Junto a sin Nombre, 16 de diciembre de 1984
He perdido el hábito de escribir dentro del saco. Llevo diez minutos intentándolo pero nada. Hasta estas cosas se oxidan cuando no las practicas. No es que antes fuera la gloria hacerlo, pero terminaba encontrando la posición y mal que bien lograba pergeñar algo. Hoy no, y eso que he pasado inviernos enteros dentro del saco atendiendo a las actividades más diversas como ésta de escribir, ver una película o jugar al ajedrez. Hoy no, hoy es la sensación de que emprendo una tarea difícil, como si el saco de invierno hubiera encogido. La última vez había ensayado en casa un sistema con los bastones, una especie de palos de tienda de campaña que me sostuviera el saco y me dejara escribir como dentro de una estrecha tienda de campaña. Pero lo olvidé y no encuentro la manera.
Mientras tanto la luna ha salido allá por sobre la cabeza del Cocodrilo y ha teñido de una suave claridad la oscuridad. Me ahogo dentro del saco. El termómetro marca uno bajo cero, pero entre mi hábito de dormir en esta época con lo puesto, el temor de pasar frío, siempre la primera noche de invierno en el monte atemoriza, y que al final me decidí a traer el saco propio de las bajas temperaturas, pues que estoy ahogado de calor. Podría quitarme ropa pero se me hace una labor complicada. Más vale humo que escarcha, que decía el amigo Enrique del Pozo.
Hablaba del temor y es verdad. Mira que después de pasar los últimos inviernos durmiendo sobre la nieve por las cimas de todo el Sistema Central y que ahora me dé cosa… El frío extremo siempre me ha atemoriza un poco. Recuerdo cierta noche en el cerro , al este del puerto de , en que la temperatura descenció hasta los 20 grados bajo cero: desayunar, salir del saco por la mañana, recoger, ponerte los crampones, todo con los dedos rígidos como palos y echar a andar ladera abajo en medio de una soledad blanca que te cortaba eliento… lo recuerdo, sí, con temor. Mi cuerpo, que nunca se ha hecho al frío, con los años adquiere un no se qué de preocupación. De todos modos es todo muy diferente cuando sales del coche, de un hotel, de un lugar abrigado. El cuerpo enseguida se adapta, pero salir del saco, y acaso de la tienda, se convierte en una pequeña aventura. En fin, que espero adaptarme, aunque me cueste. Que eso de habituarse al frío también forma parte del juego.
Hoy la idea consistía en visitar camino de Los Hermanitos algunos conocidos vivacs, un proyecto que venía desde hace tiempo que se me ocurrió podría ser una colección más, tantos lugares acogedores que voluntariosos amantes de han habilitado con todo el cariño del mundo. Conozco algunos, pero son cantidad los que todavía no he visitado. Quizás dedique una temporada a cartografiarlos. Me dice un amigo que ni se me ocurra dar pistas en las redes de la ubicación de los mismos; ya se sabe, empiezan a visitarse en exceso, la gente lo comparte en redes y aquello puede terminar en estado lamentable. Hay gente magnífica sin embargo que cuida estos lugares, hoy mismo en que en el segundo vivac hasta una lata de cerveza y alguna botella de alcohol habían dejado algunos de los visitantes. Incluso puede suceder que los más peligrosos de todos, los vándalos de la administración del Parque terminen con ellos. No sería la primera vez. Así que chitón. Dejo aquí abajo una muestra de ese vandalismo pertrechado por los administradores del parque, el aspecto antes y después de uno de los abrigos más bonitos de todo el Sistema Central.
Antes y después. Obsérvese hasta dónde puede llevar la estulticia y el vandalismo de los responsables del llamado P.N. del Guadarrama |
Tendría que subir al collado Cabrón y desde allí seguir la senda hasta Los Cuatro Caminos, alcanzar el Callejón de las Abejas, llegar al collado de del Sultán, por cuyos alrededores debía de seguir las indicaciones de cierto amigo que me pasó las coordenadas de uno de los abrigos mejor acondicionados, y seguir desde allí hacia o , pero como otras veces calculé mal, sólo pude alcanzar el primero y segundo vivac antes de que se me hiciera de noche. Si hubiera sido Julio Gosán habría continuado hasta el fin del mundo a oscuras, que Julio con sus habilidades de búho ninguna dificultad tiene para orientarse de noche. Bueno, lo de vivac vivac referido a este último es realmente inexacto, se trata de una habitación-choza de cinco estrellas, suelo enlosado perfectamente con planchas de granito, estanterías, dos puertas bien trabajadas con bloques de roca. Es asombroso el cariño con el que los autores construyeron este espacio. Un saco de dormir, algunas botellas y algo de comida y como colofón esa lata de cerveza, señal ésta de una previsión y una hospitalidad totalmente maravillosa. Todo limpísimo. Cuando llegué aquí era completamente de noche, así que fue inútil seguir mi ruta de los chiringuitos. Como no hacía ni pizca de aire busqué fuera un lugar despejado en donde pudiera contemplar las estrellas y allí instalé mi vivac.
He oído hace un rato un ruido muy cerca pero no le hice caso. La comida siempre la pongo a buen recaudo desde que los zorros reiterativamente me la han robado en lugares diversos como Guadarrama, Pirineos o Alpes. En esta ocasión se van a quedar a la luna de Valencia, me he dicho. Ja, qué equivocado estaba. Me he incorporado y no he visto nada, así que me dispuse a echar un trago de agua. ¿De agua? ¿Y donde estaba el agua? Como preveía que las bajas temperaturas iban a helar la bolsa de agua, he llenado un recipiente con el agua del desayuno y el que pudiera necesitar para beber por la noche y lo he puesto a medio metro firme sobre la tierra. Me alzo, lo busco y no encuentro el recipiente. Joder con mi memoria, yo juraría que lo he puesto ahí, a la altura de la mano. Me incorporo, enciendo la linterna, miro por los alrededores, el recipiente ha desaparecido misteriosamente. Salgo del saco, miro más allá y lo veo a metro y medio boca abajo. Ja, se ve que los zorros, porque de un jabalí lo espero menos, además de comer también tienen la caprichosa necesidad de beber, caprichosa en este caso porque no falta el agua en esta parte de y no me parece de recibo que vengan a arramplar con el único agua que lleva un servidor. También podría haber bebido lo que hubiera necesitado y largarse, pero no, tuvo que llevarse también el recipiente. Espero encontrar agua mañana para mi desayuno. En algún momento de la noche quise apagar mi sed buscando la bolsa de agua en la que debía de quedar medio litro. Tampoco la encontré. A la mañana siguiente cuando hube recogido todo y me resignaba a partir sin desayunar, me di una vuelta por los alrededores con la vana esperanza de encontrar mi bolsa de agua. Después de un rato di con ella entre unos arbustos a cincuenta metros de donde había vivaqueado. Tan mosqueado me tiene esto que en mis próximos vivacs voy a tener que atar con una cuerda todo lo que no quepa en mi macuto.
* * *
Por cierto, allá quedan todos los pinos infectados por la procesionaria esperando inútilmente a que la desidia de los vándalos responsables del Parque haga algo para que el entero bosque no quede totalmente arruinado. ¡De pena!
Dos cartelitos como éste. A esto se reduce la acción de los responsables del llamado P.N. del Guadarrama en relación con la praga de la procesionaria. |
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