Día 52. Las pruebas de la existencia de Dios

 



46,04990676°N,10,06794333°E, 8 de agosto de 2025

Una mosca, el canto de algún pajarito, la omnipresente marmota dando el santo y seña desde lo alto de su cueva. Y un sol de órdago que se atempera de tanto en tanto con un manojo de nubes que, despistadas, andan de aquí para allá sin saber qué hacer con sus vidas. Sí, me temo que voy a tener que poner la tienda para hacer un tenderete con el saco de dormir. Lo dicho, a ello voy, que me cuezo.

Así quedó la chapuza del tenderete-sombrilla. Lo suficientemente útil para la paliza que el sol me estaba dando. 


Eran las cinco cuando llegué aquí, unos praderíos bajo los cuales se desplomaban varias cascadas. No podía haber encontrado nada mejor para terminar el día tripeando. Merecido tripeo para una jornada densa de esas de las cuales es imposible recordar los recovecos por los que has pasado, tanto el sendero como mi ánimo.

Había dejado atrás temprano el lago Coca, temprano porque el primer sol cayó directamente sobre mi tienda y, allí dentro todo es un horno a los pocos minutos de tan generosa visita, cuando me tropecé, bendito encuentro, con una de esas hermosas criaturas que Dios creó para gozo de nuestros sentidos. No sé qué me sucedió mientras daba los buenos días, acaso fue esa repentina aparición, pero di un traspiés fenomenal y no fui con todo mi cuerpo al suelo de milagro. De verdad, era una de las cosas más bonitas que había contemplado durante todo el verano. Se cubría la cabeza con un pañuelo y una gorra de visera y en su rostro estaba la sonrisa más bella que uno pueda imaginar. Quizás fuera nepalesa, o acaso tailandesa. Que si me había resultado difícil el recorrido, me preguntó en inglés. Claro que me había resultado difícil; su pregunta era obvia, porque no preguntó si el sendero era difícil, que debía de saberlo de sobra porque aparecía acompañada por un guía, sino si había sido difícil para mí. Algo con lo que yo especulo muchas veces cuando quiero saber si me será difícil o no lo que me espera. Si me cruzo con un ancianito :-), me digo, eso está chupado, me lo hago yo con la gorra; por el contrario si con quien me cruzo es con un tío forzudo o tipo Alex Harold, pues que la hemos jodido, por allí no paso yo ni loco. De todos modos ya lo dijo, me parece, Fernando o David Trueba en alguna de sus películas, si Dios hubiera creado a la mujer, todos a misa mañana mismo. Con lo que me parece que lo que quiso decir es que no hay más verdad que aquella de la que nace la femenina condición. Para Trueba la prueba de la existencia de Dios es la creación de la mujer; otros, sin embargo cuentan que la prueba irrefutable de la existencia de Dios es la creación de la cerveza. 


La ruta pasaba hoy por el refugio Coca, dando un gran rodeo general con un descenso de doscientos metros de desnivel, que tendría que volver a ganar un poco más al este. Encontré en mis mapas un sendero alternativo que salvaba esta vuelta. A partir de allí ya fue un no bajar de senderos de esos tan aéreos que dan vértigo. Senderos que entran en hondonadas, salvan aristas y mantienen en todo momento un vacío a la derecha al que da miedo mirar. Son senderos algo inquietantes en donde te dejas todas las fuerzas porque en absoluto cortan la ladera sin más, sino que trepan y destrepan constantemente salvando roquedos, alcanzando aristas que una vez más llevan a nuevos jeroglíficos. Cuando desde uno de estos collados miras lo que tienes por delante no hay vez que algo se te encoja el estómago. Te habitúas, sí, pero no por eso deja de pasar. Y caminar, bueno, ya digo, como quien va pisando huevos. Eso para mí, otros, como uno que me adelantó, un runner de esos que van por los montes corriendo, ese ni inmutarse. 


Todo pareció terminar en un altísimo y estrecho paso desde el que se veía a freír monas el lago del Barbellino, 600 metros de desnivel más abajo. Tengo que decir que después de caminar durante dos días en medio de la niebla fue una sorpresa por la noche contemplar el sol lleno de estrellas. Pero… siempre los dichosos peros, el esfuerzo suplementario que añade el amo sol al caminar, subir, bajar, trepar, es considerable. En uno de los tramos, una empinadísima y larga canal que se salvaba con cadenas, el corazón se me salía por entre las costillas. Cuando superé ese tramo tuve que parar para que éste se sosegase. Hacía mucho tiempo que no bombeaba con tantas ganas, eran las 160 o más pulsaciones de los primeros días de travesía, que tan atrás habían quedado ya. 


Llegué al refugio, un largo repecho de subida que me pilló a traición, hecho unos zorros. Un cuarto de hora antes de que cerraran la cocina. En los refugios de altura, eso de cerrar la cocina no existe, pero en los de postín, como era éste, a donde la gente fluye desde los coches o funivías sin mucho esfuerzo y donde la clientela suele ser numerosa, rigen otras normas, son los refugios de pedigrí. Pido un plato de la carta que me enseñan para llevar y me dicen que no es posible. Bueno, póngamelo en un plato, dos para comer ahora y uno más. Ese uno más me lo llevo en el bolsillo. Me entendió perfectamente. Existe gente lela en todos los sitios. Primero no había contenedores para llevarme la comida, después, además del que me trajeron con la cena, aparecieron dos contenedores más, uno con un strudel y otro con una crostata. Estaba terminando el capuchino cuando me dijeron que tenía que salir fuera, que es que tenían que limpiar: como se ve, gilipollas haylos en Italia, España y en el resto del mundo. Cuantos más clientes tienen, más pedigrí y por tanto más tonto el culo en el servicio y la disponibilidad. 


Noto un fresco repentino, miro a mi alrededor y resulta que estoy envuelto por la niebla: ¡gran novedad! Después de consultar el mapa con una lupa y comprobar que el terreno no era tan loco como en días anteriores, decidí caminar un par de horas hasta un lugar en donde las curvas de nivel se ensanchaban. Un lugar a medio camino del próximo collado. Resultó una buena elección. Ya me lo dijo un italiano con el que me encontré y que son todo fogosidad, de esos que hablan además con manos, brazos y cabeza. Venía de uno de los montes de más arriba. Hablaba por los codos. Tuve que apresurar mi despedida. 

La niebla juega al corre que te pillo por los alrededores. Me incorporo. ¡Precioso! Esto es lo que se ve en este instante en que dejo la escritura. Es momento de meterse en la tienda y abrigarse. En pocos minutos estaré envuelto de nuevo en una nube. 
















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