Una noche en La Peñota

 


La Peñota, 19 de marzo de 2024

Ser parte del todo, las rocas, los líquenes, la bruma, esa media luna que apunta por encima de mi vivac. La sensación en este momento ya instalado en mi vivac. Un avión que cruza el cielo, el canto lejano de un carbonero garrapinos. Es necesario hacer el esfuerzo, cambiar el chip que nos tiene agarrados a la cotidianidad del mundo y sus noticias y recuperarse a sí mismo en las cumbres rodeados de los elementos primigenios que componen el planeta. Es necesario substraerse al ruido del mundo, al menos esta tarde, esta noche, mañana por la mañana porque en cuanto volvamos al mediodía al mundo de la insensatez y las miserias, el novio de la tal Ayuso, el Koldo, el caso Gürtel, la misérrima vida parlamentaria que propicia el PP, las mentiras, esa estupidez que recorre tantos sectores de la vida pública, estaremos perdidos, nos liaremos, nos liarán con discusiones del tres al cuarto y en menos que canta un gallo nos encontraremos discutiendo sobre la sexualidad de los ángeles. Sí, la necesidad de protegerse de la agresividad del medio en que vivimos, también de esas tantas cosas que tenemos que comprar o de dar suma importancia a tantos asuntos sin chicha ni limoná. Labor de limpieza esto de salir una vez por semana a dar una vuelta por las cumbres.

Por cierto que el otro día Ramón Portilla, que andaba por Sierra Nevada en un paraje desolado, decía que eran montañas sin alma. Algo le comenté en el sentido de que son precisamente esos lugares los que poseen todas las esencias del alma, donde se acrisola el espíritu, donde nos desposeemos de lo superfluo y encontramos grandes raciones de verdad. Me resultó raro en él, un amante de la belleza y las montañas, que escribiera sobre la ausencia del alma allá donde sólo las águilas y ocasionalmente el hombre aparecen. Y cuánto mejor si esa desolación fuera mayor y las masas no aparecieran por ella jamás. Los desiertos, la Antártida, los remotos lugares del planeta donde sólo de tanto en tanto pone el pie el hombre, destilan esa clase de verdad capaz de extraer de hombres y mujeres lo mejor de sí. Hermosa alma en cuya compañía se acrisola nuestro espíritu.

Hoy me desperté triste, nervioso. Debía de ser eso de la química y la física en que la amiga Dori el otro día ponía el énfasis al hablar de asuntos de pareja y sexo, que también, aunque sólo en parte, que no estaba yo muy de acuerdo con ella. Déjadme que me vaya de momento por las ramas, y es que en la reunión éramos trece en una mesa alargada y Dori y yo ocupábamos ambas cabeceras, con lo cual, a no ser que nos pusiéramos a gritar y los otros se callaran, imposible decirle a Dori por qué pensaba yo que no tenía razón, o por lo menos en parte, porque es que hablando de sexo se mezclaban aspectos muy dispares. Que haya mucho de física y química en el asunto, es claro, pero aún así demos gracias a esa física y a esa química que sirve tantas veces para conseguir fines mayores y amores para toda la vida. Que aunque la dopamina, la serotonina y otros neurotransmisores estén por ahí añadiendo  ternura, bienestar y pequeños cacillos de felicidad a la vida, no por ello la cosa deja de ser lo que es, esos momentos en que junto a otro cuerpo tocamos con las yemas de los dedos el cielo. Si hubiéramos podido sobreponernos a la distancia y nos hubieran dejado los otros afilar argumentos, seguro que habríamos llegado a un acuerdo. Lo mismo con las copas en alto habríamos brindado por la física y la química. La física y la química que hace que a las mujeres les apasionen los hombres y viceversa.

Me desperté triste, decía, y en eso pensaba, en la física y la química de Dori, porque ni yo había hecho nada malo ni estaba en la expectativa de lucrarme con las desgracias ajenas, y menos si hubiera sido tiempo de pandemia. Y tan nervioso estaba que no era capaz de instalar adecuadamente las nuevas presas que quería añadir al rocódromo que estoy construyendo en la fachada oeste de nuestra casa. Había perdido una llave alen del 8 y con el taladro aquello no chutaba e Intenté relajarme un poco escalando y evolucionando por la pared a poca distancia del suelo. Eso me dio un poco de ánimo. Yo que pensaba que ya no iba a escalar hasta la próxima reencarnación, verme a un metro del suelo como si estuviera en la oeste de la Aguja Negra o mejor en los mogotes de la pared Santillana, es que me ponía, sí, me ponía… Me bajé. Pero bueno, te vas o no te vas a la sierra hoy, me increpó uno de mis habituales enanitos. Pero si estoy pachucho, le dije, triste, malito, nervioso… Joder, era casi un acto de conmiseración; pero como el tal enanito me conoce, no tragó y casi me responde con una patada en el culo. Que si me conoce… por lo mucho que se engaña uno… Su observación me sonaba a aquello que cantaba Alfredo Kraus en un disco que me hacía oír mi abuelo, por el humo se sabe donde está el fuego… etcétera. Vamos, que no se me ocurrió rechistar, que de inmediato dejé el rocódromo a medias y me marché a preparar el macuto.

Se me pasó la neura por el camino. Salí de casa sin saber a donde iba. Quizás subir a Peña Lindera por Hoyo Cerrado, pero seguro que todavía quedaba nieve por allí, iba pensando. Y es que después de la pasada semana que quedé rotísimo habriendo huella en una nieve terrible… No, Peña Lindera para otro día, Hoyo Cerrado es un bello rincón de la Pedri; más adelante, cuando salgan los narcisos. ¿Entonces? Desde la carretera de La Coruña no se veía ni pijo, la sierra quedaba oculta por la bruma, así que cuando llegué a Villalba me fui a lo seguro, seguí por la autovía camino de La Peñota, que seguro allí no tendría que pisar nieve.

Subí de un tirón hasta el collado de Cerromalejo y allí sí, allí algo de nieve había, pero poca. Estaba tomándome un tentempié cuando a unos metros descubrí unos crocus recién brotados. Qué delicadeza la de estas flores tempranas. Me entretuve un rato intentando hacer una toma algo decente. Miraba a través del visor en la posición macro y mientras enfocaba, le decía al enanito quisquilloso que siempre me está dando la vara para que me sobreponga a mis ratos bajos: qué maravilla, ¿verdad?, ¿no te parece que es una maravilla que una cosa tan bonita pueda brotar así sin más de la tierra? Y naturalmente mi enanito se ríe, se ríe, porque sabe cuántas y cuántas veces un servidor se para a admirar la belleza de estas pequeñas criaturas con las que se tropieza siempre allá por los montes.

Hoy el paisaje ha salido de la cubeta del revelador en blanco y negro, una copia gris no demasiado bonita que hace que veas La Maliciosa, Siete Picos o La Mujer Muerta como a través de varias capas de muselina. La bruma se ha hecho reina y señora del lugar y ha desteñido la posibilidad de un atardecer algo vistoso. Así que hago unas fotos en la cumbre para acompañar mi habitual post, otra del vivac donde voy a pasar la noche y, a la piltra, como decíamos antes.

Sobre mi cabeza un cachito de luna y nada más. Y si me incorporo, el mundo de los sapiens a mis pies, hoy un poco desvaído. Voy a tratar de hacer alguna fotografía en esta noche de bruma a ver qué sale.












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