Barranco
de la Restanca
15 de agosto
Hoy esperé durante todo el día a que el enanito que corretea por dentro de mi dictándome lo que debo escribir asomará la cabeza por algún lado, pero la espera fue inútil, quizás necesite entrar en calor o empaparse del aire de la montaña para hacerse ver, así que paciencia, a esperar toca. Y el hecho es ese, que uno, como en tantas cosas no es na, si no fuera porque de tanto en tanto enanitos, ondinas u otros seres extraordinarios se mezclan con mis intuiciones o mi neurotransmisores estaba perdido, solo y desvalido me tendría que conformar con tartamudear de vez en cuando alguna cosa para que no se entumecieran mis neuronas. A Dios gracias parece que de momento los enanitos no faltan, son caprichosos pero no suelen dejar de aparecer en algún momento; se ve que sienten cierto agradecimiento por lo bien que les cuido; dicho sea de paso, no hay día que ya de mañana temprano no tengan su bol de leche y su platito de pienso esperándolos para el desayuno, eso sin contar mis largas ensoñaciones que les sirvo como complemento vitamínico cada tarde frente al crepúsculo de mi cabaña.
Ah, mis enanitos; ¿quién iba a pensarse hace una década que iba a tener tan sugestiva compañía para estos años de vagabundeces y de reflexión? Recuerdo que la primera vez que descubrí su presencia en mi interior caminaba por alguna trocha del Pirineo Francés, lo veo como si fuera ayer mismo, uno de ellos asomó la cabeza por mis pensamientos, entonces caminaba yo un tanto cabizbajo porque la Marisa se había retirado a sus cuarteles de invierno, me había abandonado, vamos, y de repente, cuando sentí su presencia, que fue algo así como si me hubiera introducido en un confortable baño de comprensión de cuanto me rodeaba, una especie de omniconocimiento repentino de lo que era la vida, presentí que en lo años de mi vida había brotado una sabia intuición, una cariñosa compañía que ya no me abandonaría en el futuro. Ellos son mis apreciados y queridos enanitos que hoy echo de menos en este primer día de vagabundaje.
Así que a falta se enanitos puedo hablar de alguna reflexión que se me ocurrió por el camino cuando miré a la chica joven de largas y bonitas piernas que se había sentado a mi lado en el tren de cercanías. ¿Qué sucede cuando alguien pierde su atractivo sexual para la otra persona?, me dije mientras echaba una ojeadita a sus piernas.
Cuando el cuerpo deja de ser una atracción para el otro... La idea me dejaba un tanto confuso; sí, estaba la posible amistad, el poso de afecto que dejan los años de compañía, incluso de ese amor que poco a poco fue diluyéndose en los meandros del tiempo, pero aún así, ¿no encierra un drama una situación así? Qué curiosos interrogantes para un día de viaje, me digo.
Un mar de indiferencia puede ser la cosa menos atractiva del mundo. ¿En qué quedaría ese afán de la mujer para ponerse guapa, para intentar atraer hacia sí la mirada de los hombres, el afán del hombre por centrar en la mujer su idilio?
Ese sobreentendido que circula por la calle según el cual ser atractiva/o, convincente, sexualmente una promesa, es una de la condiciones que nos ponen frente a los otros, parece que por delante de la inteligencia o de la cultura, si no del amor, parece algo más que una conjetura; nuestra condición de seres sexuales no es ninguna broma a la hora de considerar una relación medianamente estable. ¿No perdemos una parte importante de atractivo cuando dejamos de ser un objeto sexual para el otro?
Sí, hay otras cosas, ¿cómo no?, el mundo sería un poco triste de lo contrario, pero... La chica de las piernas largas y bonitas se bajó en 12 de Octubre; la seguí con la vista, se había atildado con el esmero de quien quiere aparecer ante otro como la cosa más bonita del mundo. ¿Qué gracia tendría acudir a una cita a la que tu interés te lleva con expectación desgreñado, hecho un Cristo? ¿Donde quedaría ese gusto innato que todos llevamos dentro de intentar seducir al otro con nuestra presencia física, con nuestras palabras, con nuestra capacidad para encandilar al personal?
Como siempre que me ensimismo en este mágico teclado del Android, que adivina mis pensamientos hasta el punto de ir por delante de mí sugiriéndome amablemente lo que puedo escribir, como siempre el tiempo se me pasa volando y cuando quiero darme cuenta ya estoy en Lleida. Quince minutos más tarde tomo el autobús y después del mediodía me encuentro en el refugio Conangles con Ignacio Aldea, un viejo amigo de los tiempos de nuestras primeras montañas que optó desde muy joven por hacer de la montaña su medio de vida y entretenimiento ejerciendo en verano de guía y en invierno de profesor de esquí. Como siempre que nos encontramos charlamos por los codos, aunque hayan pasado cinco o diez años retomamos los temas como si se tratara de ayer mismo. Los amantes de la montaña tienen siempre tantas cosas en común, tantas cosas que contarse... Tras la comida nos despedimos con un abrazo junto al hospital de Vielha. La próxima vez que nos veamos seguro que será de nuevo por estas montañas.
He subido por la vall de Conangles y pasado junto a los estanys de Rius un par de veces en lo últimos quince años, pero apenas guardo recuerdo de este paisaje, sin embargo cuando atravieso junto al lago me viene clarísima la imagen de una anciana con la que estuve charlando junto al agua hace tres décadas. Lo particular del caso era que la anciana era muy mayor, que llegar allí exigía un considerable esfuerzo, que estaba sola y, pará colmo de mi admiración, su única impedimenta era una caja de acuarela, un cuaderno de dibujo, una botella de agua y un par de sándwiches Podía haber pintado en el valle, junto a la carretera, pero no. Había madrugado, hecho su respetable caminata y ahora pasaba el resto del día pintando. Chapeau! Cuando sea mayor quiero ser como ella.
Ahora atardece en los bosques de la Restanca. Se hizo tarde con tanta charla y no quiero apurar el día caminando, así que antes de emprender la cuesta que me dejaría en el lago y refugio del mismo nombre decido montar mi tienda junto a un arroyo cantarín donde hay que abrirse paso entre los rododendros en flor. Mañana será otro día.
6 comentarios:
Siempre pensamos en las chicas, el dinero ¿y nuestras montañas?, nunca nos damos cuenta de que el hombre nunca se conforma con lo que tiene, por tanto le es dificil ser feliz. El mas rico y el mas feliz es aquel que se conforma con lo que tiene, no envidia ni necesita mas, solo vivir. Es mi modesta opinión.
Bien , bien, el caminante empieza de nuevo y se ve que esta en forma :chicas, ancianas pintoras, en resumen pensamientos puros si los juntamos con los de las ambiciones humanas y demas. Sigue caminando y llevanos contigo por medio de tus letrillas que recibimos con agrado.
El caminante saca a la luz sus pensamientos que son los de todos y da gusto ser cómplices de ellos, mirando al mundo, caminando juntos...
Se me olvidó decirte que los enanitos que habitan esta parte de los Pirineos se llaman " Minairons" y viven dentro de esos canutillos donde se guardaban antiguamente las agujas de coser en todas las casas del Pallars. Muchos de ellos se escaparon y decidieron subirse a las montañas; disfrutan mucho tirando piedras desde las alturas y por esta razón van perdiendo altura poco a poco. Si te encuentras alguno te dirá: ¿qué haremos, dónde iremos?...
Laure. Te voy a reñir por poner a las chicas junto a eso que una ocasión, me parece Basanta llamaba el vil dinero. ¿Tu No sabes que igual que la cabra tira al monte, las chicas forman también parte de nuestra propia naturaleza y que por tanto buscarlas está en nuestros genes?
Luis, me gustó tu comentario y que de alguna manera seamos cómplices. Esa historia de los enanitos me lo guardo. Yo llevo en mi mochila un pequeño canutillo con agujas, también hay hilo, me pregunto si la abundancia que tengo últimamente de enanitos se esconderá también ahí
Vaya, al caminante sw le cruzaron los cables y confundió el comentario de Ignacio con el de Luis...
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