En la Pica d’Estats




Vallferrera, 17 de julio de 2024

Me despierto ya amanecido. Frente a mí a lo lejos, algo diluido en la distancia, el sol ya ilumina los glaciares del Aneto. Instalé mi vivac en la arista oeste del Sotllo y contemplar el amanecer quedó para otra ocasión. Una luz clara y decidida ilumina las montañas realzando sus relieves y colores. Qué pereza ponerse ahora a desayunar con el frío que hace. Hubo un tiempo largo cuando hacía caminos de Santiago o algunos de los GRs que cruza la península que no desayunaba nada más levantarme. Me daba pereza y lo hacía ya entrada la mañana. Eran días que me levantaba muy temprano. He simplificado al máximo tanto mis hábitos y el peso que llevo encima que hasta la leche, el muesli o el hornillo quedan en la furgoneta para estas salidas. Lo cual hace todavía menos apetecibles mis desayunos de frutos secos, barritas o algo de chocolate y pan. Hoy había pasado algo de frío por la noche y eso de incorporarse y desayunar, vamos, que no. Recoger y salir pitando era lo que tocaba.

Era un poco avanzada la hora mágica, pero todavía las montañas conservaban el color ambarino de la mañana temprana.

Nada más ponerme en movimiento observo que debo andar con un cuidado especial. Mi cuerpo está entumecido y el terreno pide utilizar las manos en una pequeña trepada hasta la cumbre donde el sol ya da de pleno. La Pica D’Estats, erguida enfrente como gigante, me espera. Un descenso delicado y, cuando alcanzo el camino de la Pica, esa cosa paradójica de tener que descender un buen pedazo para escalar una montaña, pues eso, bajar y bajar, evitando, eso sí, lo neveros a estas horas con la nieve inconvenientemente dura. A las siete y media de la mañana y sabiendo que para llegar hasta aquí se necesitan entre cinco y siete horas desde el refugio Vallferrera, ya me hacía la ilusión de llegar en solitario a la cumbre. Craso error porque no había contado con un refugio francés que está a tiro de piedra de la Pica, no había contado con que existe un concurrido itinerario de una semana llamado Porta del Cel que da la vuelta al macizo y cuyo punto culminante precisamente es la Pica. Conclusión, que antes de llegar al collado que separa la Pica y el Montcalm, ese lugar que yo confundí con el Sotllo, ya me había encontrado con un puñado de franceses, algunos catalanes y una pareja de portugueses, todos sobre la ruta del Cami de Cel. Con los primeros que me encontré, un hombre en los cincuenta y un adolescente, charlé un poco. El hombre me decía orgulloso que su hijo salía por primera vez a la montaña y éste iba a ser su primer tres mil.

Había pensado someramente subir también al Montcalm por eso de completar los tresmiles catalanes y por rendir mi visita al vivac más apetecible del Pirineo, pero… No sé de dónde me venía a mí, imagino que igual que la percepción geográfica que tenía yo de todas estas montañas y collados, es el caso que me la había imaginado difícil al punto de necesitar una cuerda. Así que pensando en esta montaña y algunas otras que pudieran tener dificultades especiales, y dando por hecho que buscaría algún compañero más adelante para subirlas, compré una cuerda de treinta metros por si viniera al caso. Aquí nada de nada. Además, espero no tener que utilizarla.

¿La cumbre? Pues podéis imaginárosla. Cosas además que un servidor ignoraba como cierto código QR que todo el mundo buscaba nada más llegar a la cumbre… ni idea para qué, o como cierto sellito especial y que todos lo hacían en los refajos al pie de la cruz para con él estampar el certificado correspondiente de haber ascendido al lugar, una especie de cartilla como la que usan los peregrinos del Camino de Santiago, fiel testigo de no haber hecho trampas en sus recorridos. Curioso, curioso… Y yo sin saber que los amantes de las montañas necesitaran un certificado… ¿para enseñar a quién? ¡Qué poco está uno al día de las nuevas tendencias de la cultura montañesa! ¿Y yo, cómo habré de justificar que he subido aquí o allá, que he comido macarrones a la boloñesa, que he echado no sé cuantos polvos, que he cruzado este o aquel arroyo o que he charlado con estos o con aquellos? ¡Ah, los otros y sus opiniones! Le he oído decir a Carlos varias veces que en el Himalaya se miente más que se habla. Mentiras de yo he subido aquí o allá. En cierta ocasión recuerdo que me metí con Sebastián Álvaro en mi blog porque éste desde el sillón de su casa dudaba en una entrevista que un nepalí hubiera subido en invierno al K2 sin oxígeno, lo que fue razón para que Sebas me bloqueara en Twitter. Estas cosas que suceden, y que pueden tener su fundamento, no lo niego, fundamento dirigido a aquellos que hacen de la montaña cuestión de postureo, de prestigio, de todo menos lo que la montaña debería ser, un encuentro de uno consigo mismo, con su placer, con sus límites, con su esfuerzo. Pero bueno, la sociedad evoluciona hacia aquí o hacia allí y todo el mundo es libre de hacer lo que le salga de las pelotas, menear el culo ante los demás, pavonearse quiero decir, hacer de la montaña un elemento más del arte de vivir, o eso mismo, lo que le venga en ganas, que Yahvé dejo escritos diez mandamientos y del resto se olvidó. Menos mal, eso que llamamos libertad, incluso para mentir, de ahí, que como parece que no nos fiamos de las palabras, pues que allí estaban en la Pica D’Estats todo quisque que llegaba visando el sellito y QR correspondiente.

¿El paisaje? De azules desvaídos con una leve seda gris azulada separando los planos sucesivos de las montañas lejanas. Por cierto, esa sensación que hoy tenía de infinitud, montañas montañas, inacabables montañas por todos los lados. Montañas para muchas vidas.

Y creo que al final ni siquiera me va dar tiempo a decir lo cansado, cansadísimo que fue el regreso. Una exageración de ruta que demuestra que hay gente muy muy preparada por ahí, gente mayor, mediana y pequeña, incluido algún perrito, que hoy eran capaces de chuparse casi dos mil metros de desnivel de subida, otro tanto de bajada y caminar del orden de entre 12 y 15 horas. Yo mismo había comenzado mi jornada sobre las siete de la mañana y había llegado al refugio cerca de las cinco de la tarde, quedándome todavía dos horas de pista hasta dónde había dejado la furgoneta. Por qué no decirlo, llegué extenuado.


























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