Noche de luna llena en la cima del Aneto en el día de mi 76 cumpleaños



Cima del Aneto, 22 de julio de 2024

Ya me estaba diciendo hace un rato que hoy de escritura nada. Venía mosca por el frío porque cuando se ocultó el sol la temperatura bajó en picado. Así que hice lo propio, vacié el macuto para poder meter pies y piernas una vez instalado en el saco y a continuación me puse toda la ropa que llevaba. Pero ahora después de cenar ya veo que no es tan feroz el lobo como lo pintan y disfruto de cierto confort. Me dice un amigo que anoche durmieron en la Najarra y que pasaron frío. Hace días en alturas inferiores también yo pasé frío, así que más vale curarse en salud sea en Guadarrama o en el Pirineo. Como decía Enrique del Pozo hace medio siglo por los Galayos, más vale humo que escarcha.

Pues sí, he llegado pero trabajo me ha costado. Subí comida más de la cuenta porque mañana quería vivaquear en la Tuca de Salvaguardia y además estaba el piolet y los crampones y algo más de ropa.

Hoy, en un momento que paré, ya muy por encima del estany de Coronas, veía más claro que nunca por qué subo montañas, especialmente cuando tanto esfuerzo me cuestan. Y la razón no puede ser otra que por amor a mí mismo. Esa sensación de fuerza que te proporcionan y la oportunidad de ponerte a prueba y sobreponerte a las propias debilidades deben de tener algo que ver con la estima propia. Las putas cuestas, que decía el otro día una amante del monte en FB, cuando estas se hacían tan largas tan largas, no son cosas que amemos, especialmente cuando vas derrengao. Pues ya me dirás, si no son esas “putas cuestas” el motivo de nuestro amor, aquí no hay más que dos sujetos tú y la montaña, es decir, las cuestas. Así que el amor seguro que no tiene otro destino que aquél, el sujeto, que se impone subir las putas cuestas. Jajaja… me parto, la de paridas (con consistencia) que se le pueden ocurrir a uno en esta notable cumbre. Que por cierto, me parece que lo comenté el otro día, a punto estuve de dejarla para otra reencarnación cuando la masificación no sea un problema. Todo venía porque leí horrorizado un artículo que me había enviado Cive en donde había colas interminables en el cuello de botella del Paso de Mahoma. Con lo que me gustan a mí las multitudes… . Pero no, después lo reconsideré y, primero, ¿cómo iba a dejar yo mi colección de vivacs en todos los techos de España sin esta cumbre tan emblemática? Que deje de vivaquear en la cima del Teide porque lo tiene prohibido la autoridad, la misma que permite un teleférico y que por tanto es la responsable de la masificación del Teide, que si no hay teleférico ni Dios sube al Teide, eso seguro. Que deje el Teide, decía, bueno, pero el Aneto, pues que no. Además lo había subido hace casi sesenta años y me hacía ilusión recordar aquella primera ascensión.

Y la segunda razón que me decidió a subir aquí es que eso de la masificación, pues que depende. Cuando le llevas la contraria a la generalidad y abandonas los horarios corrientes, el monte es sólo tuyo. Leí el otro día en el artículo que me mandaba Cive que la capacidad máxima de gente que puede subir al Aneto en un día es de unos doscientos y pico (¡Santo cielo!). También allí se hablaba de regular las ascensiones. Vamos que existe la posibilidad de que tengas que solicitar permiso con años de antelación, como podrá suceder con Peñalara. Y bien, ¿pero qué sucede si eres un raro como un servidor?, pues muy sencillo. Hoy por Vallibierna no subía nadie. Cuatro personas me encontré que bajaban. Así que eso de la masificación es relativo.

Y podría haber habido otra razón más pero en esa caí en cuenta cuando había sobrepasado el lago de Coronas. Caí en que hoy cumplía años y que el mejor regalo que podía hacerme a mí mismo era dormir esta noche en esta cumbre. Y si se quiere una razón más, era día de luna llena; un cachito le faltaba ya, pero bueno.

Antes del paso Mahoma me encontré con uno que no lo veía claro y estaba preparando allí su vivac para consultarlo con la almohada. En la cima estaba Remi, un luxemburgués que ya había montado su tienda en uno de los corralillos. Después llegó un grupo de cinco vascos, gente maja con la que conversé un rato. La tarde se fue poniendo tan bonita que todos empleamos nuestro tiempo en dar trabajo a nuestras cámaras.

Es inútil querer describir el espectáculo al que íbamos a asistir en unos minutos. Me acordé del amigo Julio Gosan, ese amante de la noche y sus vivacs. Había cobertura, le mandé una pequeña muestra del aspecto del espectáculo que se estaba celebrando frente a nosotros. Me encanta la gente sensible y apasionada de la noche, de los atardeceres y que además sabe sacarle tanto partido fotográficamente a esos instantes tan especiales que pueden vivirse y experimentarse en la montaña.

El horizonte, que en todos momento era de una belleza deslumbradora, los perfiles yuxtapuestos de todas las montañas hacia poniente con sus sucesivos planos separados por una ligera calina que inundaba los valles, el mar de nubes como un encrespado océano en donde grandes olas blancas subían por las laderas de algunas cimas, la calidez de los colores inundando las cumbres; pero sobre todo el cuidado silencio de mis compañeros de cumbre, todos sumidos en esa hora en la grandeza del espectáculo que se estaba desarrollando ante nosotros.

Me fui un rato con Remi, que allá como si se hubiera colocado en la proa de un barco contemplaba solitario el final de la tarde. Probamos algunas fotografías con las siluetas sobre las montañas de poniente y el sol que empezaba a ocultarse e incendiaba las montañas que ocupaban el horizonte.

Había empezado a hacer frío y, cuando el sol se ocultó, hubo que salir pitando; cada mochuelo a su olivo. Nos deseamos todos buenas noches y fue la hora de meterse en los sacos, cenar, dedicarse a contemplar la luna por el agujero del saco y, al fin, caer en manos de ese deseado descanso.


































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