El Chorrillo, 14 de agosto
La fotografía no me pertenece |
Mañana salgo de nuevo para el
Pirineo. Esta tarde, junto con el runrún del ventilador tras mi espalda y la
expectativa de la partida, siento la necesidad de pasearme en torno a esa
palabra que utilizo tantas veces últimamente en mi vagar por el Pirineo y que
me resulta tan cara: vagabundo. No es un concepto que goce de buena fama entre
"gente de orden", algo que se ve como propio de personas descarriadas
o que no encontrando acomodo en la vida vagan por ciudades o campos haciendo de
sus vidas un tránsito, son tus huellas el
camino y nada más. Tienen los ojos de los vagabundos un nosequé que siempre
me atrajo. Me encontré con ellos algunas veces, no muchas, y siempre sus
miradas dejaron en mí un poso de verdad que ahora, poco a poco, según cumplo
años, voy desentrañando. Es lo que tiene atravesar por el cauce del tiempo; sin
uno apercibirse, el sol, los paisajes, las gentes, las flores, como a un San
Francisco de Asís cualquiera, le van susurrando a uno pequeños secretos que
unidos unos a otros van tejiendo sobre el alma del vagabundo la clara verdad de
lo que es la vida, cosa hermosa y pasajera para la que la sencillez en la
conducta y la humildad en la relación con personas, animales y plantas con los
que uno va tropezando a lo largo de los senderos constituyen el pan de cada
día.
Sentirse vagabundo a tiempo
completo es una experiencia difícil de experimentar en nuestros días. Aquellos
que gustan de experimentar con la vida y comprobar hasta dónde algunas
experiencias pueden llegar a ser como un pequeño arriate de flores en la
parcela del alma, no suelen ser muy prolijos en sus manifestaciones; amantes de
sus emociones pueden llegar a preocuparse poco o mucho por lo que sucede a su
alrededor, pero en esencia, conscientes de que el mundo y sus problemas sólo
existen en un segundo plano de la realidad, se dedican a explorar y cultivar
eso que Pessoa por encima de tantas cosas estimaba en sumo grado, sus
sensaciones. Perseguir las sensaciones, husmear entre lo que la realidad pueda
ofrecernos para encontrar en ellas la fuente del gozo, la experiencia nueva, el
perfume que deja esa mezcla de naturaleza y esfuerzo, todo lo que el hombre ha
aprendido a amar en su encuentro con lo elementos; sensaciones sutiles que sólo
se nos revelan en la intimidad de un encuentro de tú a tú con las cosas del
campo o la montaña.
Hacer del vagabundo un ejemplo a
tener en cuenta en el mundo que vivimos, puede llegar a ser para la mayoría una
risueña metáfora imposible de comprender. ¿Qué nos querrá decir éste con...? Y
sin embargo, si tuviéramos la paciencia, ¿acaso la valentía?, de considerarnos
a nosotros mismos como sujetos puestos sobre el planeta para vivir un número
determinado de años y sanseacabó, quizás otro gallo cantaría. También otro
gallo cantaría, esta vez en palabras más o menos de Buda, si el hombre fuera
consciente de su propia muerte. Te damos, digamos setenta, ochenta, cuarenta años,
y después pum, finito, se terminó, ni rastro. Así, fríamente, que es en
realidad es como es la cosa, ¿creen ustedes que tantos se pasarían la vida
trabajando desde el amanecer hasta el alba, currando para tener esto y aquello
y lo demás allá y y y y... disfrutando de quince días de vacaciones al año y y
y...? El tiempo vuela, tic, tac, tic, tac, tic, tac. Y trabajar montón y pagar
plazos y...
¿La gran solución, el gran invento?:
hacerse vagabundo. Todo el tiempo del mundo para vivir, vivir, sí señor, eso
que el personaje de Lampedusa a lo largo de ocho décadas había practicado tan
poco, tan raquíticamente; haciendo memoria de esos ochenta solo había vivido
¿cuántos años?; se podían contar con los dedos de una mano. Usted me dirá
cuantas horas de trabajo tiene que echarle para comprarse tal y tal y tal que
disfrutará acaso, quizás en esos quince misérrimos días de vacaciones anuales,
en las fenomenales caravanas del fin de semana. Hoy Cive, un hombre que conozco
poco y con quien hice alguna ascensión de montaña hace muuuchos años, me
recordó con la mención en su blog de Thoreau, una lectura muy estimada de aquel
su inapreciable libro: Walden. Todos
deberíamos leer Walden en algún
momento de nuestras vidas. ¿Perder el tiempo yo con tantas paparruchas, venía a
decir Thoreau, cuando tantas telarañas esperan ser barridas de mi cerebro?
Thoreau, teniendo en su haber un hacha que alguien le prestó en un pueblo, se
internó en las montañas con lo puesto y allí vivió un año de magnifica soledad;
construyó una cabaña, se hizo aperos para cazar y pescar, vivió como un eremita
y dedicó una parte de su tiempo a escribir un magnífico libro que nosotros
recibimos como herencia.
En este último año, en que empecé
a caminar a mitad de enero, si no fuera por estos dos, tres, cortos periodos de
tiempo, nunca más de dos semanas cada uno, en que he dejado el camino para
pasar algunos días en casa, bien podía considerarme un vagabundo en el sentido
más literal de la palabra. Me gusta la idea, pero es muy difícil ser algo en
estado puro; todo sobre el planeta es mezcla de componentes diferentes, células,
moléculas, hasta los elementos más simples como el átomo son sustancias que
carecen de la homogeneidad de lo único. Pareciera cómo si hubiera cosas que sólo
fueran posibles en tiempos heroicos o destinadas a personas con un grado
extraordinario de decisión. No hablo, claro, precisamente de aquellos cuyas
necesidades son tan pesadas de llevar que apenas tienen tiempo para conversar
consigo mismo. Además, ser vagabundo
con un tarjeta de crédito en el bolsillo siempre desmerece de la calidad del
vagabundaje, ese estado ideal en el que tantas veces he pensado como si el
individuo, convertido en y espectador del mundo y sí mismo, fuera capaz de
absorber toda la sustancia que la vida, el paisaje o las situaciones por las
que transita como si de una esponja se tratase. Yo querría ser vagabundo y
sentir lo que un vagabundo siente, pero al no querer prescindir de los medios
de subsistencia corrientes, incluso al no querer prescindir siquiera del
teléfono, que en esta ocasión hasta me hace de máquina de escribir, me
convierte en realidad en una especie de snob que cobardemente se acerca a los
toros desde la barrera.
A muchos les gustaría ser ricos,
a mi gustaría ser vagabundo. Estoy completamente seguro que el arsenal de
sensaciones y experiencias que puede experimentar un vagabundo dispuesto a
enfrentarse a las lluvias, al viento o al frío, al cansancio, son sin duda
mucho más ricas que aquellas de quienes viven rodeados de oro como el rey
Midas. Si uno piensa en esa situación que citaba anteriormente de unos años de
vida y sanseacabó y valora lo que en su vida pasada ha sido para él
notablemente seductor, lo que le ha dejado la huella de lo auténtico y
entrañable en el alma, ¿no habría de dedicarse en lo que le queda de vida
precisamente a explorar aquellas situaciones que provocaron esa oleada de
bienestar y buenos recuerdos? Así, a quien le cabe recordar su paso por las
montañas, los caminos, la aventura, sus paseos junto al mar como momentos
notorios de su pasado, ¿no habrá de tratar en correspondencia etc., etc.?
Pero acaso me voy del tema, en
realidad sólo quería referirme a ese aspecto de vagar sin rumbo, a la
experiencia íntima de vivir entre los elementos, acaso como un animal pero con
la experiencia de la autoconciencia, vivir la errabundez de las bestias pero
absorbiendo toda la belleza y poesía que los desiertos, las montañas o los
bosques encierran. Imaginar a los animales despertándose presa de la admiración
por el alba de dorada dedos, por el
cielo asombrosamente tachonado de estrellas, es una imagen grotesca que
adquiere significado solamente cuando es un hombre quien lo experimenta.
Un vagabundo en el Pirineo, será el título del próximo libro que
salgas cómo producto de los andanzas por estos montes que comenzaron en Irún el
pasada mes de abril, que se interrumpió por un exceso de nieve y un frío para
el que no iba preparado, se reanudó en julio y espero que termine este mes
junto al Mediterráneo.
1 comentario:
Si señor, Para disfrutar de la vida no hace falta demasiado. Lo importante son los detalles que le dan a cada uno "su satisfacccion" .
Que tengas un buen recorrido y nos sigas haciendo participes del mismo. Fuerte abrazo.
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