Si te vas con el otro me cuelgo

Cirauqui, Tiebas, Montemayor, 08/04/11
A veces el camino se aparece ante el caminante como si aquél fuera un libro, la pasión, la tragedia, el chantaje emocional sobre las páginas de los muros gritando el amor o la desesperación. Esta misma mañana. Y que nadie se lo tome a broma, que el amor tanto puede caer en forma de soga colgando de la rama de un árbol, como convertirse en arma arrojadiza con que destuir la vida del que intenta arrebatar el objeto amoroso. Las páginas de los periódicos están llenas de esta terribles historias. Esta vez utilizando en encalado público, como si éste fuera la primera página del periódico de la localidad. La verdad es que aprecio este arranque matinal de pasión mientras atravieso temprano la ciudad de Estella. Si te vas con otro me mato. Y el otro, temiendo quedar como culpable del descalabro amoroso, arengando a su nueva amante, para que haga caso omiso del aspirante a suicida. Y poco más adelante, a unos pocos pasos del drama, el buen vivir canta en la mampostería de una fuente: “Buen pan, excelente agua y vino, carne y pescado llena de toda felicidad”.



Leo las notas de más arriba y me parecen como escritas hace muchos días atrás. ¿Cuándo fue que pasé frente a esas pintadas, qué sucedió desde entonces? Quizás me canso más de lo que esperaba, produciendo ello el efecto de abotargar mis sentidos al punto de que los paisajes por los que paso se comprimen, pierden su heteregeneidad, y se convierten en un pesado caminar con la vista sobre la tierra inmediata que voy pisando. No siempre se anda igual y no es precisamente en esta ocasión un momento de esos espléndidos en que uno puede caminar durante todo el santo día sin apenas molestias, esos días en que caminar es como respirar. Ahora no, ahora el camino me exige un considerable esfuerzo. Incluso despertarme y ponerme en movimiento me exige una disciplina y un esfuerzo considerable. Salir del saco en la oscuridad bajo el relente húmedo que dejó la capa que me cubre como si hubiera caído sobre ella una lluvia nocturna, desentumedecer a oscuras el cuerpo mientras recojo mis cosas exige de mí un esfuerzo desacostumbrado. Por demás hace frío. Y después hará calor, mucho calor, los dilatados campos de verde oscuro con la línea blanca del camino por su centro, se convertirán en mi cabeza en un puro desierto que atrevesar, verde hasta perderse en el horizonte. Por primera vez tengo que deshacerme de mis cosas y tirarme bajo la sombra exhausto, sorprendido por este calor repentino, por mi cuerpo sorpresivamente debilitado. Hay días que son así y hay que cargar con ellos con la esperanza de que al día siguiente sea diferente.

Desde que salí de Puente de la Reina, donde cambié de rumbo optando por seguir por el camino Aragonés en lugar del Francés que lleva a Roncesvalles, he perdido de vista la continua riada de peregrinos, apenas me encontré con cinco o seis personas en todo el día. Esto también proporciona cierta sensación de desamparo. El camino es una comunidad que abriga y acompaña, que te regala sonrisas y pequeños ratos de conversación; quizás lo echo de menos, especialmente hoy que me encuentro tan débil, tan cansado. 





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