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La Peñota desde Peña Águila |
Cima de Peña Águila, 27 de marzo de 2023
Desde casa apenas se veía la sierra. La bruma
dejaba adivinar algo; muy poco. Así que pensé que ya decidiría el destino por
el camino. Metí las raquetas de nieve y los crampones pero olvidé la tienda y
una ligera funda de vivac que llevo siempre para casos de emergencia. A la
altura de Villalba ya podía comprobar que una enorme boina de nubes cubría la
parte central de la sierra. No tenía más remedio que elegir un lugar que en
caso necesario me pudiera ofrecer alguna protección. ¿El pequeño refugio de
Peña Citores, el del Cerro de la
Camorca, Cabeza Lijar, Peña Valiente, acaso el refugio de la Salamanca o el de la Najarra? Me decidí por la Salamanca, pero cuando
fui a salir de la autovía me encontré con que el acceso al Alto de los Leones
estaba cortado. Y ya en San Rafael, tan tarde se me había hecho y la tanta
nieve que cubría el bosque, me hizo volverme atrás. Me di la vuelta, volví a
cruzar el túnel y pese a la boina que cubría La Peñota y Peña Águila,
decidí subir a esta última desde Los Molinos, la zona más despejada. Por
Maliciosa parecía como si algún monstruo en forma de raya marina estuviera
dispuesto a tragarse a ella y a toda la Cuerda Larga.

No las tenía todas conmigo. Después de tres meses
de inactividad, un poco sí me atemorizaba esta salida. El frío, la nieve, la
soledad, esas cosas, pero no duró mucho ese temor. Miré de reojo las raquetas y
los crampones y me dije, demasiado peso, otra vez será. Al fin y al cabo la ladera
sur de la Peñota
estaba despejada de nieve. Al poco de andar ya casi me sentía como otras veces.
Los carboneros garrapinos andaban por ahí como siempre alegrando el bosque con
su canto.

Notaba el peso del macuto, pero logré llegar
hasta la cima de Peña Águila de un tirón, pese a que en algunos lugares la
nieve cedía y me hundía hasta los mismísimos. Había subido envuelto en la
niebla pero ya casi arriba despejó y ésta quedó abajo como un encrespado mar de
grises claros. Por poniente el sol hizo un atisbo de abrirse entre ella pero el
intento fue vano. Sólo me dio tiempo a tomar unas pocas fotografías y nada más.
Se me estaba haciendo de noche y no había viento, así que no busqué mucho.
Confíe en que ni el viento ni la nieve o la lluvia vinieran a molestarme. Como
también me había dejado la pala de nieve en el coche tuve que patear lo mejor
que pude la nieve para hacer un pequeño nicho en el que instalar mi colchoneta
y el saco de dormir.

He olvidado en casa también la linterna, así que
me ha tocado comer a ciegas. Hoy recordaba cierta noche con Emiliano de Diego
en La Barranca,
una de nuestras primeras salidas. Aquel día nos habíamos protegido del mal
tiempo entre las ruinas del hospital, una noche terriblemente oscura en que
ambos también habíamos olvidado las linternas. Creo que nunca he experimentado
una oscuridad tan absoluta. Fue realmente complicado instalar nuestro vivac y
cenar. Por más oscuro que esté, siempre al cabo del rato puedes percibir la
forma de los objetos. Allí era como estar ciegos. Hoy hacia frío y no tenía
ganas de andar trajinando con la cena, así que introduje la bolsa en el saco y
a tientas fui metiéndome en la boca lo que pillaba.

Se lo decía a alguien hace un momento, estoy
como niño que estrena zapatos nuevos. Y lo bien que me va a venir despegarme un
poco de las noticias que estos últimos días me tienen un tanto absorbido. Un
amigo me advertía precisamente hoy de que me estaba tomando las cosas del
gobierno y la UE
con demasiado calor, pero es que es tan difícil cuando uno siente tan fuerte
dentro de sí que le están intentando engañar, que nos tratan a los europeos
como imbéciles preparándonos por todos los medios, ahora esa provisión de 72
horas por si acaso, qué casualidad en el mismo paquete que el desarme; ese
temor global que un analista político ayer simplificaba diciendo que el enemigo
para los pueblos de Europa ahora no es Rusia, que el enemigo son los dirigentes
de la UE. Hay
quien percibe estos asuntos globales en que estamos como quien ve llover. A mí
me parecen de tal trascendencia que aunque no quiera me sale la indignación a
borbotones de dentro; me sucedía ayer con el asunto del rearme.
De momento la niebla ha desaparecido, la Osa Mayor preside el
cenit. Sin embargo, un gran nubarrón avanza pesado desde las cimas de Siete
Picos al ritmo de la
Cabalgata de las Walquirias en la versión de Coppola en Apocalypse Now, donde la música acompaña
dramáticamente la escena del ataque de helicópteros.

Desde hace mucho tiempo el sueño se me ha hecho
muy frágil, incluso renuente. Pienso que quizás tiene que ver con la melatonina,
que acaso inhibe el par de horas que paso frente a la pantalla del teléfono.
Paso mucho tiempo despierto. El viento, no muy fuerte, vapulea mi saco de
dormir. Por su boca entra un pequeño chorro de aire. Pero se está bien; respiro
con gusto estas raciones de soledad que me proporciona estar durmiendo entre la
nieve. Ahora deben de ser las tres o las cuatro de la mañana. Espero la hora
del alba, siempre esa posibilidad de que el cielo se vista de oro y grana. Echo
una ojeada fuera. Ahora está despejado pero la contaminación lumínica resta
profundidad al firmamento; esa espléndida oscuridad del cielo de Gredos está
ausente en Guadarrama.

Pensaba hace un rato en la invitación que me
hizo días atras José Luis Ibarzábal para participar en la Travesía de los Tres
Circos, en Gredos. ¡Quién pudiera volver a aquellos tiempos precisamente en
este momento en que el Circo ha vuelto a las condiciones de nieve de antaño!
¡Gredos y sus altas rutas de tan grata memoria! No volví a calzar los esquís
después de principios de los años setenta y siempre usando esquís de travesía y
con una técnica más bien primitiva. Son ese tipo de cosas que tampoco están ya
a mi alcance. Doña Añoranza me visita todavía en ocasiones. La misma que
adivino en algunos compañeros que suben constantemente fotografías de época.
Santiago Pino de su ascensión a la
Oeste del Naranjo; Luís Alberto recientemente imágenes
digitalizadas de diapositivas de las antiguas Altas Rutas; Laureano, de viejas
escapadas en Pirineos o Alpes… tantos. El testimonio de viejas pasiones que
todavía hoy resucitamos con la tozuda disposición de quien no querría abandonar
las montañas ni siquiera en las puertas de la despedida definitiva. Todavía
recuerdo a Julio Armesto contando con ilusión el tiempo que vendría después de
su enfermedad en que con seguridad volvería a escalar. Fue precisamente
vivaqueando en una de estas cumbres que me enteré de su fallecimiento. Recuerdo
haberle escrito entonces una cariñosa carta de despedida desde mi vivac. La Parca se llevó al otro mundo
esa aspiración suya. Descansa en paz, Julio.

En cosas así pienso en estas noches de sueños
interrumpidos. Otras veces me da por hablar con la montaña, un diálogo
silencioso como el de dos amigos que caminan juntos y en cuyo caminar sobran
las palabras. Volver a la montaña es volver a ti mismo en lo que eres y en lo
que fuiste, esos pedazos de vida que a veces se nos extravían en la memoria y
que conviene rescatar en lo posible. Días atrás, por ejemplo, que salió hablando
con un amigo por guasap cierta ocasión en que él había hecho la Integral de Gredos, una
persona a la que no logro rescatar en mi memoria. Cuando comentando aquello,
aumentamos la resolución del zoom, él nombró a Moisés Castaño y a Luis Bernardo
Durán y a “otro” más cuyo nombre no recordaba, y además citaba el último vivac
de la Integral
al pie de los Hermanitos, terminé comprendiendo que aquel “otro” era yo mismo.
Probablemente él formaba cordada con Luis Bernardo, mientras yo lo hacía con
Moisés Castaño. Es posible que hayamos compartido la misma cuerda y sin
embargo, ahí nos encontrábamos mandándonos guasaps como dos desconocidos que
casualmente coinciden en un grupo. Así se comporta de vez en cuando la memoria.
Las noches en vela traen regalos de este tipo. Los males del mundo que vivimos
en este momento desaparecen y de repente te encuentras con pequeños rincones
del pasado que salen poco a poco de los resquicios del insomnio.

Y entre unas cosas y otra en el cielo han
empezado a aparecer las primeras débiles luces del alba. Las nubes cabalgan
sobre la Maliciosa
y amagan con engullirme y cubrir de nuevo la cima de Peña Águila. Las brasas
del horizonte se encienden ahora a la derecha de la Maliciosa y las masas de
nubes se hunden en el valle de La
Dehesilla tras atravesar el puerto de la Fuenfría.
Mi saco está cubierto de una gruesa capa de
escarcha. Las nubes trotan a mis pies mientras el alba intenta brotar como una
flor sobre las faldas de la
Maliciosa. Visto el espectáculo vuelvo a quedar profundamente
dormido hasta que el sol viene a pegarme de lleno en el rostro. Hora de
desayunar, recoger y a paso tranquilo, como quien quiere disfrutar a fondo de
la mañana, descender la montaña camino de casa.

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