Día 6. Mi cuerpo y mi alma se ponen de acuerdo




Refugio Morelli Bussi, 44,19132506°N, 07,31337100°E, 23 de junio de 2025

Refugio Elena Soria – cercanías refugio Génova – Pantano del Chiotas – Refugio Morelli Bussi. 

El fragor de una cascada cercana, livianas nubes flotando  ingrávidas en el azul del cielo y un sol de justicia achicharrando la ladera. Me he cobijado bajo una roca no muy grande. Antes de empezar la subida he preguntado si iba a encontrar agua por el camino y el hombre al que pregunté me ha dicho que no. Quince minutos más arriba sonaba una cascada que era imposible no oír. ¿En qué iría pensando este individuo? 

Llevaba cinco horas y medias caminando y mi cuerpo me pedía urgentemente ya un refrigerio y un largo descanso. Por medio sólo  había parado en el Col de la Fenestrella el tiempo de comerme un tomate. Setecientos metros de desnivel. En ellos, dado que dicen que estamos compuestos de cuerpo y alma, primero diré lo que sucedía en mi alma. En mi alma rondaba lo que damos en llamar la estupidez, las variadas estupideces del mundo, de la gente, de los que se ponen al frente del planeta. La primera de todas venía de contemplar los bunkers que me he encontrado hasta ahora en lugares prácticamente inaccesibles, bunkers acaso de la Primera Guerra Mundial, o quizás la Segunda. Siempre me ha parecido un trabajo inimaginable estos recintos que frecuentemente están acompañados de edificaciones militares. Pensar la vida aquí en invierno, las condiciones de vida, te invita a reflexionar más de cerca sobre la estupidez de los hombres y sus guerras. Ahora estas fortificaciones son el hábitat de los sarrios y las cabras montesas. Cuando pasé junto a la fortificación salieron disparadas montones de cabras. Y ya de paso me dio también por pensar en cómo se organiza el mundo, en lo lógico que sería que todo lo que da la Tierra se repartiera con un mínimo de equidad y justicia en lugar de… bah… 

Estaba ya muy arriba y mi cuerpo había empezado a entrar en crisis con eso de yanopuedomás, pero la verdad es que no le hice ni caso. Uf, me parece que se están acumulando demasiadas nubes, que pasando de ser gráciles nubecillas se están espesando de manera amenazadora. Me quedan al menos tres horas para el refugio, son las dos y la hora de las tormentas ronda las cuatro o las cinco de la tarde, así que pausa. Me largo para arriba y luego sigo con lo de mi cuerpo. 


Apenas comenzado a andar quedo envuelto por la niebla. Sospecho lo peor. Aquí el tiempo cambia en un plisplás. Fuerzo el paso lo que puedo y al cabo del rato me sorprendo de que mis piernas aguanten el ritmo. No pasa mucho tiempo y ya se oyen los primeros truenos. El sendero aunque pendiente es cómodo. En cierto punto caen las primeras gotas que me obliga a ponerme los guetres y la capa de agua. Ya temo lo peor. Si la tormenta es como hace días cuando estaba en el refugio Merveilles voy a quedar como una sopa. No vuelvo a oír los truenos por un buen rato, pero aún así sigo forzando la marcha. Me gusta cómo está trabajando mi cuerpo. Recordaba una vieja tormenta que me pilló atravesando el macizo del Tiglav, en los Alpes Julianos. Me pilló de camino. Aquello sí que era una tormenta de verdad. Recuerdo que bajaba cantando en medio del estruendo eléctrico. Fue uno de esos momentos de plenitud que quedan vibrando en tu memoria como quien ha recibido una gracia de los cielos. Recuerdo que ni siquiera me molestaba en saltar los arroyos, pasaba chapoteando en el agua. Era un verdadero diluvio envuelto en la parafernalia eléctrica que rompía con fuerza atronadora contra las cumbres. Y yo era el hombre más feliz del mundo. 

Mi tormenta de hoy quedó en amago. Llegando al Passo del Chiaous empezó a despejar. Era hermoso ese paisaje de nubes del que emergían farallones de montañas como salidas de la nada. Allá abajo se veía el refugio Morelli con su cubierta de hierro color teja. Ya en el refugio había despejado del todo. 



Lo de mi cuerpo de esta mañana iba de que no entendía bien eso de los límites. Me preguntaba si realmente es posible conocer nuestros límites. Y pensaba en estos días tantas veces penando que me habían tocado y como esta mañana, forzando una y otra vez esa situación, resultaba que el cuerpo podía, podía mucho más todavía una y otra vez. Pensaba en el relato de Messner cuando su solitaria sin oxígeno al Everest. Ese desesperado seguir subiendo y subiendo. Diez pasos y vuelta a parar. Esos diez pasos añadidos continuamente una y otra vez al último imposible, es una réplica a mucha menor escala que un caminante corriente puede aplicarse a sí mismo. Pero cuánto, ¿cuánto se puede forzar este sobreponerse a sí mismo? ¿Quién sabe realmente de sus propios límites? Hablo de caminar, de ascensiones. Si fuera de escalada sería diferente. Tratas de superar un 6A un puñado de veces y te caes. Ahí está tu límite. En el caminante cuenta la fuerza de la voluntad. En este caso lo que cuente por encima de la preparación física sea acaso un capacidad añadida, la capacidad de resistencia. Estaría ese límite que nos pensamos que es el nuestro y junto a ello otro valor, la capacidad añadida de mantenerse y experimentar un plus que en realidad dependería más de la voluntad que del cuerpo. Bufff. ¿Me lío? Habría que añadir que no todo es hablar de los límites, que junto a ello está el peligro al que te expones, especialmente cuando vas teniendo muchos años. Hoy me tomé las pulsaciones en el primer collado y estaban en las 150, pero días atrás al final de un sendero en el que a veces había que usar las manos mis pulsaciones rozaron las 190, algo que me produce temor y debo evitar a toda costa. 

He subido hace un rato a colocar la tienda en un prado y ahora, ya en el refugio, comparto la cena con un puñado de escaladores que imagino tienen por objetivo una atractiva crestería por encima del refugio. Son los primeros escaladores que veo desde que salí de la orilla del mar. 











No hay comentarios: