Grillos,
su monótono riririiiii, alguna estrella suelta emergiendo entre las nubes, el
lejano resplandor de algún rayo, las luces del llano madrileño como barcos
pesqueros faenando en la oscuridad de la noche. Ha llovido mientras subía hasta
lo alto de la cuerda, así que he puesto la tienda en las cercanías del Pornoso,
en la cuerda de
Agradezco
la cercanía de los grillos que alivian acaso un exceso de silencio, esa tenue
tristeza que se me ha metido por dentro esta tarde. Era el cumpleaños de mi
nieto Manuel que celebrábamos en un parque al aire libre con sus amigos;
debería haberme quedado un rato con todos pero una punzada de dolor ha hecho
que dejara la fiesta a medias con la disculpa de que se me iba a hacer de noche
subiendo. La escritura como terapia. Dejé Valdemanco atrás y al rato, llegando
al collado Medio Celemín, ha comenzado a llover.
Ahora, sobre
mi vivac, se ha abierto un gran boquete en el cenit y ha aparecido el Triangulo
del Verano. Un avión cruza el cielo por debajo de Casiopea, un nuevo resplandor
de tormenta allá por el sur entre las nubes que cubren el llano. Después
silencio, silencio. ¿Seguro? ¿No opinar, no decir, callar?
Quién
lo iba a decir, diez minutos después de haberse abierto el cielo para mostrar a
Casiopea y al Triangulo del Verano, ya estaba de nuevo bajo una de esas sonoras
tormentas que me han perseguido durante todo el verano. Un fogonazo, la tienda
se ilumina y dos segundos después un trueno de esos de abrirse el cielo por los
cuatro costados y empezar a llover a cántaros. Apenas me da tiempo a contar ni
siquiera un segundo y allá va el zambombazo. Y tan así está la cosa que casi me
distrae de la honda tristeza que se me ha metido en el cuerpo esta tarde.
Lluvia amiga.
¡Hostia!,
aquí mismo; si cae mas cerca ya no existo. Ufff… el susto. Y a continuación el
diluvio. Tal como está el tiempo, la dana y esas cosas, es para pensar que
si hubiera puesto la tienda en una hondonada lo mismo
habría necesitado a los bomberos para salir de ésta, pero no hay cuidado, estoy
en las alturas, un pequeño collado y las posibles riadas resbalarían hacia el
mismo pueblo de
Yo
siempre he considerado que la tristeza es un estado no del todo negativo, que
tiene cosas interesantes en su ser punzante y doloroso, esa sensación como de
que se te está clavando la punta de un cuchillo por dentro, como cuando en el
interior de un sueño la pesadilla llega al punto de querer despertar a toda
costa, como querer salir del sueño antes de que te falte del todo el aire en
los pulmones. La tormenta me distrae, aunque a lo que parece ahora sea una
tormenta de mucho ruido y pocas nueces. Tan sólo en lo que he escrito los dos
últimos párrafos ésta ha pasado de un salvajísimo estruendo haciendo en un
instante de la noche pleno día, a una calma de apariencia letal. Ni una gota de
agua ni un trueno… de momento. Es, hablaba de la tristeza, un estado que
independientemente de que te sientas mal, experimentas que eso que se te remueve
por dentro, aunque te cueste respirar, que va y viene de la cabeza al corazón,
del pecho a las yemas de los dedos, a los ojos, que acaso se te humedecen; que
aunque te oprima las arterias y te entren ganas de llorar, sientes que estás
vivo. Te sientes profundamente a ti mismo, un sentir que habitualmente nos pasa
desapercibido porque vivirse vivirse solo se experimenta ocasionalmente. No
tengo a manos mis subrayados de Cioran, El
libro de las quimeras, una obra que escribió a los veintitrés años y cuyo
contenido uno atribuiría sólo a una persona que hubiera vivido más de setenta,
pero recuerdo vagamente que allí ya Cioran expresaba como premisa
imprescindible para tener acceso a cierto grado de conocimiento íntimo, el
haber pasado por trances dolorosos y enfermedades. Dejo aparte lo que el dolor
y la tristeza, como íntimas experiencias, han sido capaces de inspirar a poetas
y artistas a lo largo de los tiempos; otro asunto sumamente interesante, un río
en donde pescar sustanciosas presas.
Vuelve
la lluvia y los truenos. La lluvia tiene también cierto efecto sobre nosotros
que nos induce a la nostalgia, bien que para otros sea motivo de fondo para
experimentar orgasmos capaces de producir terremotos, como le sucedía, no
recuerdo bien, si a Úrsula o Amaranta en las largas noches de lluvia de Macondo
cuando con sus gritos de placer despertaba a toda la comunidad macondiana.
También la nostalgia puede estar hecha de lucidez, como afirmaba esta mañana en
El País Muñoz Molina que hablaba de ella como rebelión instintiva contra
el autoritarismo de lo nuevo, contra el paso del tiempo que nos va robando
pedazo a pedazo grandes bocados de vida auténtica que poco a poco está siendo
sustituida por bytes de cartón piedra y poliespán. Una nostalgia de cuando tus
hijos eran pequeños, de cuando las montañas no estaban tomadas por ecologistas
locos o turistas adinerados. Pero no, seguir por aquí sería salirse del guión.
Kalil
Gibran cuenta la historia de dos personajes que paseaban (vuelven los flashes,
truenos como toneladas de rocas desprendiéndose inesperadamente por la ladera…
y la lluvia… y yo en mitad de la fiesta hablando de tristeza y nostalgia…
paradojas), cuenta la historia de dos personajes que paseaban al otro lado de
un río. A quienes trataban de identificarlos desde la otra orilla, no pudiendo
discernir bien, les parecían primos hermanos. Los personajes en concreto eran
Tristeza y Alegría.
No sé
actualmente a qué compás se ciñe la música de esta noche, pero realmente es un
compás desmadrado extremadamente vivace; tiene algo de anormal ese
profundo silencio al que minutos más tarde siguen unos tremendos retumbos con
una cortina de agua que podría arroyar la tienda. Cuatro horas llevan alternándose
la calma con el retumbo de la tormenta. Creo que voy a hacer el esfuerzo de
dormir, aunque con lo quisquilloso que soy con los ruidos y habiendo olvidado
los tapones de cera en casa, no sé, no sé…
Intento
dormirme, pero nada, ahora no son los truenos, es el silencio, asombroso
silencio, la calma. Las dos de la madrugada. Buenas noches.
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