Día 53. Cambio de planes

 


Lago Venerecolo. 46,05625238°N, 10,15629977°E, 9 de agosto de 2025 

¿No querías buen tiempo? Pues tómalo, enterito para ti. Empecé a caminar abrigado, pero en el momento que alcancé la zona soleada ya se vio que hoy iba a ser un día de mucho sudar, una larguísima cabalgada por encima de los 2500 metros. Llevo tantos días siguiendo parecidos recorridos de altura, que tengo la impresión de que el cuerpo ya no me pone demasiadas pegas cuando ve aparecer aquel escabroso vacío a sus pies durante horas. En absoluto puedo decir que tal situación me agrada, pero hay en ella una mezcla de temor y placer que, prolongado durante horas, hace que me sienta con una intensidad que debe ir pareja a la adrenalina que mi cuerpo genera. La concentración que me exige caminar en ocasiones por un sendero algo más ancho que un palmo con un vacío absoluto al lado, que intento mirar tan sólo de reojo, creo que la he practicado así de seguido muy pocas veces. El lugar donde apoyas los bastones, el paso como tentando que el terreno es lo suficientemente firme. Los larguísimos tramos habilitados con cadenas dan un poco de respiro. En estas condiciones me crucé con una joven pareja con unos macutos bastante abultados. ¿Adonde vais tan cargados?, les pregunté. Ya dije que caminantes de larga distancia en los Alpes Orobicos no he encontrado. Hacían una ruta de cuatro días solamente. ¿Y tú, de donde vienes?, preguntaron a su vez. Lo de siempre, del mar, un montón de días caminando. ¿Y siempre solo? Pues sí, a no ser que me encuentre una ragazza por el camino que quiera acompañarme, contesté, y dirigiéndome a ella, una morena guapina que seguía la conversación un poco admirada de mi recorrido, si quieres puedes venirte conmigo, le dije. Y aquí él saltando de inmediato: ¡eh, que ella viene conmigo! Sí, nos reímos un poco con la broma. Nos despedimos cordialmente. 

En el refugio Tagliaferri había otra mozuela que era un encanto y que también se llamaba Giulia. La verdad es que eso de que me acompañara alguien por estas montañas, fuera bromas, no me gustaría en absoluto. Lo pasaría mal. Cuando camino por lugares expuestos no estoy del todo tranquilo y si me acompañara alguien mi intranquilidad por mi acompañante me dejaría muy nervioso. Recuerdo una vez en Dolomitas, que me encontré con una chica que me pidió si podía acompañarme hasta no sé dónde. Lo que teníamos delante era una cresta bastante expuesta sin ningún tipo de protección. Lo pasé fatal por ella. Si se cae, si resbala, si… no podía quitarme de la cabeza ese pensamiento mientras mi propia preocupación andaba por dentro haciéndome gorgoritos. Bueno, que estaba con Giulia y me he ido. Un refugio de altura, pues eso, un derroche de gentileza. 

Giulia debía de ser una experimentada caminante, porque cuando le pregunté por las condiciones del sendero, someramente me dijo que algo difícil al principio, que unas cadenas, que… y que más allá, ya camino del lago Venerecolo era fácil. No, no era fácil, pero era fantástico. Lo fantástico nunca puede ser fácil, si es fantástico es que es expuesto, aéreo, una preciosidad de travesía con bajadas y subidas con pequeñas trepadas que debieron de pillarme con una buena digestión, porque a la vez que me obliga a a estar muy atento notaba también que el gusto me hacía gorgoritos por dentro. Al final de este fantástico y aéreo recorrido allá abajo apareció al fin el lago. Un descenso de doscientos o trescientos metros de desnivel y no sólo encontraría mi acostumbrada y privada parcelita junto al agua, sino que también pude nadar un poco en sus frías aguas. 


***

Durante hora y media he desconectado totalmente de donde estoy para meterme en un mapa. Estar dentro de un mapa es como marcharte de viaje y olvidarte de dónde estás. Mañana termino los Alpes Orobicos, que me han llevado más tres semanas atravesar y ahora se abre una incógnita que trato de resolver. Lo primero que tengo en mente es que hay senderos que ya no están a mi alcance, al menos si aparecen de una manera reiterativa o exclusiva. He aprendido a gestionar la dificultad a partir de los datos que me proporciona el mapa que llevo, y ahora comparando dificultades por las que he pasado pretendo evitar en lo posible aquellos marcados como T4 y evitar totalmente los T5. Con esta idea en la cabeza me he ido al Macizo de Adamello, que pretendía atravesar y que sería mi destino siguiente, y he considerado, vistas las dificultades, que esas rutas sobrepasan el grado de inquietud que estoy dispuesto a soportar. En consecuencia dejo al Este el Adamello y me incorporo al Sendero Italia en Ponte di Legno. Tampoco visito ya Cevo, el pueblo donde viví y en donde está enterrada Nena. Desde aquel tiempo, el año 1971, tengo una deuda pendiente en un pueblo que con estas nuevas sí atravesaría. Cuando murió Nena, el equipo de rescate que recuperó su cuerpo era de un pequeño pueblo llamado Peio. La búsqueda de su cuerpo sobre el glaciar y su recuperación la hizo un hombre llamado Zeferino y otro cuyo nombre he olvidado. Tuve una corta correspondencia con él después de volver a Madrid y le prometí que algún día pasaría a saludarle por Peio. Han transcurrido más de cincuenta años de aquello, pero sí me gustaría poder encontrarme con él.

La circunstancia quizás fue la más amarga de mi vida. Nena y yo hacíamos una gran travesía con el ánimo de escalar el Zebru y acaso llegar hasta la cima del Ortles, una empresa realmente difícil. El segundo día de esta travesía, pasando un tramo muy descompuesto, yo iba primero y no era un paso de gran dificultad, Nena se agarró a un bloque bastante grande de roca. El bloque cedió y ella y la roca se precipitaron en el vacío. Salí de allí con la ayuda de una cordada que iba por delante. Pasé la noche en un refugio y a la mañana siguiente acompañé al equipo de rescate hasta cierto punto donde más arriba podría encontrarse el cuerpo. Me pidieron que no les acompañara hasta el lugar. Recuerdo aquel día, el larguísimo descenso hasta el pueblo, todavía hoy con una amargura difícil de expresar. Me despegué del equipo de rescate que portaba el cuerpo de Nena. A mitad del descenso me encontré con Zeferino que algo preocupado me estaba esperando. Apenas pasé un rato con este hombre aquel día, pero le recuerdo de tanto en tanto como a una de esas personas que llevas siempre dentro envuelto en un silencio interior que me acompaña todavía. 


De hoy. Son curiosos los derroteros que en cierto momento pueden tomar tu ánimo, tus pensamientos. Había llegado aquí pleno de la intensidad de una jornada espléndida de caminar constantemente a altas cuotas, había llegado al lago Venerecolo (2300 m.), me había bañado, instalado la tienda a su orilla y estaba paladeando mentalmente esta larga jornada, cuando me entró algo de inquietud por los derroteros que fuera a tomar a partir de mañana mi caminar, cuando al repasar el nuevo itinerario caí sobre el pueblo de Peio, momento en que volvió a entrar en escena el recuerdo del accidente de Nena. 





























No hay comentarios: