Abajo el refugio Niza, 44,09899050°N, 07,39639789°E
A qué hora la tormenta de está tarde, pregunto nada más llegar al refugio Nice. A las cuatro, me dice la joven que atiende el refugio. Es la una. Descanso, como, recargo el teléfono.
No sé qué hacer. Tengo unas ganas enormes de estar solo en mi tienda. Pasar la tarde leyendo, escribiendo, mirando a las musarañas dentro de ese maravilloso espacio que es ese trozo de tela clara. Cuando termino de comer, ya está decidido, me voy. En estos lugares puedes poner la tienda donde quieras, pero dentro de un horario, de siete de la tarde a las ocho de la mañana. ¿Y si está para llover, pregunto? Imagino que las normas no contemplan estas eventualidades y resulta que las cuatro más o menos es la hora canónica en que descargan las tormentas. Ves el cielo despejado y un rato después ya está lloviendo. Si me quedo en el refugio luego, cuando escampe, tendré que montar la tienda sobre mojado.
He caminado media hora desde el refugio y a partir de aquí son quinientos metros de desnivel por una abrupta ladera. Decido quedarme antes de comenzar la subida. El prado donde estoy es perfecto para pasar la tarde y la noche, un manto de flores lo cubre por entero. Los nomeolvides estiran su diminuto cuerpo azul pálido por encima de la hierba, las gencianas abren sus largas trompetillas por donde asoman sus naricillas los estambres; los botones de oro cubren una pequeña ladera que termina en una gran roca. Al cerastio le da lo mismo ocho que ochenta cualquier clase de terreno, hasta en nuestra parcela creció un par de años. Lo mismo alguna semilla quedó pegada a mi mochila. Recuerdo que aterrizando en Australia procedente de Nueva Zelanda nos atendió un amable aduanero que nos explicó con pelos y señales una tarea qué nosotros no llegábamos a comprender. Resultó que cuando llegamos a la aduana nos hizo desplegar totalmente la tienda de campaña y con un aspirador dio un minucioso repaso a todo su interior. Cuando hubo terminado nos pidió que nos descalzáramos y entonces dedicó un buen rato a nuestras botas sacándolas el barro y la suciedad. El motivo no era otro que el estricto control que tienen sobre los restos de polen que puedan trasportar los viajeros procedentes de otros países. En Nueva Zelanda al cruzar algunos arroyos se les pide a los caminantes que se cepillen a conciencia las suelas de las botas. Los utensilios están siempre a disposición en ambas orillas.
Una pequeña giva en medio el prado servirá para colocar mi tienda de manera que el agua de la tormenta escurra hacia los lados de la pendiente.
Estaba intrigado pensando en cómo iba a responder mi cuerpo esta mañana. ¡Ah, placer! , el descubrir que todo marchaba después del lastimoso caminar de ayer. La montaña estaba bonita y soleada, a las siete y media de la mañana el sol era una caricia y el sendero se dejaba caminar con el gusto que produce hacerlo después de un buen sueño y un exuberante desayuno.
Dormir en un refugio siempre me resulta desagradable, más hoy con las estrecheces impuestas por la multitud que lo llenaba, la ventana cerrada, un calor cargado y espeso, algún que otro ronquido. De todos modos se agradece la gentileza y cordialidad que suele reinar en ellos.
El valle de Merveilles es conocido por su agreste belleza y sus lagos en donde esta mañana espejaban las robustas y escapadas montañas de los alrededores. Dos altos collados en torno a los 2600 metros hoy que atravesar. Y comprobar que se dejaban subir sin ninguna dificultad, era un placer. Volver a ese ritmo como cansino pero con el que se pueden caminar millas sin que el cuerpo se altere demasiado era como volver a las experiencias de siempre. En tres horas estaba en el primero tras atravesar una zona de pinturas rupestres descubiertas en el siglo XIX y en cuyas paredes de roca no logré ver ninguno de los signos que se anunciaban. El segundo collado me costó un poco más, pero llegué bastante enterito. Cuatro horas sin un descanso. Aquí me detuve el tiempo de comerme una manzana. Desde aquí al refugio Niza es un larguísimo y accidentado valle cubierto en su primer tercio por neveros.
Terminadas estas líneas me acuerdo livianamente del mundo, qué estará sucediendo entre Israel e Irán, en Gaza, en Ucrania, qué otras locuras se le estarán pasando por la cabeza al Pato Donald. Me inquieta este mundo que estamos viviendo.
Pasé toda la tarde leyendo. El cielo se cubrió pero no hubo lluvia. Me encanta este libro de la MacCuller. La vida sencilla de un grupo de familias de color en donde todos son protagonistas y en donde el doloroso desprecio de los blancos, la crueldad de unos vigilantes y la sencillez de personajes corrientes llenan las páginas con una pátina de encantadora cotidianidad.
Hasta aquí he seguido la ruta del GR52 francés. A partir de este momento engancho con el tramo rojo de la Vía Alpina por algunos días. Este año repartiré mi camino por distintos itinerarios que recorren el arco alpino siguiendo los criterios por los que mi ánimo del momento quiera guiarse.
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