas en los aeropuertos son más benignas, en las estaciones de tren menos porque el estatus social que podría ocupar las salas de espera es de otro rango. De sobra es sabido que hay ciudadanos de clase A y ciudadanos de clase B. Aquí en los aeropuertos se supone que todos somos presumiblemente de clase A y por supuesto la policía no aparece ni soñando. Si os dais una vuelta por Internet tecleando cómo dormir en el aeropuerto X, seguro que encontráis información más que suficiente para ahorraros los ciento y pico euros que os puede costar pasar la noche. Muy jovencito también me enganchó un tremendo enamoramiento de una moza de la Alta Lombardía y tan loco estaba yo por aquella rolliza moza de prietas tretas y besos devoradores que cuando me invitó en Navidades a su casa, época como tantas otras que me pillaba sin un duro en el bolsillo, no lo dudé y me marché hasta allí en auto-stop. Una noche dormí en un jardín nevado de las calles de Briançon y otra me tocó dormir en la Estación Central de Milano con los vagabundos. Allí no podías tumbarte porque enseguida venía la poli. Recuerdo aquellas salas de espera en invierno como una especie de Corte de los Milagros. También en París dormí bajo uno de los puentes del Sena en compañía de los clochards, esos  vagabundos parisinos que salen en las canciones de Edith Piaff y gastan luenga barba, sombreros raídos y mantas a modo de capa, gente que se alimenta de lo que pilla y junto a los que yo extendí mi saco de dormir con cierta reticencia que más tarde se convertiría en agradecida camaradería dado el acogimiento con el que se me trató.


Cualquiera diría que estoy haciendo la crónica de mi regreso a casa después de dos meses de trotar por las montañas. Pensaba escribiendo lo último, que si tuviera necesidad de trabajo y presentara mi currículum vitae en alguna empresa dedicada a promover un estilo de vida al margen de los usos corrientes, lo mismo me contrataban de inmediato.

Tengo aquí a mi lado un enanito que lleva ya un rato dándome con la mano en el hombro e intentando interrumpir mi escritura. Ya, ya sé lo que quiere. Me está diciendo eso mismo, que ya está bien de introducciones y que vaya al grano, que esto es el diario de un blog de montaña y que algo cuente de ello que venga al caso. Ok, ok, ya voy, le digo.

Llevaba varios días durmiendo más de diez horas, el silencio del refugio, la lluvia me había predispuesto a ello. Además las chicas del refugio, teniéndome como único huésped, cuando les decía que el desayuno podía ser a las nueve, las cuatro daban un hurra de alegría; así que cualquiera se levantaba antes… El caso es que a las ocho, harto ya de dormir, me incorporé para mirar el tiempo. ¡Hosti…!, pero si estamos en Navidad, me dije. El verde y el gris de la roca habían desaparecido por la noche y ahora todo estaba cubierto por el blanco manto de la nieve. Precioso. Las cimas las cubrían las nubes, pero aquí y allá el paisaje era un preludio de que el verano, que días atrás era de un sol despiadado, de repente se había hecho invierno.

Creo que no lo pensé dos veces. Enseguida me dije que había llegado el tiempo de regresar a casa. Ni soñando adentrarme en aquellas montañas que me habían demostrado que tras la inocencia de los prados altos se esconden precipicios que si bien los atravieso sin especiales problemas, aunque con mucha atención y cuidado, tantas veces ayudado por cables y necesitados de usar pies y manos para progresar o descender, en estas condiciones, vamos, que nada de nada.

Fue una despedida amable y cariñosa de las jóvenes del refugio, sucedió un descenso tranquilo aunque con ojo al parche porque todo estaba endemoniadamente mojado y los arroyos parecían fieras dispuestas a comerte los higadillos. La nieve quedó atrás enseguida. Tuve problemas con un par de puentes medio derruidos tendidos sobre unos riachuelos desmadrados en los que resbalar habría sido sencillo y nada más. Un larguísimo descenso por el bosque, un largo camino a la orilla del lago de Luzzone, una comida en el restaurante de la presa, otro largo y empinado descenso y más tarde autobuses y trenes hasta el aeropuerto.

Creo que ha llegado la hora de irme a la piltra. Seguro que esta noche antes de dormirme mi memoria se dará una vuelta por este otro magnífico verano que la vida ha vuelto a regalarme.

 











 


  

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por tus relatos, son maravillosos!!!
Kimi

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias, Kimi. Nos vemos.