Día 3. La tormenta brama en las alturas

 


Refuge des Merveilles, 44,05736614°N, 07,45199561°E, 20 de junio de 2025 

Me gusta el título, muy en consonancia con los recuerdos que me han ido dejando los Alpes de mis correrías veraniegas. Nunca busco las tormentas, son ellas que vienen a mí. De ellas he sacado una parte sustancial de mi vida. De ellas, de la soledad, d
el esfuerzo continuado día a día a través de las montañas. A veces, cuando repantigado en casa en el silencio de la hora de la siesta cierro los ojos y me pregunto a qué me debo con mayor agradecimiento, siempre salen las montañas a colación. (Paréntesis, en el refugio se ha levantado un uhhhh… ! de muchas bocas. Junto a los truenos que hacen vibrar los cristales del refugio, fuera se ha desatado un granizo que cae como violentas piedras arrojadas sobre la tierra). Y de entre ese fecundo mundo las tormentas son el climax vital que mejor guardo dentro de mí. Qué puede haber más hermoso, más terrible que una tormenta cuando ésta te pilla en alta montaña, tú solo en medio de rayos y truenos, la agitación de la tienda en ese retumbar entre las montañas que te rodean?

Hoy estaba tan tan cansado, tantas veces, que tuve que sentarme junto al sendero porque no podía más, que ya mismo dudaba de que pudiera continuar con mi proyecto. ¿He sobrestimado mis fuerzas, subestimado mi edad?, me preguntaba derrengado sobre el camino. Y junto al cansancio brotaba dentro de mí la liviana tristeza de quien amando tanto este ambiente, esta vida, este vagabundear por la montañas en total autonomía, este estar conmigo a solas con los caminos, los bosques y las montañas, entrevé que a todo esto poco a poco se le va acercando la fecha de caducidad. 

Oigo tronar la tormenta y me emociono recordando esa salvaje belleza que tantas veces he vivido. Llevo muchos veranos haciendo de los Alpes mi hogar, recorriéndolos de un lado para otro, y se me hace duro pensar que esto pueda terminar. 

En el refugio se respira el buen clima de la camaradería de la gente del monte. Apenas había nadie cuando llegué, pero poco a poco se ha ido llenando al completo. Imagino que esta noche muchos tendrán que dormir por los suelos. Llegué con pleno sol y cuando me preguntaron si dormiría aquí enseguida les dije que no, que dormiría en el lugar habilitado junto al refugio para los vivacs. Tuve que cambiar de opinión dos horas más tarde cuando la tormenta se desencadenó sobre el lugar. 


Ayer tarde, exhausto como estaba, en el momento en que encontré un riachuelo, pese a no tener apenas comida, decidí quedarme junto al agua. El sendero daba una vuelta de muchos kilómetros para terminar la ruta en el refugio Camp de Regins. Por la mañana evité esa vuelta por un sendero alternativo. Era un día soleado y pese a que me puse en marcha a las siete de la mañana, sufrí el calor durante toda la jornada. Alguna de mis apremiantes paradas las tuve que hacer metiendo la cabeza bajo una roca. En ocasiones me parecía un milagro que después de un descanso pudiera seguir caminando, subiendo aquel collado y el otro de más allá, que pareciendo estar ahí mismo cuando llegabas allí otra enorme pendiente se abría por encima. Agacharme para fotografiar una flor era una tentación para volver a quitarme el macuto y yacer en tierra de nuevo. 

En el último collado ya temí lo peor, desde lo alto se veía un lago y a continuación un sendero que subía empinado a otro collado  cubierto por un nevero. Desazonador. Cuando llegué al lago me fui derecho a una indicación. Solté un ¡uf! de alivio. Mi itinerario giraba noventa grados a la derecha y se dirigía hacia algunos lagos que se veían en lo hondo. Era la entrada al valle de las Maravillas, un valle que he atravesado varias veces y del que guardaba la anécdota de que en él no se puede caminar con los bastones. Algunas creencias religiosas se han impuesto en el lugar que consideran sagrado. Recuerdo oscuramente unas pinturas de motivos religiosos sobre una pared rocosa. La última vez que pasé me paró muy amablemente una joven para decirme que por favor no usara los bastones. Su estar allí parecía no obedecer a otra cosa que recordar a los caminantes este extremo. Cosas curiosas. 

No creo recordar un refugio tan multitudinario como éste a excepción del refugio, no recuerdo ahora el nombre, que está situado frente a las Tres Cimas de Lavadero. Allí, también en medio de un diluvio había tanta gente que muchos no encontraban asiento. El ambiente no obstante, era excelente, escaladores de todo el mundo se habían reunido allí para rendir pleitesía a esa Santísima Trinidad que a tantos escaladores del mundo atraen no para postrarse, naturalmente, ante ella sino para rendirle un homenaje a su propia vida escalándolas. Aquello debía de ser algo corriente, porque el servicio funcionaba perfectamente, comidas, bebidas, ubicación en las camas, todo perfecto y sin demora pese a la multitud y la demanda de servicios. Mientras tanto fuera era el diluvio universal. 

Ahora con mi cuerpo descansado, comido, bebido, incluso con una breve siesta de la que desperté con la tormenta, miro con un poco de esperanza la continuación de mi itinerario. El refugio Niza, que sería mi objetivo mañana, está a cinco horas y media, que para mi cuerpo será alguna más, pero que bueno, lo suficiente como para seguir probando si esto sigue adelante o no. Esta mañana cuando me encontraba tan ahogado en quien pensaba era en Silvia Vidal, pensaba en su descomunal fuerza de voluntad, descomunal, inconcebible. 

Una faceta del solitario rodeado de lenguas que no domina es su labor de observador, por ejemplo durante la cena común. De momento admirado de lo que come esta gente, en principio tres platos de sopa y dos de carne con pasta lleno hasta los bordes. Yo que dejé de ser un comilón y me hice discreto en el comer y que ceno poquísimo, me admiro. A lo mejor recordando mi cansancio, debería hacer un esfuerzo. No sé. En general me suelo integrar bien en los grupos repartiendo mis breves conocimientos de inglés y francés y mi fluido italiano, pero hoy no es el caso, hoy en la cena soy un observador a pleno rendimiento. Sonrisas, bromas, un cordial dirigirse unos a otros, una escandalera que tienen un grupo de chicas a mi derecha que ríen cualquier chascarrillo estrepitosamente. Parejas, matrimonios, amigos. Soy el único solitario en esta última hora de la tarde. Fuera el cielo es la masa gris de un invierno inesperado. Mis compañeros de mesa están tan hartos que cuando llega el postre y el queso apenas lo prueban. Me ofrecen y como no lo acepto se ríen. Uno de los hombres levanta su tripa y como si fuera un tambor se lo golpea. Todos ríen. 

Creo que por hoy ya he cumplido. Voy a ver si dedico un rato a la novela de Carson MacCuller. 







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