"Los amantes de los caballos"




Camino de Huesca (un decir). 28/05/2013

La finalidad esencial y primera de la vida es reproducirse (¡ajá, ahí va…! excatedra, como el Papa). Una obviedad que salta a la vista mientras miro por la ventanilla del tren, un decir, porque la realidad es que acabo de terminar de hacer el macuto y me hallo sentado en mi cabaña donde fuera suena sedosa la brisa. Sí, miro por la ventanilla,  plantas, pájaros, los árboles, toda la naturaleza enloquece en primavera dedicándose a fondo a la reproducción; esos campos de amapolas que planta en su muro mi hermana Montse (que no Monse, como ella suele escribir) se hace esplendor impresionista para colgar de ese museo primaveral que de inmediato, ya nada más florecer, ya está engendrando en su gineceo nuevas amapolas, nuevas vidas. Tiempo atrás recogimos cuatro gatitos abandonados en nuestra parcela porque la madre murió, los criamos y seis meses después las dos gatitas ya nos dejaron seis vástagos nuevos en casa.
Foto de Montse de la Madrid
¿Y nosotros, cargados con nuestra moral, nuestros tabúes, nuestra voluntad de poder, es que somos realmente tan diferentes a los otros seres? Miro a mi alrededor, una pareja de enamorados de dan besos en el piquito de sus labios… ¿qué?, ¿Qué nosotros somos especiales? ¿Qué hay tras ese pasajero bigotudo enfrascado en su periódico frente a la pareja de tortolinos, tras aquella señorito engominado, tras aquella señora con su bolso de flores malvas, todos tan puestos y circunspectos con su matiz de ciudadanos a los que la crisis no ha rozado por ningún lado?, esos con sus juguetes entre las manos, teléfonos inteligentes, ordenadores, etc., etc. ¿Qué hay detrás? ¿Nos hizo tan diferentes la naturaleza a los otros seres como para que seamos capaces de olvidarnos de ella y sus leyes? Dice Marinoff en uno de sus libros que según estudios bastante serios el hombre/¿la mujer? (él utiliza la palabra hombre) dedica el ochenta y cinco por ciento de sus pensamientos al entorno sexual. ¿Será cierto?, y si lo es ¿no será ello la cabal confirmación de esa ley primera que establece que el objetivo esencial es etc., etc.? Y así todos, tras nuestro periódico, nuestro omnipresente teléfono, nuestras pequeñas cosas, ¿no está, al igual que en el resto de la naturaleza, esa permanente búsqueda de lo femenino?

Estar al plato y a las tajás


Y de esa manera, nosotros, entretenidos en hacer pelotillas de un moco y poniendo nuestra vista en los angelitos que hacen pipí en las alturas, nos dedicamos a fabricar fábulas, fabulas morales o fábulas del hombre como la de aquél que que no quiere morirse e intenta por todos los medios a su alcance crearse juguetes y entretenimientos que traigan un poco de paz al desasosiego de quien, como toda vida en la naturaleza, tiene que morir. Uno tras otro, imaginación tras imaginación tratando de evadirnos de la realidad dando cuerda a fantasías celestiales o sumiéndonos en trabajos de hormigas (¿para qué? ¿Era Laure quien hablaba el otro día del vil metal?) o acumulando poder o dinero: probablemente entretenimientos similares a esos que hace el pasajero de al lado, sudokus, sopas de letras, teologías…no sé.
Miro por la ventanilla: más vida, más flores, gente trajinando, pueblos, los alrededores de Calatayud, escarpes que el tiempo, tan escultor él, ha ido cincelando sobre la faz de la tierra para el placer de nuestros ojos y el de los caminantes; el continuo trasiego de la naturaleza en ese hacer y deshacer continuo, infinito, hermoso, sin sentido.
La vida se crea y se recrea a cada momento. Esa sería la clave de este breve cuento. Miro a una muchacha en flor unos asientos más atrás del mío ensimismada en el tac tac del mensajear sobre el teléfono. Tiene un cuerpo bonito y una mirada risueña y distraída, sonríe levemente pensando en lo que le está escribiendo a alguien desde su teléfono. Miro y, cómo no, siento un cierto canto de sirena allá bajo el estómago; el perfume de una mirada leve a ese cuerpo bonito ya está dejando, como si del rumor que deja la brisa en las hojas de los álamos se tratara, un pelín de deseo en mi cuerpo.
La madre naturaleza, tan fecunda, tan sabia, tan acogedora, tan llena de promesas, al menor descuido que tengas ya te está inyectando por vía intravenosa y subliminalmente el cometido esencial que le concierne: reproducirse. Y así, tú, sin comerlo ni beberlo, tú que andas ensoñando y mirando superficialmente el paisaje o a los habitantes del tren, de golpe has recibido de ella -santa madre naturaleza, en tus brazos nos recogemos, nos ovillamos- has recibido instantáneo el mandato bíblico: ¡creced y multiplicaos!, y ya mismo empiezas a recorrer con las manos temblorosas de tu imaginación ese perfume que viene del nacimiento de unos senos, de la maravillosa curva de unas caderas, etc., etc., etc.
Somos libres, libres si se quiere para sublimar nuestros deseos, cortarlos en trocitos antes de que engorden, tratar de olvidarlos sumiéndonos en algún juego que nos distraiga de los mandatos que recibieron todas las especies animales o vegetales; libres acaso, pero no liberados de la impronta, del peso, de la presión, de la insistencia con que la naturaleza continuamente nos asedia con su dictado esencial, de ningún modo. Bajo su presión estamos todos, y cuidado… no trates de ponerle un tapón a tus pensamientos, a tus impulsos, porque boooom!, plas, te inflarás e inflarás hasta hacer un gran pummmm.
Carajo, carajo, me digo, a punto de entrar esta maravillosa modernidad del AVE en la ciudad de Huesca, esto no tiene na que ver con un diario de los caminos. Eso es lo que tú te crees, me oigo decir desde otra parte de mi yo. ¿Cómo no va a tener que ver con los caminos todo eso que se cuece a su alrededor, la vida que canta, la tierra que trema, las plantas que entonan sutiles melodías de colores mientras montones de abejas zumbonas liban de sus cuerpos? Todo lo que se estremece alrededor del caminante, sean campos de labor, bosques umbríos, dunas junto al mar (Las dunas se prestan a la humedad, como otras sensualidades, decía mi cuñado Luis Enrique en algún viejo comentario de este blog), todo lo que se estremece, arroyos, mosquitos mierderos, todo, es asunto del camino, son su vida, su porqué. ¿Para qué coño caminar tanto?, entre otras cosas para esto, para emborracharte con las flores y el cielo azul, con las estrellas de la noche, con la leche de luna regando los campos en la oscuridad.
Olvidémonos un tanto pues nuestras cuentas bancarias, de aquel coche tan tantán, del chalecito, incluso de nuestra necesidad de subsistir, si se quiere, el objetivo primero, más que le pese a alguno es: etc. Y que conste que no creo ser ningún raro, todo lo contrario. Un par de acotaciones: El otro día me encontré en el ciberespacio una fotografía de un caballo que iba montado por un bonito cuerpo de mujer. Como sé que a mi amigo Ramón le gustan los caballos enseguida le mandé una copia por correo con una nota que decía: "Para el amante de los caballos". Su respuesta posterior pertenecía al reino de la Laconia, me mandó como contestación, sí, una lacónicanísima carcajada. Ustedes dirán… con carcajadas como respuestas y con D. Laureano Esteras llamándome de usted en un comentario al post de ayer mismo, uno no va a saber dónde meterse.


Ah, por cierto, para el caso de que alguno guste más de la pintura barroca de los Países Bajos que de los caballos, incluyo bajo estas líneas también una muestra que les ayudará a recrear la vista en la genialidad del maestro Rubens... Sí, me fui a buscarla porque la había puesto en mi muro hace meses, tres chicas enseñando el trasero frente al cuadro de Rubens, una buena foto sin lugar a dudas, pero los señores del Facebook, que son muy pudorosos, me la habían borrado. Es un buen servicio que da esta gente, pero ellos imponen sus reglas, hacen los que les da la gana con TUS cosas. ¡La leche!, no hay foto, era simpática. Esta gente no tiene ningún sentido del humor. Está por ver si me dejarán subir la foto del caballo)
Y para finalizar, como no sólo de pan vive el hombre, está el lado poético y sentimental, la sustancia que mantiene vivos nuestros anhelos, la mujer, naturalmente; todo eso puede esperar a otro post, pero mientras tanto dejo aquí unos versos del poeta chileno Gonzalo Rojas a modo de epílogo:
Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, por no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.







2 comentarios:

LuisBas dijo...

como se entere Vermell
que lo que monta Godiva
no es jaco sino una jaca
y que puede ser lasciva
seguro que no te da
mas zanahorias en vida
como no se la presentes
cojidita de la brida.
LuisBas.

Alberto de la Madrid dijo...

Jajaja......