Vivac en la cima del Besiberri Sur (3024 m)

 


Besiberri Sur, 19 de julio de 2024

Hay noches de estas en las cumbres que se me presentan un dilema. Un dilema porque abandonas una emoción, algo de esa emoción, para dar cuenta de ella. Imaginad que alguien que está en pleno delirio amoroso con su pareja se pusiera a escribir, a describir, a dar cuenta de su estado emocional. La leche, ¿no? Pues eso, un dilema. Pero es que sucede que si lo dejo para mañana, estas líneas que luego releo, ya en formato de libro, en invierno junto al fuego de la chimenea, ya no serán lo mismo. Creo que ya lo mencioné por aquí, lo escribía Diemberger, decía que algunas montañas se suben dos veces, la primera cuando tocas cumbre y la segunda cuando lo narras. En realidad serían tres veces en mi caso, la tercera cuando me leo en invierno.

El caso es que hoy es una noche algo especial. Ayer pernocté en el puerto de la Bonaigua y mirando el pronóstico del tiempo decidí que no subía hoy. Por la tarde daba lluvia y tormenta locales. Pero al día siguiente por la mañana, pese a que el pronóstico no había cambiado, mi ánimo, que estaba mucho mejor -ayer fue uno de esos días en que uno se despierta algo gilipollas- decidió otra cosa cuando ya había atravesado el Túnel de Vielha. Y aquí un paréntesis para disculparme con el amigo Ignacio Aldea, que vive cerca de Vielha y con quien en principio me hubiera gustado subir al Besiberri. A ver si le llamo mañana y se anima a subir por Coronas al Aneto conmigo, a subir a mirar estrellas, que además en horarios normales creo que el Aneto está fatal, peor que el Everest. Me mandaba el amigo Cive una nota de prensa esta mañana que asusta, colas de media hora en el paso Mahoma.

Bueno, que con pronóstico o no decidí que me subía para acá cayera lo que cayera (el pronóstico para la noche ya era bueno). Y como estaba cantado, salí del parking con el cielo azul y alguna nube dispersa, cuando llevaba caminando media hora ya empezó a tronar. Unos minutos más tarde ya tenía una furiosa granizada encima y poco más arriba agua. Hacía tiempo que no caminaba bajo el agua de una tormenta, pero precisamente había leído recientemente un relato mío en los Alpes Eslovenos en que contaba cómo había sido aquello, un diluvio en plena regla; y narraba también cómo de esa situación habían resultado unos minutos de maravillosa plenitud, pese a quedar calado hasta los huesos. Y viniéndome a la cabeza aquello, pues que me dije que bueno, a ver si caía esa misma breva. Y es que siempre sucede que llueve, te mojas y no pasa nada. Pero… de repente me encontré con un pradito que ni pintado para poner la tienda. Paré, descargué, sopesé y no fue como aquello del César de vine, vi, vencí, que al final decidí tirar para adelante. Hubo tormenta y lluvia para un rato, pero terminó escampando.

Es hermoso este valle. Subí hace medio siglo al Biseberri por aquí mismo pero no recordaba nada en absoluto. Un buen repecho y se alcanza el lago del mismo nombre. Y más arriba, después de una hora ya se ve el refugio vivac del Biseberri. Cuando llegué allí el tiempo se había estabilizado. Venía bastante tocado y decidí tumbarme un raro en una de las camas. Joder, qué tentación. ¿Y si me quedo aquí a pasar la noche? Un refugio chulísimo con un montón de camas, aseadísimo, un perfecto balcón para ver atardecer. Ufff… demasiado… además de tanto gusto tumbado en la cama había empezado a dormirme. Así que me incorporé, comprobé en el mapa si había algún riachuelo más arriba, lo había, y salí pitando hacia la cima de nuevo.

Cuando se dejan las praderas, todas llenas de rododendros, y los árboles, el paisaje se hace asalvajado, todo pura piedra; un amplio circo coronado por las cumbres del pic Comaloformo, el Besiberri y el pic D’Abellers. Un sendero que a veces se pierde, algunos hitos y el itinerario termina encontrándose con un amplio nevero donde curiosamente no se ven huellas recientes. La vista desde aquí no es muy halagüeña, cortados y despeñaderos y por el centro un ancho y empinado corredor de aspecto nada prometedor en el que terminaré sudando tinta en pedreras de esas de un paso para adelante y dos para atrás, todo descompuestísimo. A todo esto el sol ya estaba a dos dedos del horizonte por encima del pic de Mulleres y los Montes Malditos. Pero no estaba el horno para bollos. El terreno es delicado, todo es muy inestable y apenas me detengo a hacer algunas fotografías.

Empiezo a pensar que voy a llegar de noche a la cumbre. Todavía un buen rato más luchando con esta ladera que parece deslizarse valle abajo a cada paso, y llego finalmente a la collada d'Abellers. Sale la luna tras un contrafuerte. En las medias luces que preceden a la noche a veces soy capaz de dar con algún hito, otras no, otras subo a cuatro patas por donde la oscuridad me deja entrever, así hasta que finalmente un palo a contraluz de la luna me indica la cumbre. Mi preocupación más que la cumbre ahora es encontrar el corralillo del vivac en la oscuridad de una cima de grandes bloques. Pero sí, hay suerte, un discreto corral para una persona, pero además ni viento ni brisa. La calma es total. A mi alrededor la oscuridad se va a matizar enseguida con una luna a punto de ser llena.

Y uffff… ¡Que he llegado, que estoy en la cumbre! Cansado, pero contento. Mi obligación ahora es sacar al menos una fotografía de recuerdo, mi silueta, el palo de la cumbre, la luna. Monto el trípode, treinta segundos para el autodisparo para no tener que salir corriendo y darme de narices con alguna roca, clic y pues para que os quiero. Me subo a una roca, pongo postura de contemplador del horizonte tipo el personaje del cuadro de Caspar David  Frederich y tatataa… la cámara dispara. Perfecto, ya tengo la imagen para encabezar mi post de hoy. Lo siguiente será instalar mi vivac, cenar y escribir estas líneas. Ya estoy libre para contemplar la noche y para saborear esta magnífica soledad. La una de la madrugada. Buenas noches.

***

A la mañana descubrí que no había estado yo solo en la cumbre. Unos metros más abajo se veía en otra corrala una pequeña tienda de vivac. Otro amante de los vivacs de altura, un francés, me había hecho compañía sin yo saberlo.





















 



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