Alicante, 10 de enero de 2023
Nervios. Muchos. El mar a nuestros pies, azul, el mar, la
mar, el mar de Julio Villar que con los ojos cerrados visualicé siempre como
una promesa imposible, el mar a cuyas orillas he caminado durante tantos meses,
cabo San Vicente, Finisterre, cap de Creus, el Mediterráneo de Serrat y del
horror de sus náufragos de nuestros días, el mar en cuyas playas y acantilados
pernocté arrobado por el sonajero de sus olas, por la bestia despierta de sus olas
allá en el norte. El Mar, mon amour; la montaña, mon amour, cuyos pies venían
hoy a besar el vaivén tranquilo de las aguas mientras mi cuerpo colgaba como
una araña suspendido por una cuerda color sangre. Benditos amigos que me invitaron
a esta fiesta de mar y roca donde dos amores tan profundamente enquistados en mí
confluyeron. Gracias. Gracias, amigos, Bruno,
Jose, Toti.
El amor. ¿Cómo era aquello? ¿Recordáis aquel dicho árabe
sobre el té: "El primer vaso de té es tan dulce como el amor, el segundo
tan fuerte como la vida, y el tercero tan amargo como la muerte". No es té
lo que compartíamos hoy allá en los acantilados de Toix sobre la Magica Mystery
Tour, pero sí contenía el momento el dulce sabor del amor y se enmarañaba entre
el pecho y las yemas de los dedos el fuerte sabor de la vida. Nosotros no llegamos
a apurar el té, que dejamos para otro momento; sin embargo yo sí probé la incertidumbre
de la rata, esa de la que hablaba Kurtyka en El maharajá chino, esa inquietud
que te recorre por dentro cuando sueñas con escalar una pared pero…
El caso es que ya venía soñando despierto desde hace tiempo con
eso de abrir las piernas en una pared y encontrarme entre ellas un espectacular
vacío al fondo del cual mi otro amor, intensamente azul producía en mí una especie
de catarsis que en algún momento debía haber liberado en forma de un grito profundo
si no hubiera sido por el rubor tonto que me produce mi siempre latente timidez.
Habituado como estoy a las emociones solitarias que la relación con la montaña me
produce, tormentas, grandes esfuerzos, íntima relación con los elementos, con el
firmamento, sentía que escalando, no con la suficiente confianza, con la certeza
de que mi cuerpo no estaba del todo a la altura de las circunstancia, debía concentrarme
tanto en lo que estaba haciendo que apenas dejaba espacio a esa emoción lindera
con la exaltación; valga decir, atisbaba el placer, lo presentía acercarse, lo sentía
en el fondo de mi alma, pero… mi cuerpo y mi mente estaban demasiado centrados
en no resbalar, en mantener una cierta elegancia, en apurar un momento de equilibrio
para alcanzar una presa suficiente en la que confiar. Estoy habituado a sorber mi
relación con la montaña, con la nocturnidad de las cumbres, de parecida manera
a quien se bebe una jarra de espumosa cerveza tras una agotadora marcha por el desierto.
Me faltó un poquito para conseguirlo. ¡Qué placer debe de ser escalar con la confianza
de un Papila, de uno de esos maravillosos seres capaces de escalar con lo puesto!
Sentir el vacío amigo como íntimo compañero de aventuras, la confianza en tí como
un regalo de los dioses…
Qué gente tan particular ésta que frecuenta estas paredes con
parecida cotidianidad y facilidad con la que yo camino por los bosques. Qué envidia,
qué sana envidia. Envidiaba hoy a José Manuel emulando con buena voz a los Beatles
mientras se chupaba algún largo de 5+ y mientras el mar se agitaba calmo a nuestros
pies; envidiaba a Toti con esa facilidad suya para deslizarse por la atractiva verticalidad
de una roca levemente lavada por el paso
de otras cordadas; envidiaba la seguridad y el apacible escalar de Bruno.
Ojo a ese bloque con una cruz, me avisó Jose. Me costó localizarlo,
un bloque inestable sobresaliente ideal para superar un paso que a mí me parecía
complicado. No tocar aquel bloque me costó un resbalón. Me admiré de que aquello
no me pusiera más nervioso. Estaba muy cansado, mis gatos resbalaban más de lo que
yo hubiera querido, las presas me parecían mínimas. Ojo, avisé a José. Tan ojo,
que me quedé colgando. O no fue aquí, que fue más abajo. Los sucesos se mezclan
en mi memoria. El largo anterior había sido una preciosidad, expuesto, seguro, muy
aéreo e incluso había desenfundado la cámara para dejar constancia del momento.
Pero aquí ya me faltaron fuerzas. Había tirado mucho de brazos, mis bracitos, comparados
con los superbrazos de mis compañeros, y mi corazón hacia popopó a una velocidad
desacostumbrada. No, en puntos así no había manera para recrearse disfrutando del
maravilloso entorno en que nos movíamos.
La cosa no me da para más. Mañana desayuno a las siete de la
mañana para una nueva incursión en este magnífico entorno alicantino. Así que cierro
y corto. Buenas noches.
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