Abrazar los árboles





Bosque de les Cors, Andorra, 21 agosto 

A veces una subida de quinientos metros puede convertirse en una pequeña aventura mental y física; ese no puedo más que a cada repecho nos sale de dentro como una bomba de relojería dispuesta a hacer pum. Hostia, y llega otro repecho de piedra suelta y tú que ya no puedes más te dispones a parar, pero otra fuerza que sale de no se dónde te dice: no, tío, un poco más. Y así llega un momento que en algún sitio aparece la mancha azul del cielo entre lo pinos y más allá crece y crece, se pone a la altura de la mano, el collado está allí, y entonces piensas que vas a ser capaz de llegar, si, al collado sin haber parado en ningún momento, cuando desde hace un buen rato ya el corazón te estaba haciendo pum pum a punto de irse a hacer puñetas. Y aparece la última subida, un prado verde, verde que te quiero verde, el prado donde bajo una gran sombra te vas a despanzurrar por un buen rato, pero antes quieres tomarte las pulsaciones por curiosidad, por eso que te dijo el cardiólogo de no alcanzar determinado límite, ese sesenta por ciento de las pulsaciones que soportaban hace diez, quince años que años, pero me hago un lío con el cronómetro del teléfono y no oigo bien los latidos y ¡va!, lo dejo. En realidad estoy sanísimo, aunque la pierna derecha este haciendo alguna cosa rara desde ayer. Y hay en el collado unas sombras de cuento pero en el momento que ya no tengo más cuestas arriba por delante mi cuerpo me da unos golpecitos de connivencia con el codo como invitándole a hacer la vista gorda respecto a ese despanzurrarme en el collado que me había prometido, y así yo también me hago el sordo y disimulo diciendo que bueno, que pararemos un poco más abajo. y el abajo no llega y poco a poco mi cuerpo se sosiega. El bosque se ensombrece, se hace acogedor e incluso me entran ganas de leer. Pero resisto la tentación y decido prestar atención a mis sensaciones, ese corazón que venía disparado, la respiración que le faltaba el aire, la lucha entre mi cuerpo y yo mismo para dilucidar si ambos llegábamos al collado o si por el contrario lo tiraba en mitad de la cuesta para darle un rato de descanso; más, el sudor, el acre olor que despide mi cuerpo, pero también esa sensación que poco a poco me había ido creciendo por dentro de que acaso al final podía llegar al collado.





Vaya película, dirá alguno. Sin lugar a duda, una película para uso exclusivo de un servidor. De vez en cuando te observas, fijas la atención en lo que está sucediéndote por dentro y desde luego el espectáculo puede llegar a ser absurdamente interesante, incluso, diría yo, apasionante. Convertirse uno mismo en espectáculo de sí mismo es algo que tiene su miga. Si estas cosas pudieran firmarse, los sentimientos, la lucha de uno con uno mismo, la sensaciones, la satisfacción que se siente cuando uno ha dado la talla ante sí mismo, sin espectadores, porque sí, sin necesidad de medirse con nadie, por el mero hecho de contemplar una vez más que estas vivo, que no eres una momia, que tu cuerpo, tus músculos , tu corazón, compadres en esta cosa de la vida, funcionan, responden a la demanda de tu voluntad; y así si en un momento gustas jugar con las palabras, en otro lo hace con tu cuerpo o con tu capacidad de disfrutar de lo que encuentras en el camino, así esta mañana que el caminante descubrió entre la maleza un bellísimo ramillete de lilium martagon amarillo, el segundo en este viaje pirenaico. El anterior era rojo sangre y crecía en las laderas del valle de Ara poco después de abandonar Bujaruelo, frente a las paredes rosadas del valle de Ordesa.


Lilium Martagon
  
Estoy empezando a pensar que caminando se comprende mejor el mundo y la vida. Es un presentimiento. O acaso son los años. O las dos cosas. Estoy en un descanso en medio de un bosque: a mi alrededor servales, hayas, abedules, avellanos, helechos y alguna que otra flor menuda junto al riachuelo que canta y refresca el ambiente, amén de apagar la sed del caminante. No sé exactamente qué es concretamente lo que comprendo mejor, pero es así. Será que estoy bajo el influjo de lo árboles; sabido es que los árboles guardan una energía que si no queremos aprovechar allá nosotros. Recuerdo una vez que Paz, la madre de Quique, el chico de mi hija, dentro de una conversación que tomaba ciertos visos de intimidad, cómo me confesó, como quien descubre algo que al otro le puede resultar un tanto chusco, que ella de tanto en tanto se abrazaba a lo árboles de su parcela, algo que también hacía con sus amigas cuando iban al balneario. Hoy yo estoy completamente seguro de que este diario deambular bajo la pelambrera de estos enormes y bellos bosques Pirenaicos está teniendo un efecto benefactor para ese mi cuerpo al que tanta estima tengo, pero sobre todo vivo la impresión, como decía más arriba, de que todo este ambiente obra en mí el milagro de cierta comprensión de la realidad. No se entienda, por favor, una comprensión racional, no, no es eso, se trata de una comprensión intuitiva, visceral que se traduce en una acción sincrética a nivel vivencial de lo que lo realidad sea. 

Paz falleció hace unos años. Desde aquí un recuerdo emocionado para ella, de la agradables charlas que tuvimos, de los conocimientos de cocina que me trasmitió. Su recuerdo hoy, al vuelapaso de la energía de los árboles en la que los dos creíamos, me lleva a recordar lo entrañable de su persona. Descansa en paz.





Cuando todavía me quedaba un respetable trecho de camino por delante, cuando debería haberme parado y dar por terminada mi caminar, no me queda en el macuto ni una miserable almendra que echarme a la boca, aun así, estaba cerrando estas notas junto al río, cuando pensé que no merecía darme un tute tan sólo para llegar a cenar en determinado lugar. Elcamp quedaba demasiado lejos en cualquier modo. Decidí, eso sí, coger agua por si acaso encontraba un sitio guapo para pasar la noche.







7 comentarios:

Martin Arnanz dijo...

Muy bonito.Y las fotos estupendas. Con tu permiso voy a colgar algunas en la página del Grupo

LuisBas dijo...

Sobre todo muy entrañable, vivimos de los recuerdos, que nos acompañaran el resto del tiempo.

Ignatius dijo...

El lilium pirenaicum es la flor de lis. Florece a primeros del mes de Julio pero este verano la floración va más retrasada y todavía la podemos observar casi casi a finales del mes de Agosto. ¡ has tenido suerte!. ¡No te olvides de ella!

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias Martín y Luis.

Alberto de la Madrid dijo...

Ignacio. Es una flor con la que siempre tuve una especial relación. Siempre me la encuentro en lugares muy particulares.

Angela y Juanjo dijo...

Bonitos relatos y mejores imagenes. Sobre todo cuando salen amigos, abrazos a Belen y Javi.

Alberto de la Madrid dijo...

¿Sois la pareja de Irio contra que coincidí una tarde de tormenta?
Belén y Javi deben de ir un día por delante de mí. Tenían prisas por motivos de trabajo.
Un saludo