Plan de Senarta, 24 de julio de 2024
Saliendo por ahí, viajando, subiendo montañas, me encuentro
con la vida que va naciendo bajo mis plantas cuando camino en busca de mi
propia soledad.
Hoy bajé al centro sofocante del verano, allá por Benasque, y
una hora más tarde, hechas las compras oportunas y visitado al médico para que
me recetara Monurol, de nuevo la infección de orina en danza, no tuve otro
empeño que huir de un calor que me agobiaba. Hace tantos tantos años que mis
veranos son las montañas, que ya ni siquiera sé qué es buscar desesperado una
sombra o la caricia refrescante de una brisa. Tomé de nuevo la carretera hacia
los baños de Benasque y en el comienzo de Vallibierna, albricias, en el Plan de
Senarta, encontré la única sombra que había para mí y mi furgoneta.
Ahora, después de la siesta, en porretas bajo el mosquitero,
algo se nubló y un ligero fresco me obliga a vestirme. Y sí, la tarde se puso
fresca y salí fuera a instalarme junto al pequeño arroyo del Plan, a comer un
puñado de uvas y a celebrar la paz de la tarde con un té.
Cuando las cosas van tan bien con estas rutinas por las que
va rodando mi vida diaria, un día subiendo a una montaña, otro yendo de aquí
para allá, sesteando, leyendo, sentándome a la orilla de un riachuelo, pienso
que lo mismo podía cambiar mi oficio de vagabundo habitual con una enorme
mochila a la espalda, siempre atravesando valles y collados y dejándome el
cuerpo y la espalda, ya ellos muy añosos, por el camino, por esta vida de
gitano en la que el campamento base de la furgoneta me sirve para reponer
fuerzas y gozar de otros manjares diferentes pero no menos atractivos. Esas
largas horas de lectura, por ejemplo, entre montaña y montaña, entre vivac y
vivac.
Uno es de donde está a gusto, escribía Luis Sepúlveda, el escritor argentino al que los vientos de la pandemia
quitó la vida. En un mundo de viajeros y de gente aficionada a libar de otras
cultura y otros paisajes, hoy, cuando tan fácil es moverse por el mundo, chovinismos
y nacionalismos suenan a rancio mundo de catetos. El hombre que viaja, que lee,
añadiría, lleva consigo la cultura de muchos siglos, se siente agradecido a
Chejov, convive con sus personajes; convive con Mishima y sus pasiones; alienta
en él el mundo de Las uvas de la ira; se apasiona con la literatura
latinoamericana; recorre Europa de la mano de Sthendal, de Baudelaire, de
Dante, de Shakespeare. En cualquier parte del mundo encuentra amigos y pasiones
compartidas. Mi mundo, mi patria son las montañas, los desiertos, el mar, la
belleza del llano castellano cuando viniendo de Santiago la ruta jacobea se
asoma a ese inmenso mar de trigos y cebadas; es el Karakorum cuando sentado
ante la inmensidad de sus montañas contemplas el paso del tiempo en sus rocas
cercenadas por los glaciares y los ríos; es aquel inmenso delta del río
Makenzie donde se refleja la luz del atardecer mientras nuestra avioneta deja
la costa del océano Ártico para volver a casa; o son el laberinto de fiordos
por el que transitábamos Victoria y yo un invierno desde el golfo de Magallanes
camino de Puerto Mont. ¿A qué tantas ínfulas nacionalistas cuando el jardín de
nuestro hogar puede ser tan amplio, tan diverso, tan hermoso?
Cada uno es de donde está a gusto. Yo hoy soy del Pirineo,
de las montañas, de los prados, los ríos, las praderas, las cumbres. Mañana podría ser del cielo volando en parapente sobre
la costa o sobre los valles del Pirineo. O podría perderme durante meses en el
desierto con Théodore Monod. Podría ser incluso del mar y embarcarme con
Melville para sentir en mi propia piel las emociones de la vida marinera, o
vagar con Stevenson de una a otra isla del Pacífico.
A qué tanta pasión por ensalzar la patria, el lugar donde
nacimos, nosotros, que somos, querámoslo o no, ciudadanos del mundo. Nuestra
lengua y conocimiento de ella fija el límite de nuestro mundo (Wigenstein). Y
también: Somos en gran parte lo que hemos leído y meditado. Pero somos también
lo que hemos viajado, las montañas que hemos subido, las músicas que escuchamos
de todo el mundo. El planeta, nuestro hogar, no es ese estrecho mundo que nos
rodea, Cataluña, el País Vasco, nuestro Madrid o esa España que quieren
usufructuar en provecho propio algunos.
¿Será acaso, como sucede con el Paso de Mahoma, que el
acceso a la cumbre, la comprensión de una realidad más amplia, no está hecha para
todos? Ayer, cuando bajaba del Aneto, fue reiterativo que gente con la que me
cruzaba me preguntara por el dichoso Paso de Mahoma, un paso de roca sólida que
no tiene ninguna dificultad especial que no sea el vacío que se abre a tus pies.
No todos se atreven a llegar hasta la misma cumbre. Se necesitan ganas,
esfuerzo y una preparación física para llegar hasta arriba. ¿No es ello similar
al esfuerzo que se requiere para intentar comprender la realidad, el mundo en
que vivimos, ese conocimiento que separa, por ejemplo, a la gente que no lee de
la que lee, a la gente que no ha salido nunca de su pueblo, de aquellos otros
que han viajado y se sienten ciudadanos del mundo?
Y ya que estamos con Mahoma, y que esto hay que irlo
terminando, voy a contar aquí la historia del origen del nombre Paso de Mahoma que
me envió Toti ayer. Decía así: “La primera ascensión al Aneto se remonta a
1842. El militar ruso Platon de Tchihatcheff y el botánico normando Albert de
Franqueville, fueron los protagonistas. A su lado, cuatro guías occitanos les
acompañaban. Fue Franqueville quien en un libro posterior que narraba la gesta,
bautizó este tramo como el paso o puente de Mahoma. De esta forma, hacía
alusión a una leyenda y creencia musulmana, la cual dibuja la entrada al
paraíso “tan estrecha como el filo de una cimitarra sobre la que sólo pasan los
justos””. Y añadía Toti de su cuenta: “Desde entonces el nombre se popularizó y
así ha llegado hasta nuestros días. El Puente de Mahoma es nuestro particular
puente antes de tocar el cielo del Pirineo. El Paraíso…”
Sería exagerado relacionar la peste del nacionalismo y sus intereses particulares con aquellos que no buscando el “paraíso” prefieren vestir la boina de su pueblo en lugar de incorporarse a un sentimiento de universalidad en donde lo diferente, los no-nosotros enriquecen nuestra persona y nuestra cultura. Sería forzado, pero…
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