Barcelona- Madrid, 29/08/10


No había puesto el despertador. Se me hizo raro despertarme casi con el sol en los ojos. Como si fuera un día especial, un día de fiesta en que uno espera que le traigan el desayuno a la cama. Reparo en mi cuerpo. No me duele nada, no tengo agujetas, me desperezo confortablemente entre unos brezos. Mi cuerpo está muy bien adaptado a este medio, a esta rutina; quizás por ello me volveré pasado mañana mismo; no quiero perder esa armonía en la que estamos él y yo estos días. Deseo terminar con este viaje que me he organizado a través de España antes de que mi mochila tenga que ser incrementada con algunas cosas más; necesito ir lo más ligero de equipaje de que sea capaz. Más al norte decidiré si me dirijo a Andorra, terminando así el GR-7, o por el contrario vuelvo mis pasos hacia Ampurias. No sé, es una cuestión estética, se me antoja que la curva de mi itinerario dirigiéndome a Andorra no es armónica, que el cuadro de la marca roja que atraviesa España, quedará mejor con una curva que se dirija hacia el noreste en su tramo último, una línea que salió de las costas del Atlántico, en Conil de la Frontera, hizo una gran curva hacia Tarifa y después con decisión emprendió decididamente su rumbo hacia el noreste, siguiendo la línea de todas las montañas que aparecían en la geografía hispana, hasta las cercanías del golfo de Valencia, en donde enderezó al norte continuando por los salvajes barrancos de Júcar y del Turia y así dar en unos días con el macizo de Ports que tanto me encantó. En realidad se trata de completar el camino más largo que puede cruzar la Península. Y, por supuesto, en el último momento besar el mar.
Quzás llegando a Ampurias, y viendo que pese al dolor de espalda y cierta dolencia de mi rodilla, puedo seguir caminando; acaso ello me anime un día, en la próxima primavera, por ejemplo, a comenzar con ese otro largo camino que atraviesa España de este a oeste, el GR-1 (Ampurias-Finisterre), un camino que sólo parece estar diseñado y marcado en parte en Cataluña, y que en el resto son hitos aislados, pueblos, lugares por donde debe o puede pasar. Juan Holgado, desde sus web me pasó algunos tracks que no tienen mucha continuidad en su conjunto y donde sólo hay pocos tramos conexionados entre sí. Puede ser una experiencia reconstruir este gran itinerario todavía en proyecto en la práctica. Y es que uno no sale de una y ya está metido en otra. ¿Será así hasta el final de la vida? ¡Ójala!, aunque me guste el Ganges o mi cabaña, tampoco estaría mal morirse caminando, en comunión con lo que uno ha amado siempre, la soledad, los bosques, las montañas, toda esa retahíla de cosas que tanto repito siempre. Uno lo debe de llevar en los genes; y algo parecido le debe suceder a mi hijo Mario, allá con sus cabras, su caballo, su choza en mitad del monte; porque sucede que aunque me sienta atraído por el buen cine, la música, la literatura, etc., la verdad es que cuando regreso de alguna de mis largas excursiones, siento como que algo de mí quedara allí esperándome de nuevo, siento como que viniera de un mundo que es el mío. Esta excesiva velocidad, casi los trescientos kilómetros por hora, tranquila, con el paisaje agostado del final del verano atravesando la ventanilla, invita al recuerdo y a la reconsideración de lo que uno hace. Recuerdo esos ramalazos de no hace mucho tiempo que me ponían ya delante la posibilidad de un otoño viajero a través de todo el mundo, Oriente Medio, La India, Indonesia, Australia, Nueva Zelanda, Ecuador, Brasil, Estados Unidos. ¿Será el movimiento, todavía, el eje central de esta década de mis sesenta?, ¿No será como aquel que hablando de un viaje próximo a un amigo, éste preguntaba, ah, pero aún viajas? ¿No llegará nunca el tiempo, y me repito, de dejar de viajar, de caminar?
Es una debilidad por mi parte; aparte de otras connotaciones sucede que cuando me meto en un viaje o en un largo camino, pasa que con él comienzan casi siempre otros tipos de aventuras; la posibilidad de escribir, por ejemplo, es una de ellas. Claro que podría escribir estando tranquilamente en mi cabaña, pero de hecho no me sale; la posibilidad de interesarme por otras culturas, religiones, formas de vida, es otro hecho que sucede sólo cuando tengo un proyecto en mente. A estas alturas me cuesta mucho interearme a fondo, pongamos por caso, por las cuestiones de Oriente Medio, Israel, el mundo árabe, sus relaciones con Occidente; sin embargo, en el momento en que pienso en pasar un trimestre en Siria, Líbano, Jordania y Egipto, mi curiosidad se dispara inmediatamente y me impele a la lectura, a la indigación, también a la solidaridad y a la comprensión del mundo en que vivo. Quizás sea éste un destino para el otoño, después de que haya atendido algunos arreglos de nuestra casa que esperan desde hace tiempo.






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