En el Torrent de Pareis







Soller, 06/05/11


Los errores se pagan. Reacio como estoy últimamente a cargar con el excesivo peso del agua o de la comida, así como si me hiciera el tonto respecto a su necesidad, no debería pasar mucho tiempo sin que me llevara un escarmiento. Ayer, mal había comido y a la noche sin cenar. Esta mañana, cuando llegué Sa Calobra, todo estaba cerrado, debía esperar una o dos horas para poder comer algo. Total, que seguí adelante y me interné en el Torrent de Pareis; ninguna broma por cierto; hermoso, agreste, imponente en su bárbaro salvajismo. Después de media hora encontré unas chorreras de agua que caían columpiándose de las ramas de una higuera. Para entonces ya estaba bastante cansado, empezaba a notar la debilidad que el ayuno me estaba regalando. Los farallones se elevaban rigurosamente verticales a ambos lados del desfiladero, enormes rocas dispuestas caóticamente en el cauce hacían con frecuencia impracticable el camino. Llego a una encrucijada por donde no veo manera de subir, miro por todos los lados buscando indicios, una señal roja que aparece de vez en cuando; al final, en el lado izquierdo descubro señales de paso, en la pared quedan los agujeros de unos buriles que debían de servir hacía tiempo para facilitar el peso. Subo por la izquierda sobre unas rocas bastante resbaladizas y meto los dedos de la mano en los agujeros. Un pobre sostén. Debajo, a dos metros, hay una poza de agua; debo atravesar, desplazando mi pie derecho todo lo que puedo, pero los agarros de mis manos son tan pobres, que dudo durante un momento en dar aquel paso. Al final me decido. Mi macuto algo voluminoso, con el aislante y los bastones detrás, no ayuda en estas circunstancias. Todavía me encontraré más arriba algunos pasos de parecida dificultad. En muchos lugares debo quitarme el macuto y arrastrarlo tras de mí a través de un agujero, un estrecho paso, una chimenea.





La majestad y el silencio del lugar queda roto cuando más arriba me cruzo con un numeroso grupo de alemanes, un paso delicado en el que cuelga una cuerda para facilitar el descenso. Cuando el desfiladero se ha humanizado un poco y la ladera de la derecha se hace prácticable para salir de él, me cruzo con una pareja de ingleses que llevan tres niños entre los cinco y los siete años: ¡Chapeau! Recuerdo con gusto nuestro lejano deambular por Picos de Europa y Pirineos cuando nuestros hijos tenían una edad similar, heroicos tiempos de vida de gitanos allá por las montañas o por los parajes notables de toda Europa. Tener una experiencia infantil de esta magnitud a mí se me parece un buen regalo para la vida, para comenzarla con fuerza y con grandes posibilidades de éxito. Más adelante, ya un nuevo grupo desciende por la ladera derecha, y me señala la localización del camino que, dejando el cauce del cañón, se eleva hacia Escorca.


Apenas he subido cien metros de desnivel cuando me encuentro exhausto con la necesidad de tumbarme en la primera sombra que encuentro. Me adormilo, me despierto atontado, débil; termino con el poco agua que me queda. A mitad de camino me pierdo, en algún momento he dejado el camino principal y metido en una senda que no tiene salida. No me resigno a volver atrás a bucar el lugar del despiste. Me veo obligado a trepar fatigosamente por paredes muy inclinadas al límite de mis fuerzas. Por dos veces tengo que pararme porque no puedo más y por que siento que mi corazón golpea desbocado dentro del pecho. Hace un rato que un helicóptero rojo da vueltas por los alrededores y sobrevuela el Torrent de Pareis. Oigo voces detrás de mí, no soy el único despistado. Poco más arriba el camino cruza perpendicular frente a nosotros. Bienvenido. Dejo pasar a la pareja que me sigue y me propongo no volver a parar, caminaré todo lo despacio que sea necesario, pero sin parar. Me cruzan a la carrera dos socorristas, después siguen algunos más equipados con dos voluminosos macutos. Me confirman que ha habido un accidente en el Torrent. Quizás alguno se toma excesivamente a broma esta ruta. Mucha gente que bajo los auspicios de un guía acaso se confían demasiado. A mi me pareció un lugar relativamente fácil, pero con pasos delicados que requieren un mínimo de experiencia. Al rato el camino cruza una puerta y una alambrada en la que un cartel advierte que todo aquel terreno es propiedad privada. Menos mal, no está bien tanta dilatada propiedad privada, pero se agradece que éstos dueños no pertezcan a la categoría de los tozudos. 

 

Más arriba asoma un tejado y después el distintivo de helados Cami. Uf, qué gusto. Justo en el comienzo del camino un restaurante. Tengo tanta necesidad de beber y comer que me desentiendo de los horarios del autobús; en media hora no puedo dar satisfacción adecuada a mi cuerpo. Me dicen que a las cinco hay un autobús para Soller. Me repantingo, pido dos tónicas con hielo, una jarra de cerveza, un plato de macarrones, un entrecot con ensalada y patatas, una tarta al whisky, un café. Necesitaré no menos de una hora para deglutir lentamente todo esto. El placer de comer, el placer de beber, el placer de estar sentado sin tener necesidad de caminar penosamente por una cuesta excesiva para mi ayuno.



Ahora ya estoy en el autobús haciendo el esfuerzo de esta escritura con la compañía de una botella de litro y media de aquarius; si demoro para más adelante esto de seguro no verá la luz la entrada de hoy. No viene mal un poco de disciplina añadida.









4 comentarios:

la granota dijo...

Vaya! De subida!!! Me parece mucho más fácil pasar esos pasitos de bajada.Una ruta preciosa que hice no hace tanto.

Alberto de la Madrid dijo...

Debió de pillarme muy cansado y en exceso ayunado. Ya te dije en algún momento que me iría de islas. Dentro de un par de días a Ibiza y después a La Palma, a ver si no hace mucho calor en la Caldera de Taburiente.
Un saludo

la granota dijo...

Ahhh vaya! Si pasas por Tenerife, te invito a un café :)

Alberto de la Madrid dijo...

Tu comentario último no me llegó al correo. Tomaré nota de ello.

De momento ya he encontrado una TransTenerife que me tienta, eso o caminar junto a la costa. Esto es como cuando era niño, antes coleccionaba cromos y ahora he decidido colecionar islas.

Espero que al café no le dé tiempo a enfriarse demasiado.