Elogio de la locura (de cierta locura)




Selgua, 31/05/2013


        La cadencia de los cascos de Vermell sobre el hormigón de la estrecha calle que ascendía desde el este hacia el cerro testigo en donde está asentado Bergeral, resonaba amistosa a última hora de la tarde hacia la plaza de la colegiata. Dop, que torcía una esquina más abajo, al sentirse llamar desde las alturas por una voz conocida, dio un respingo y salió corriendo a saludar a su viejo amigo de los caminos, Alberto. El caminante agradece este efusivo recibimiento después de que ambos se despidieran bajo los altos molinos de viento de la sierra de la Peña, sobre Sos de los Caballeros, donde éste, rendido por una larga caminata yaciendo deshecho entre la hierba ni siquiera tuvo fuerzas para levantar la cabeza y decir adiós a su amigo. Fue nuestro último encuentro, en las alturas los molinos daban vueltas despaciosos y somnolientos, Vermell jodido por una infección en una de las manos y por una larga ascensión hasta lo alto de la sierra, pacía con resignación mientras Ramón le administraba algún antiinflamatorio. No los había vuelto a ver desde entonces. Ahora, de nuevo animosos y dispuestos a seguir pateando caminos, llegaban desde los altos de la sierra de Guara para terminar la jornada todos juntos, un servidor y la cuadrilla al completo, en el albergue de Bergeral.

        Ramón traía el aspecto asalvajado de los aventureros de cepa que han atravesado el desierto de California en ardorosas jornadas y entran en un bar con el revolver al cinto pisando firmes y con los ojos llenos del viento de la estepa; con barba de cuatro o cinco días, el rostro atezado por el sol, el andar demorado de Yul Brynner precediendo a los siete magníficos y llevando de la brida a su caballo. Escena de película que desmerecían con su porte corriente los contertulios, que en una ventanilla del bar habilitada a modo de barra daban cuenta de sus respectivas cervezas. Entre el apuesto y firme semblante del jinete y la tosca ociosidad de los tertulianos mediaba el viento, la lluvia, el frío y esos miles de kilómetros que tonifican el espíritu y dan belleza y reciedumbre al viajero, al caminante avezado.


        Hay muchas clases de personas en el mundo; unas me gustan más, yo diría mucho más, y otras me agradan menos. Hoy volvimos a encontrarnos camino de Monzón, en Selgua, a Maricarmen, Mirco y Unai; un gremio en cierto modo sentido cercano al de Ramon; gente que admiro y me gusta frente a una inmensidad que me dice poca cosa o nada. Mirco y Marciarmen son bastante jóvenes, pero ya han recorrido mucho mundo, ahora hacen proyectos para marchar a Asia y seguir allá de un lado para otro, mientras su hijo crece y se va haciendo mayor bajo el cielo de los caminos, de ciudades lejanas, de hábitos diferentes a los nuestros. Magnífica escuela para un criajo que apenas lleva en este mundo un año y pico de vida. Magnífica la vida de los que, desprendidos de las ataduras de un sistema de vida que mediatiza nuestra libertad y nos hace adictos a un excesivo entorno consumista, tienen la valentía de soñar y hacer posibles sus sueños por encima de todas las convenciones y de todas esas seguridades que poco a poco nos van amarrando con hilo fino y denso hasta convertirnos en mansos ciudadanos clientes asiduos de todo lo que fabrican las grandes firmas del mercado.

        Cumplo el mes que viene sesenta y cinco años. Yo pienso que éstos son muchos años, suficientes como para ir haciéndose una cierta idea de en qué consiste esto de vivir, suficientes a mi parecer para entender que hay muchos caminos en la vida rotundamente equivocados, equivocados sobre todo si tenemos en cuenta aquel sabio haiku:

Esto es todo lo que hay
el camino acaba entre el perejil.

        O si acaso somos capaces de apreciar aquel otro tan significativo y tierno que dice:

Llueve. El patito está contento

y que me recuerda ese encanto que puede encontrarse en las cosas pequeñas de la vida, de la que hablaba el otro día por aquí, me parece que Montse. Acaso se trate de una cuestión de instinto y, de la misma manera que a nadie se le ocurre meter la mano en una sartén llena de aceite hirviendo, hay personas que tienen una fina intuición para captar con un sexto sentido algo que a otras les resulta muy difícil de entender y por consiguiente ni ponen la mano en el fuego ni se hipotecan con una existencia que les ata de pies y mano, y deciden por tanto hacer una vida sencilla alejada de las falacias del mercado o de los hábitos que nos sustraen a la llamada de nuestras propias raíces. Todos aquellos valores que deberían sustentar una sociedad más justa, más humanizada, menos absorbida por el becerro de oro, más solidaria. Probablemente soy un tipo un tanto simple, pero no he nacido ayer y si mis razonamientos pueden llegar a ser falsos puedo decir en mi defensa que mi instinto, mi intuición, y con toda seguridad mi experiencia, me dicen sin lugar a dudas que hay gente que está en el buen camino mientras que otra yerra. Investigar, aprender es en gran manera preguntar, preguntarse. Puede no ser necesario obtener respuestas. El ejercicio de preguntarse tantas veces tantas cosas que uno experimenta, hace o de interrogarse sobre la vida y la experiencia de los demás trae con frecuencia al que lo hace una suerte de conocimiento no manifestado que acaso sea uno de esos sanos manantiales en los que continuamente bebe nuestro espíritu sin nosotros darnos apenas cuenta. Hay un yo en nosotros que sabe cosas que nuestro yo consciente ignora o no sabe explicar y que forma acaso la esencia de nuestro conocimiento como personas. Y es que intentar explicar las cosas es con frecuencia deformarlas, dar palos de ciego. El conocimiento se sustenta con bastante frecuencia sobre la ambigua base de una percepción de la realidad aparentemente desatenta pero eficaz y muy viva para distinguir cuándo un valor esencial se cruza en nuestro camino o cuándo actos, experiencias, ejemplos de otras vidas contienen aspectos espurios que pretenden pasar de polizontes como dones morales de nuestra modernidad. Que en nuestro mundo abunde la codicia y las malas artes no debe engañar a nadie para saber dónde y cual debe ser la luz que ilumine mejor nuestro camino.

¿Me fui por los Cerros de Úbeda? Yo creo que no, un blog es una prenda un poco estrecha para dar coherencia a algunas proposiciones, pero una idea aquí y otra allí puede acercar perfectamente al meollo de lo que pretendo decir.


        Y sigue haciendo viento, fortísimo, y, menos mal, de espaldas. Y hoy caminamos de nuevo todos juntos. Y Ramón y yo hablamos de la fidelidad de los perros, y de Konrad Lorenz y de cómo este etólogo nos ha enseñado tanto en relación a la fuerte relación que hay entre el comportamiento de los animales y los hombres. Y yo mientras tanto pienso en esta “familia”, Dop, Vermell y Ramón, casi un año caminando juntos, afectuosos amigos los tres en permanente convivencia diaria, unos al lado de los otros día y noche.

        Y llegamos a Selgua y pegamos la hebra con un ganadero, José María, y charlamos frente a un par de cervezas, y comemos juntos y como si fuéramos amigos de toda la vida se nos van dos, tres horas en hablar de esto y lo otro. Y llega la hora de la siesta y nos despedimos y a la salida del pueblo buscamos una sombra y, mientras Dop y Ramón sestean y Vermell da cuenta de la hierba fresca de un talud, yo escribo y escribo sobre esto o lo otro. Monzón nos queda a diez kilómetros, un rato de camino. En Monzón no hay albergue, así que a la caída de la tarde un caballo, un perro, un catalán y un madrileño, saldrán por el camino de levante a buscarse un pedazo de tierra entre los sembrados en donde tumbarse a descansar y a pasar la noche. Bajo las estrellas, como está mandado.


5 comentarios:

Ignatius dijo...

Bajo las estrellas, como está mandado...¡ cómo me gusta esta " locura"!
Buen camino os deseo a los cuatro desde Pontones en la Sierra de Segura.

Alberto de la Madrid dijo...

Hoy aproveché parte de tu comentario anterior de Julio Villar para mi post. Saludos

Anónimo dijo...

Hola
Ya se que mi comentario esta fuera de contexto, pero hace poco revolvi entre unas cajas que tenia y vi mis cassetes grabados en mi juventud de un programa de radio fantastico conducido por Alberto Oliveras, " Los Dioses de la aventura".
En dichos programas de radio se entrevistava mas de una vez a Julio Villar y sus aventuras.
Este programa y escuchar a Julio, hizo que me interesase la navegacion y la aventura.
No sabia nada de Julio desde 1988...hasta ahora, que oyendo sus entrevistas me acorde de su nombre y he parado aqui.
No pares jamas Julio!
Un abrazo
C.L.V.

Alberto de la Madrid dijo...

Me alegra encontrar una vez más, son muchas ya, alguien con la misma afición por Julio Villar, del que no sé mucho, pero por quien, por lo que expresa en sus dos libros conozco, siento una gran admiracion.
Me he permitido incluir tu comentario en mi post de ayer en este mismo blog. Espero que no te importe. caminarcadadia.blogspot.com.es/2013/09/marichu-montse-julio-villar.html?m=1

Alberto de la Madrid dijo...

Después de escribir lo anterior un amigo, en el post que te indico arriba añade datos que acaso te interesen.