Vivac en las Torres (Pedriza)

 



Bajo las Torres de la Pedriza, 13 de marzo de 2024

Pensaba llegar a lo alto bajo las Torres para ver atardecer y me encontré en medio de la noche a oscuras con la nieve por encima de la rodilla siguiendo a ratos unas viejas huellas que iban erráticas de un lado a otro del bosque. La señal del GPS no iba demasiado lejos de la línea del sendero, pero la ausencia de cualquier señal, los brezos y la biblia en verso me habían dejado al arbitrio de la noche. Me negué a mí mismo a sacar la linterna, puesto que el atardecer se había marchado ya hacia rato, no había prisa y caminar a oscuras por aquel laberinto nevado era una experiencia digna. Hacía años que no experimentaba este tipo de circunstancias, así que era cosa de recordar viejos tiempos en que perderse era asunto bastante frecuente. Me habría servido cualquier lugar para pasar la noche. Apartar un poco de nieve, construir un pequeño nicho y punto. Había metido la pala en el coche con intención de subirla, pero al final olvidé cogerla, así que si hubiera sido necesario, manos y pies para qué os quiero. Hoy no iba a necesitar la tienda y me hacía gracia construirme un nicho en el único día que probablemente iba a tener oportunidad de dormir entre la nieve.

Caminar a trompicones en la oscuridad en una nieve que parecía que iba a tener y que de repente se venía abajo, no es que sea muy divertido. Con nieve recién caída sobre brezos o piornos siempre tienes la fiesta servida. Bueno, todo esto cuando se hizo de noche, porque antes lo cierto que este tramo de la Pedriza, arriba los Cuatro Caminos para alcanzar la Cuerda de las Milaneras y el collado de Prado Poyo, es de lo más bonito que tiene la Pedriza; y mira que hay rincones hermosos en nuestra Pedra, pero es que hoy era algo muy especial. Las nevadas de días atrás habían dejado un grueso manto de nieve y ahora ésta, transformada en torrentes y arroyos impetuosos, llenaban de ecos y músicas la precipitada violencia de su fragor. Hacía mucho tiempo que no recorría este sendero y subía sorprendido por su belleza y por este plus polifónico del agua que me acompañaba a lo largo del camino. Naturalmente de tanto en tanto el bosque se abría y allí abajo aparecían el paisaje familiar de siempre, esos riscos de toda la vida, conmigo vais, mi corazón os lleva, el Pájaro, la Muela, cancho Buitrón, el Cocodrilo…


Tengo la sensación de que alguien se enfada cuando digo que Machado hacía poesía de oído hablando de nuestro Guadarrama (por cierto, que pediría de favor que dejáramos de llamarla Parque Nacional del Guadarrama; no me suena, sabe a impostado, una guinda molesta sobre un pastel de nuestras querencias montanas. La Sierra, nuestra sierra, así, sin más. Que los bombos y los platillos le sobran a nuestras sencillas y queridas montañas, que lejos están de aspirar a convertirse en parque temático, que es lo que los administradores del Parque parecen estar buscando. Además, ya sabemos en qué para esa historia de parque nacional, en cuatro o cinco vándalos venidos de Marte dispuestos a llenar de prohibiciones nuestra sierra. Cierro paréntesis). Decía que Machado hace poesía de oído cuando escribe sobre el Guadarrama, algo que no le sucede a Unamuno, en su caso Gredos, que sí pateó aquella también nuestra sierra. A don Antonio sí que le hubiéramos deseado conocer a fondo nuestras montañas y Pedriza. Bien seguro que de aquel conocimiento habrían salido versos tan dignos y bellos como sus Campos de Castilla.

Tras esa visión de los riscos que fueron y son un paisaje tan familiar y cercano para todos nosotros, y pasado el cruce de los Cuatro Caminos, el sendero se enrisca, se hace barroco, pasa bajo grandes bloques, gigantones de granito que algún dios inspirado esculpió en tiempos remotos haciendo de esta parte de la Pedriza un hermoso rincón de piedra y fantasía, entre los que hoy cantaban abundantes arroyos de corta vida que compartían su canto con algún esporádico petirrojo.

Y así, poquito a poco empezó a languidecer la tarde, los riscos se pusieron su traje de caramelo, el bosque se cubrió de nieve y misterio, yo me hundí en la penumbra del pinar, se hizo de noche y entonces el caminante vagó en la oscuridad abriéndose trabajosamente paso entre la nieve y los brezos.

Arriba ya, entre la nieve encontré una rocas despejadas. Sopesé la posibilidad de que desde allí se viera amanecer, y como pensé que sí, descargué y antes de que me enfriara decidí hacer una sesión de fotos.

Tan sólo uno bajo cero a medianoche, pero ello no evita el relente. Mi saco ya está completamente mojado por fuera. Sobre mi cabeza, la Osa Mayor. ¿El panorama? El familiar de tantas veces, abajo la colmena ambarina con la que los sapiens han sembrado el llano madrileño y arriba ese firmamento que cada noche nos habla de nuestra extrema pequeñez.

Hora de dormir. Buenas noches.

 





 

 

 

 

 


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