Nochevieja en Peñalara

 



Cumbre de Peñalara, 1 de enero de 1984

Dormí cinco horas. Cuando me desperté ya había cambiado de año. Desde hace mucho tiempo no hay nadie más ajeno que yo a las efemérides que rondan el tránsito de los años, un paso del tiempo que al decir de Einstein acaso ni siquiera existe. Somos, vivimos, cogemos una curda, nos malcasamos, o si tenemos suerte nos biencasamos, tenemos hijos y viajamos, pero aún así todo eso, según cierta ley de la relatividad, quizás acaso todo ello suceda en un instante. Una interesante paradoja que no he logrado entender pero que a veces recuerdo como una posible opción, y ello pese a la memoria que tiene la dichosa manía de querer ubicar todo en ciertos compartimentos llamados meses, años o días. Si el tiempo era para cierto escritor norteamericano el río en el que él pescaba, yo preferiría que el tiempo fuera un espacio en donde cerrar los ojos y tener todo a mano.

Recuerdo que en mi última noche de dormir en Pedriza, en ese maravilloso espacio que Julio Gosan ha bautizado como el Kubil, en un punto en el que tardaba en dormirme, me dio por recorrer mis vivacs en las cumbres de todo el Sistema Central durante los cuatro últimos años (imposible no echar mano a esa herramienta que llamamos tiempo). Empecé recordando los más extremos, el Calvitero y el Canchal de la Ceja, seguí por la Azagaya y la Covacha y así fui recordando noche tras noche pasando por el Meapoco, el Almanzor, la Mira y todos los Picos de la Sierra del Valle. Cuando aquello se me acabó salté a la Almenara y continúe por Guadarrama. Fue un paseo fantástico el recordar mis noches, invierno, primavera u otoño, en todas aquellas cimas hasta alcanzar la Sierra del Rincón, el Pico del Lobo y el Ocejón. Quizás esa noche me acerqué a esa intuición de no existencia del tiempo porque era como estar viviendo todas esas noches bajo las estrellas en el mismo instante. La sensación de estar viviendo una magnífica experiencia en donde no cabía la continuidad, todo era simultáneo, siempre estaba ahí el atardecer brillante o sin chicha ni limoná y las constelaciones y los planetas y las largas noches de íntima relación con las cumbres y el firmamento. Una situación así se acerca creo yo a una idea del tiempo estancado e inmóvil en donde todo sucede en un instante. Ni qué decir tiene que me dormí como con una gran sensación de bienestar.


Otro asunto relacionado con el tiempo es ese entusiasmo que la gente pone en estas horas de tránsito como hoy. A veces sospecho que esto de la Navidad, Nochevieja, Carnaval y tantas otras celebraciones no son otra cosa que el esfuerzo por salir del envaramiento y la rutina de los días. El cuerpo hace todo lo posible para entre rutina y rutina establecer hitos que amenicen lo que podría ser el tránsito por una autovía a lo largo de miles y miles de kilómetros. Y la sociedad lo hace muy bien. Incluso para aquellos que odian la Navidad ésta al fin de cuentas, con su turrón, sus luces, sus fiestas, sus regalos, son como otras, el Carnaval, por ejemplo, el conveniente cambio de ritmo, lo otro que nos saca de la rutina. Vamos, como en la música, esa inesperada irrupción de un clarinete, el cambio de melodía, el zambombazo final de una sinfonía, esto de fin de año, el folclore de las uvas y el champán para celebrar qué. Para celebrar nada, que seguimos vivos y que nos gusta montón continuar estándolo, vivitos y coleando. De ahí está irrupción a saco en el Año Nuevo.

Espabilado como estoy, tanto o más como todos los vecinos que allí abajo a mis pies en  el llano segoviano en este instante lanzan fuegos artificiales y deseándose lo mejor unos a otros para el año que comienza, no sé yo si debería escribir mi crónica habitual o por el contrario dedicarme a repasar el año que dejamos atrás y como correlato hacer una pequeña lista de buenas intenciones para el año que entra, que siempre viene bien. No sé. Mientras lo pienso doy el parte: temperatura ambiente – 5° C, sensación térmica – 9°C, viento moderado de aproximadamente 20 Kms/h. Cielo despejado. Dentro del saco la temperatura es confortable.  Así que todo en orden.

Recuerdo que cuando era niño, y en ocasiones no tan niño, y acaso bajo la influencia de los ocho años de escolarización en los Salesianos, Año Nuevo era el ejemplo de reflexión para considerar cuánto uno había sido un tipo un tanto repulsivo, amable, cabroncete, buena persona. Buena, esas cosas que para algunos son monsergas de curas y para otros un modo de llamarnos la atención a nosotros mismos. Recuerdo que cuando estudiaba inglés, el método por estas fechas inauguraba un capítulo titulado New year resolutions. El método se estructuraba en torno a una historia protagonizada por un joven despistado y torpón llamado Arthur. Arthur en aquellas circunstancias se hacía montones de propósitos que luego por supuesto no cumplía. A mí mis propósito de adolescente sí me valieron. Me ayudaban a mantener un poco el control de un espíritu apasionado y tímido que había de reconducir constantemente. Aún practico aquello de tanto en tanto. Suena a cosa de niños, pero funciona eso de intentar ser buena persona; ser buenos, decíamos entonces, es una cosa que deberíamos intentar practicar todos.

Mi termómetro marca 5 bajo cero, pero apenas se puede ver, la escarcha cubre la pantalla. Mi saco está también escarchado como un árbol de Navidad, pero dentro no se nota. Asomo la cabeza por el ventanillo del saco de dormir y la constelación más aparente es la sartén de la Osa Mayor. Hace viento pero el pequeño corralillo que he encontrado a cincuenta metros de la cumbre, me protege bastante bien. Son cerca de las dos de la mañana y dudo entre intentar dormir o leer un rato a Steinbeck y a su perro Charley que esta noche han acampado en un bosque de secuoyas. Jamás he logrado aprender la situación de los estados de Estados Unidos, pero en esta ocasión algo me va quedando desde que salieron de Nueva York, primero hacia el norte, Maine y Vermont, después rumbo oeste por Michigan, Wiscosin y otros hasta uno de los parques nacionales de la costa oeste donde Steinbeck tuvo que darse vuelta porque los osos ponían frenético a su perro Charley.

En fin, como le decía hace un momento al amigo Paco, es un bonito lugar éste para echar un sueño en el frescor de la noche, y acaso para echar un vistazo al pasado y sentir el corazón caliente. Creo que sí, voy a leer un rato.

Feliz Año nuevo a todos. Buenas noches.

 


Nota: Quizás alguno hayáis reparado en la fecha del post, 1 de enero de 1984. Se trata de una llamada de atención para los quisquillosos de las prohibiciones. Seguiré utilizando esa año de publicación para todos mis post que escriba en lugares donde llegan las prohibiciones. Hoy tuve una instructiva charla con el forestal encargado del parque. Cuando pasé por su garito quiso interesarse por dónde había dormido. Le contesté que siendo forestal no tenía más remedio que mentirle. Charlamos durante casi un cuarto de hora. Charla amigable sobre asuntos que no voy a mencionar aquí porque ya lo hice en el pasado en exceso, el tema de las prohibiciones de vivaquear y demás. Incluso aceptó, sin mucha alteración en el rostro, que le dijera que en la comunidad de montañeros en general los responsables del Parque son considerados paletos y vándalos. Después sostuvo la tesis de que los vivacs son cultura a proteger, algo que se da de bruces con la realidad en casos aislados, pero que al menos demuestra cierto grado de comprensión. El dilema masificación y respeto de las minorías, era claramente un asunto sin resolver. Nos despedimos amigablemente.


 

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