Día 74. En el Sendero de las Malgas


Paso del Castello, frontera italoaustrica, 46,63524855°N, 12,72848368°E, 30 de agosto de 2025

A este paso me voy a convertir en experto en poner la tienda en mitad de la lluvia. Sí, no faltaba mucho para llegar al collado, allí ya había entrado la niebla, y se puso a llover. Más arriba se adivinaban montículo verdes que acaso pudieran servir para montar la tienda. Aceleré, acaso con la esperanza de que la lluvia no se convirtiera en diluvio. Cerca ya, muy curioso, vi una tienda en el mismo collado vapuleada por el viento con las cremalleras abiertas. Al poco aparecieron dos siluetas entre la niebla. No tuve tiempo de ver más. Arriba era claro que el viento iba a hacer difícil el montaje de la tienda. Eché una ojeada por los alrededores y elegí un lugar protegido del viento. Ninguna maravilla por la inclinación, pero serviría. Montar la tienda en un lugar accidentado bajo la lluvia ya me otorgaría seguro algún tipo de distinción si hubiera estado en los scouts. 

Después de tener todo instalado y yo dentro del saco el problema es el frío. Estoy a 2400 metros, no es mucho pero tengo que hacer equilibrios con los dedos de las manos porque fríos como están parecen palos. Bueno, pues estar aquí en este momento ha sido por una cuestión de estética. Llevo muy poca comida y había planeado desviarme y pasar por dos refugios para lo cual tenía que descender doscientos metros, subir otro tanto y luego… Vamos, que cuando llegué a la bifurcación vi el paso allí arriba a seiscientos metros de desnivel, un paso y un valle muy atractivo limitado a la derecha por una enorme montaña tripuda y a la izquierda por un sendero que describía zetas tras zetas y me entraron ganas de subir por allá. Tanto mirar y requetemirar en el mapa y después cuando llego allí ni siquiera me paro a considerar que apenas tengo comida o si mañana me quedará lejos o muy lejos el próximo punto de aprovisionamiento. En fin.

Pausa. Voy a ver si caliento mi manos en la estufa de entre las piernas por un rato. 

Lo qué resultó fue agradable sueño. Llevo dos días recorriendo un sendero llamado de las Malgas que con notables excepciones en que el éste alcanza un collado el resto es seguir la línea de la dorsal en el punto en que finaliza el bosque. Una gran parte de él transcurre por una pista forestal, lo que ha dado en general para un viaje tranquilo no exento a ratos de pequeñas dificultades para cruzar riachuelos que venían hinchadisimos con el agua de las lluvias de estos días. En uno de ellos tuve que sustituir las botas por las cangrejeras para vadearlo y en algún otro trepar monte arriba hasta encontrar un paso. Un rayo de sol ha encendido en este momento el interior de mi tienda. Echo una ojeada fuera. Han desaparecido las nubes, el cielo luce un azul de atardecer. 


Tan tranquilo caminar hoy tuvo como resultado un largo darle vueltas a un tema recurrente que te invita a considerar si tu conducta es la adecuada en un puñado de circunstancias. Era la versión adulta de aquel deseo infantil que nos invitaba a ser mejores, a ser buenos, como decíamos entonces. La piel dura, titula Truffaut una de sus películas, una que muestra hasta dónde, esos angelitos, pueden ser unos verdaderos cabroncetes. Si mi hija lee esto me excomulga, ella maestra para quien sus alumnos pequeños son siempre dulzura. Pues si los niños pueden tener la piel dura, no digamos los adultos que, metidos en nuestra mismidad miramos al mundo como si los únicos que hiciéramos lo correcto fuéramos nosotros. Los demás no, los demás necesitarían pasar por el confesionario constantemente. Pensaba en el hueso de roer que somos cada uno para nosotros mismos, aquello de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Pensaba lo que el amor propio puede incitarnos a hacer sin que nos demos cuenta. 


El paisaje era realmente hermoso al otro lado del valle, montañas infinitas por todos los lados lados desde que comencé la travesía. Parecía que tras las Dolomitas se hubieran acabado esos roquedos de aserradas aristas, pero quita, la fiesta continúa. Al fondo todavía la niebla formaba un claro mar a los pies de las montañas. El paisaje y la innecesaria atención al camino propiciaban ese deseo de vigilar constantemente aquellos aspectos de nuestra persona que están lejos de encajar en la paz que necesitamos cada uno para estar realmente a gusto dentro del cuerpo que habitamos. 

Ha anochecido, un avión cruza el espacio aéreo sobre estas montañas. Me sonrío pensando en eso de que hay que aprender constantemente a ser buena persona. 


Mañana entro en un terreno que he recorrido en dos ocasiones, es una dorsal de montañas, una especie de Cuerda Larga a lo bestia, que hace de frontera entre Austria e Italia. Se trata de la Vía Alpina Roja, que comencé en Trieste, y del itinerario que seguí en el 2003. Probablemente más adelante me descolgaré del Sendero Italia y seguiré el del 2003 hasta Grazaria donde de nuevo tomaría aquel. Evitaría así un gran rodeo del Sendero Italia que iba a comprometer esta travesía hasta entrado octubre. Lleva mucho tiempo el trajín de los mapas, los posibles itinerarios a seguir, el comprobar las posibilidades de abastecimiento. Además ahora ya en septiembre los posibles refugios, que cada vez son menos, empiezan a cerrar. 


















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