De nuevo en la ruta del GR–92




Begur, 19 de septiembre 

Me tomó unos días deshojar la margarita y decidir si continuaba mi caminar por la costa mediterránea o si permanecía en casa junto al otoño que empezaba a dorar las hojas del arce, junto a las uvas y los higos en sazón que terminarían comiéndose los pájaros si me marchaba. Al fin me decidió una madrugada que como de costumbre había salido a caminar y en que me encontré con un amanecer de excepción que alegró el cielo como si de un gran lienzo al pastel se tratara. Perseguir la belleza, la tranquila paz que emana de esta hora era lo que me recordaba el momento, por demás salpicado en el horizonte por la sierra de Guadarrama y que servía de telón de fondo a los campos que empezaban a vestirse con las suaves tonalidades del ámbar. El cielo había empezado a desvestirse de su salto de cama nocturno para cubrir su cuerpo con los tules del alba. Era una llamada simple a volver a los caminos, a bañar los ojos en la hora del alba sobre las aguas del Mediterráneo, que había dejado en junio allá por Pals en la provincia de Gerona para sustituirlo por el improvisado proyecto de recorrer el Pirineo a pie durante el verano. Esa mañana decidí que esa misma semana me pondría en camino. 


Ahora el tren atraviesa la superficie marina de Castilla, mar de color paja salpicado por el verde esporádico de las encinas, por unos molinos de viento, por la torre de una iglesia lejana. Mañana de viaje, de suave rumor de raíles bajo un cielo débilmente surcado por nubes alargadas y filamentosas, Mi vecino de viaje, un jugador del Barcelona, terminó aburriéndose de su tablet y ahora ronca discretamente, sus compañeros se entretienen con una revista u oyen música; todos estos muchachotes con el escudo del Barça sobre el corazón ocupan ellos solos medio vagón. Apenas conversan, cada uno se ha buscado un entretenimiento para salvar estas tres horas de trayecto entre Madrid y Barcelona. 


Ahora terroso paisaje de lomas surcadas por profundas cárcavas donde recuestan sus espaldas algunas casas de labranza, viejas, como restos de una cultura en extinción. 

Lo que el viajero mira esta mañana es diverso como la vida misma, gente, cuerpos, luces y sombras que asoman a su retina sugiriendo, recordando, certificando lo que la realidad es, pero que puesto ahí delante frente a su ociosidad tras una ventanilla, en una sala de espera, frente a su asiento en el tren de cercanías, acaba por posarse en su percepción como elementos de un sueño que le estuvieran pidiendo un hueco en su tiempo de vigilia, porque siendo la realidad del viajero tan lejana, no, mejor, tan distinta, parece como si esa realidad que tan evidente es para la mayoría de la gente se le presentara ocasionalmente como materia de un documental que te recuerda que además de tú mismo y tu realidad inmediata existen otras realidades y otros mundos. Curiosa idea esa de que además de existir uno existan también los otros y que todos a su vez puedan sentirse en cierto modo centro del universo. 



Por la tarde estoy de nuevo en la línea del GR–92, que recorre la costa del Mediterráneo hasta que éste se encuentra con el océano Atlántico. Me queda por delante una buena trotada que quizás sobrepase los dos mil kilómetros; buena distancia para ejercitar la piernas y la voluntad. La temperatura es buena, el cielo está despejado y el camino, tras un tramo de asfalto por una estrecha carretera, se adentra en un pinar de suelo arenoso donde es agradable caminar y volver a encontrarme con la materia prima de lo que está siendo para mí este año mi hábitat y mi modo de vida. No me extraña que con tanto recorrer de un lado a otro el país tenga visiones como las que dan lugar a escribir lo que aparece dos párrafos más arriba, esa impresión de que uno está en el centro del mundo se agudiza con las tantas horas de caminar solo teniéndose a uno mismo y al paisaje que le rodea como las verdades incuestionables del planeta . De ahí que el aterrizar de vez en cuando, siempre por imperativo del guión, en centros urbanos y en rostros que no son uno mismo, tenga casi siempre un no sé qué de novedad. La capacidad de percibir el conjunto, la sociedad, el bullicio político y económico como sempiternos parientes que, querámoslo o no, nos sirven los medios de comunicación hasta la intoxicación, queda mermada notablemente en el solitario caminante que ni por asomo se acerca a los periódicos y que si atraviesa poblaciones y lugares habitados es porque no hay manera de evitarlos. Y es que una de las razones por las que uno ejerce de peregrino es porque busca, más allá de lo que el mundo le ofrece, una manera de vivir más acorde con su forma de pensar. No es que el mundo de más allá del mio no me interese que, aunque tantas cosa haya en él que no me gusten no deja por ello se ser parte de mí, es que ahora es tiempo de otra cosa, es tiempo más de uno mismo. 


Hoy quería dormir frente al mar pero se hizo tarde y, después de dejar Begur atrás, me encontré con un solitario pinar que era de mi gusto y decidí pasar la noche allí. Ando escaso de sueño, anoche teníamos de invitado en casa a Antonio, el amigo de Víctoria, y la velada tras la cena terminó por alargarse más de la cuenta. Nuestra mutua afición a los libros de Allen Watts, su trabajo por buscar una síntesis entre Oriente y Occidente, sus investigaciones sobre el Zen y el Taoísmo, terminaron, acompañados por un Ribera del Duero, por sumergirnos en una interesante conversación, y eso sin contar con la incursión en el vida y obra del gran Montaigne, de cuyo Ensayos soy asiduo devoto, y que salió a colación porque éste debió de hacer parte de su vida por Burdeos, ciudad que será el hogar de Antonio durante este año donde seguirá investigaciones sobre temas de astronomía y física, temas que son totalmente inasequibles al magín del caminante pero que constituyen la sal y la pimienta en este periodo de vida de este investigador amante del ajedrez y del flamenco. Decía que ando escaso de sueño y escribiendo se ha hecho noche cerrada, cerrada aunque bañada por la luna que se abre paso en el pinar pintándolo de luces y sombras. Buenas noches. 


3 comentarios:

LuisBas. dijo...

Pos hala, al lio tarea tienes para desenrredarlo. Fuerte abrazo Alberto.

Alberto de la Madrid dijo...

Necesito una barita mágica que haga desaparecer todas la urbanizaciones de la costa.

LuisBas dijo...

Habla con Pepe que tiene excavadoras de las gordas