Día 5. “Totum dependet”




Refugio Soria Elena, 44,13998888°N, 07,36405671°E, 22 de junio de 2025 

Llovió por la noche pero amaneció con ese cielo azul con que pintábamos todos los cielos de la niñez, “estos días azules y este sol de la infancia…”. Mucha tela por delante, porque aunque me pesa el culo más de la cuenta, mi mente cuela sobre los mapas y apenas presta atención a los desniveles. No sé si habréis hecho alguna vez la observación de que los los mapas que consultamos están hechos de dos dimensiones mientras que la realidad generalmente tiene tres dimensiones. Y ahí es de donde surge el problema. Miras el mapa y calculas de aquí para acá diez kilómetros, pongamos por caso, que es lo que te pregunta a veces la gente: ¿Cuántos kilómetros has caminado? Y se quedan tan panchos porque la miran sobre el mapa y les parece una distancia irrisoria en la que los desniveles han desaparecido. Total que decidí ahorrarme un rodeo que tocaba el refugio de la Madone de Fenestre, final de etapa, y llegar al refugio siguiente, el Soria Elena final de la siguiente. Sobre el mapa, chupado, en la realidad, un palizón que mi cuerpo, felicitaciones para él, solventó con toda entereza. 

Estos primeros días mis preocupaciones giran en torno a cómo habrá o no de funcionarme el cuerpo. Después de la jornada de hoy la cosa queda en tablas, mi cuerpo llegó a las tres de la tarde bastante enterito tras haber comenzado a andar a las siete y media de la mañana. Siete horas y media cargado, dos altos collados con dos paradas no está nada mal. Así que contento. 

Cuando llego al refugio lo primero que pregunto mientras me tomo un refresco es en qué país estoy. Siamo in Italia… Una buena noticia. Me siento bien en Italia, me gustan los italianos, y las italianas, of course. Me da cierta pena haberme vuelto abstemio. He probado un par de veces tomarme una cerveza y no, he perdido el gusto. Una pena porque en mis veranos de Alpes era un momento que apreciaba enormemente. Llegar ahogado a un refugio y beberme enterita una de 600 había sido un rito durante muchos veranos. Era el gran placer de la jornada que compartía con tutti cuanti que llegaban al refugio. Primera cosa después de descargar el macuto, trasegar una gran cerveza. 

Llevaba tres días sin cobertura, pero en cuanto me asomé a un valle que se alejaba hacia, pensaba, un lugar habitado, probé: ¡bingo! Envié a Victoria las crónicas de estos días junto a las fotografías y después la llamé. Hablamos durante un rato mientras continuaba mi camino. Se repetía una escena cotidiana de otros veranos. Me ponía el teléfono en el bolsillo superior y caminando como si la tuviera al lado, charlabamos durante un buen rato. El teléfono satelital que debía de tener la SIM sucia me había funcionado mal estos días, así que reemprendiamos nuestra conversación que habíamos dejado mientras tenía el mar a la vista. 

Junto a otros mensajes me encontré uno de Enrique que respondía a alguna cosa de mi blog de días atrás: 

“Verba volant, scripta manent”. Perdona el latinajo, decía, pero resulta pertinente en este contexto. Enrique había borrados un par de mensajes y pedía disculpas por haberse expresado no bien del todo. Dicho lo cual arremetía risueño, imagino, haciendo referencia a algo que había escrito yo. “Me la trae floja”, había escrito yo a raíz de no sé qué que no recuerdo; “probablemente eso que dices, lo han utilizado contigo en las pruebas de tu reciente operación de próstata”. Solté una carcajada cuando lo leí. Me entraron ganas de explicarle que estoy en plena recuperación por aquello de que no todo me la traiga floja, pero mejor me callo. 

Se va después Enrique a matizar lo que pudo o no pensar Sócrates, a raíz de aquello de que éste se alegraba frente al mercado de las tantas cosas que no necesitaba. En su derecho está: “Totum dependet” o si se prefiere “De gustibus non est disputandum”. (Como se ve con esto de Internet hasta el tonto del pueblo puede permitirse escribir en latín). Escribe tales cosas Enrique sobre Sócrates, de su no autosuficiencia y su dependencia de los demás, que bien hubiera merecido resucitar a Sócrates para que se diera un paripatético paseo con mi amigo a ver si se ponían de acuerdo. Yo no puedo, entre otras cosas porque tengo que salir pitando para buscar más arriba un lugar para la tienda. Quizás debería añadir para que mejor se me entienda, que si me dieran a elegir entre la sabiduría de Sócrates y la de Einstein, sin duda me quedaría con la del primero. 

Estoy despanzurrado en un asiento en la terraza del refugio. El sol se ha ocultado tras las montañas y ello es la señal para que termine con esto. 





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