Rayos y truenos sobre las cumbres de La Cabrera






El Pornoso, cuerda de La Cabrera, 10 de septiembre de 2023

Grillos, su monótono riririiiii, alguna estrella suelta emergiendo entre las nubes, el lejano resplandor de algún rayo, las luces del llano madrileño como barcos pesqueros faenando en la oscuridad de la noche. Ha llovido mientras subía hasta lo alto de la cuerda, así que he puesto la tienda en las cercanías del Pornoso, en la cuerda de La Cabrera, y después he buscado un lugar cercano para mi vivac. Me tocará salir corriendo si se pone a llover pero no me resigno a dormir en la tienda. Echo de menos hacerlo directamente bajo las estrellas, aunque en este caso es más bien bajo las nubes.

Agradezco la cercanía de los grillos que alivian acaso un exceso de silencio, esa tenue tristeza que se me ha metido por dentro esta tarde. Era el cumpleaños de mi nieto Manuel que celebrábamos en un parque al aire libre con sus amigos; debería haberme quedado un rato con todos pero una punzada de dolor ha hecho que dejara la fiesta a medias con la disculpa de que se me iba a hacer de noche subiendo. La escritura como terapia. Dejé Valdemanco atrás y al rato, llegando al collado Medio Celemín, ha comenzado a llover.

Ahora, sobre mi vivac, se ha abierto un gran boquete en el cenit y ha aparecido el Triangulo del Verano. Un avión cruza el cielo por debajo de Casiopea, un nuevo resplandor de tormenta allá por el sur entre las nubes que cubren el llano. Después silencio, silencio. ¿Seguro? ¿No opinar, no decir, callar?

Quién lo iba a decir, diez minutos después de haberse abierto el cielo para mostrar a Casiopea y al Triangulo del Verano, ya estaba de nuevo bajo una de esas sonoras tormentas que me han perseguido durante todo el verano. Un fogonazo, la tienda se ilumina y dos segundos después un trueno de esos de abrirse el cielo por los cuatro costados y empezar a llover a cántaros. Apenas me da tiempo a contar ni siquiera un segundo y allá va el zambombazo. Y tan así está la cosa que casi me distrae de la honda tristeza que se me ha metido en el cuerpo esta tarde. Lluvia amiga.

¡Hostia!, aquí mismo; si cae mas cerca ya no existo. Ufff… el susto. Y a continuación el diluvio. Tal como está el tiempo, la dana y esas cosas, es para pensar que si  hubiera  puesto la tienda en una hondonada lo mismo habría necesitado a los bomberos para salir de ésta, pero no hay cuidado, estoy en las alturas, un pequeño collado y las posibles riadas resbalarían hacia el mismo pueblo de La Cabrera. Y viento de momento no hace, así que lo más que me puede suceder es que me caiga un rayo encima y se me vaya la tristeza y la vida de golpe, poca cosa en realidad, como cuando distraídamente espachurramos una hormiga bajo nuestra bota. Una tormenta sin viento es como asistir tranquilamente a un concierto de muchos decibelios, sólo te pone nervioso cuando como hace un momento te pilla desprevenido: buuuummmm y en la tienda se hace de día y a continuación da la impresión de que toda la montaña se viniera abajo.

Yo siempre he considerado que la tristeza es un estado no del todo negativo, que tiene cosas interesantes en su ser punzante y doloroso, esa sensación como de que se te está clavando la punta de un cuchillo por dentro, como cuando en el interior de un sueño la pesadilla llega al punto de querer despertar a toda costa, como querer salir del sueño antes de que te falte del todo el aire en los pulmones. La tormenta me distrae, aunque a lo que parece ahora sea una tormenta de mucho ruido y pocas nueces. Tan sólo en lo que he escrito los dos últimos párrafos ésta ha pasado de un salvajísimo estruendo haciendo en un instante de la noche pleno día, a una calma de apariencia letal. Ni una gota de agua ni un trueno… de momento. Es, hablaba de la tristeza, un estado que independientemente de que te sientas mal, experimentas que eso que se te remueve por dentro, aunque te cueste respirar, que va y viene de la cabeza al corazón, del pecho a las yemas de los dedos, a los ojos, que acaso se te humedecen; que aunque te oprima las arterias y te entren ganas de llorar, sientes que estás vivo. Te sientes profundamente a ti mismo, un sentir que habitualmente nos pasa desapercibido porque vivirse vivirse solo se experimenta ocasionalmente. No tengo a manos mis subrayados de Cioran, El libro de las quimeras, una obra que escribió a los veintitrés años y cuyo contenido uno atribuiría sólo a una persona que hubiera vivido más de setenta, pero recuerdo vagamente que allí ya Cioran expresaba como premisa imprescindible para tener acceso a cierto grado de conocimiento íntimo, el haber pasado por trances dolorosos y enfermedades. Dejo aparte lo que el dolor y la tristeza, como íntimas experiencias, han sido capaces de inspirar a poetas y artistas a lo largo de los tiempos; otro asunto sumamente interesante, un río en donde pescar sustanciosas presas.

Vuelve la lluvia y los truenos. La lluvia tiene también cierto efecto sobre nosotros que nos induce a la nostalgia, bien que para otros sea motivo de fondo para experimentar orgasmos capaces de producir terremotos, como le sucedía, no recuerdo bien, si a Úrsula o Amaranta en las largas noches de lluvia de Macondo cuando con sus gritos de placer despertaba a toda la comunidad macondiana. También la nostalgia puede estar hecha de lucidez, como afirmaba esta mañana en El País Muñoz Molina que hablaba de ella como rebelión instintiva contra el autoritarismo de lo nuevo, contra el paso del tiempo que nos va robando pedazo a pedazo grandes bocados de vida auténtica que poco a poco está siendo sustituida por bytes de cartón piedra y poliespán. Una nostalgia de cuando tus hijos eran pequeños, de cuando las montañas no estaban tomadas por ecologistas locos o turistas adinerados. Pero no, seguir por aquí sería salirse del guión.

Kalil Gibran cuenta la historia de dos personajes que paseaban (vuelven los flashes, truenos como toneladas de rocas desprendiéndose inesperadamente por la ladera… y la lluvia… y yo en mitad de la fiesta hablando de tristeza y nostalgia… paradojas), cuenta la historia de dos personajes que paseaban al otro lado de un río. A quienes trataban de identificarlos desde la otra orilla, no pudiendo discernir bien, les parecían primos hermanos. Los personajes en concreto eran Tristeza y Alegría.

No sé actualmente a qué compás se ciñe la música de esta noche, pero realmente es un compás desmadrado extremadamente vivace; tiene algo de anormal ese profundo silencio al que minutos más tarde siguen unos tremendos retumbos con una cortina de agua que podría arroyar la tienda. Cuatro horas llevan alternándose la calma con el retumbo de la tormenta. Creo que voy a hacer el esfuerzo de dormir, aunque con lo quisquilloso que soy con los ruidos y habiendo olvidado los tapones de cera en casa, no sé, no sé…

Intento dormirme, pero nada, ahora no son los truenos, es el silencio, asombroso silencio, la calma. Las dos de la madrugada. Buenas noches.



 

 

 

 

 

 

 


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