Antonio el cantaor





Al sur de Almenara, 10 de octubre

¿Queréis cenar?, pregunté anoche a los pescadores que andaban preparando sus aperos. Uno de ellos se acercó, en realidad él no pescaba, había venido a acompañar a su amigos. Pegamos la hebra enseguida, se trajo una silla de playa junto a donde yo daba cuenta de mi cena. Su acento andaluz y su empaque me había llamado poco antes la atención. Cantaba mientras sus compañeros andaban de acá par allá con sus aperos de pesca. Le inspiraba, dijo, este ambiente nocturno junto al mar. Y sin más arrancó con el tema que estaba componiendo allí mismo desde hacía un rato: Paseando por la orilla de la playa. Y le pregunté entonces si no le importaría que lo grabara para mi blog; y toma el teléfono y, para que el mar sirva de fondo a su tema, se va junto a las olas con él. Calienta su voz y arranca:

Paseando por la orilla de la playa 
olor jazmín y al olor de los romeros 
noche estrellada toda poblá de estrellas 
mi corazón una nueva canción te canto, 
te has enamorado...
Te has enamorado con mi manera de mirarte y de besarte 
con esa forma de besarte yo lo labios 
con esa forma de acariciar de mis manos...


Su voz es casi un susurro pero tiene la fuerza de un hondo sentimiento que subraya a su lado el metrónomo de la cadencia de la olas sobre los guijarros. Es un buen lugar éste para componer, dice. Y me cuenta cómo le viene a él eso de la inspiración, que es caprichosa pero que le llega en momentos especiales, como esta noche, por ejemplo, junto al mar. Cómo le llega y ella sola toma la forma de un fandango, una copla, una seguidilla. Antonio habla de Camarón, de su hijo Jesús, de Miguel Poveda, de Serrat, de la diferencia que hay entre componer sobre lo que te sale del alma, de tus sentimientos y hacerlo sobre asuntos que te pillan lejos. Luego me propone que yo le cuente algo para que él componga con ello una canción. Y busco entonces un texto que escribí sobre el dios fuego hace días y se lo leo. Está muy atento a mi lectura y todavía me hace repetir dos veces el párrafo, tras lo cual arranca con un canción que narra una madrugada en una playa de Cádiz, su tierra que tiene como fondo mi texto. Mi lectura le ha servido para revivir una experiencia propia. Nos dio la una de la madrugada con una distendida charla en donde anécdotas de Serrat o Camarón se mezclaban con relatos de mi propia vida. Me admiraba la atención con que me oía narrar mi experiencia con un grupo de gitanos cuarenta años atrás, cuando en el cerro de la Mica del barrio Lucero de Madrid, el haber emprendido una campaña de alfabetización con gitanos hizo posible por mi parte un conocimiento mejor de esta gente, su alegría, su peculiar modo de vivir. Le contaba cómo una mañana había oído pasar cantando bajo la ventana donde yo daba clases a alumnos de octavo de básica, a una gitana que estaba a punto de parir, y de cómo interrumpí la clase para salir a saludarla. Resultó que ya no estaba embarazada, que había parido aquella misma mañana y que ahora, tres o cuatro horas después del parto, iba al mercado a comprar algunas cosas. 

Este gitano de pura cepa con quien había tenido la suerte de encontrarme era un pozo de sabiduría y experiencia. Hablar de amor y de un puñado de temas bajo la estrellas junto a las olas era una bonita novedad para una noche como aquella. Mientras tanto su amigos atendían a sus cañas de pescar. Un pez de dos palmos que había mordido el anzuelo y que era desconocido para mí, vino a interrumpir nuestra conversación. Después fue un pulpo de respetable tamaño. Hubiera querido proseguir pero me rendía el sueño. Tuve que despedirme de Antonio. Me dejó su teléfono. Para cuando llegues a Cádiz, me llamas y hablamos otro rato, dijo. Me eché allí mismo a dormir, a unos pasos de ellos. 



Por la mañana me despertó el sol sobre la cara. Adormilado podía ver una gran ave posada sobre el malecón, la fotografié. Un hombre grueso sacaba a dar el paseo matinal a sus perros, dos diminutos perrillos, uno color canela y el otro un churrino blanquinegro que no paraba de ladrar. Se dio una vueltas por la playa y terminó acercándose. Después de darme los buenos días, y aunque vio que estaba desayunando leche y galletas, no se le ocurrió otro cosa que ofrecerme dinero para un café con leche. Caray, no creía yo que tuviera un aspecto tan menesteroso; estaba recién afeitado y mis ropas estaban lavadas del día anterior. Aquello de un tipo durmiendo sobre lo guijarros de la playa no debía de cuadrarle demasiado al hombre, que por demás debía de estar al tanto de lo que era pasarlo mal, cuando me contó enseguida que tenia cinco hijos que estaban todos en el paro viviendo con él. 

Playas, playas, cantos rodados y una población bastante dispersa. La costa que atravieso está desierta casi siempre. Al mediodía paro a comer en un bar y aprovecho para cargar mis baterías. Un rato después busco un lugar para mi siesta, hoy no necesito sombra, junto a las olas extiendo mi aislante y me echo de dormir, hoy con tanta charla estoy falto de sueño. A media siesta tengo que poner el aislante de sombrilla, el sol aprieta. 

Tiene el mar a la tarde, cuando me decido a parar, un delicado verde azulado que la cámara es incapaz de recoger. Lo rastreo por los cuadros del Renacimiento y lo encuentro en algún rincón de algún cielo de Rafael, y quizás, aunque con una saturación mayor, en alguna tela de Tiziano. Colores que no define el lenguaje corriente y que aparecen en abandonadas playas solitarias al final del día. La mar rompe resquebrajando la delicada tonalidad del cielo de Rafael. Las pocas tonalidades azulencas de la tarde se desvanecen en la lejanía de sierras remotas que se confunden con el desvaído malva de la noche. Por poniente el sol deja el revuelo habitual de sus dorados aterciopelados. 



6 comentarios:

luisBas dijo...

Siempre te vas a encontrar con gente maravillosa, ese cantaor gueno, ese señor que pasea suus perrilos y te ofrece un cafelito,
aquel marine y asi hasta el fin de los dias , sigue con alegria en tu caminar y recuerda que antes de Cadiz esta mi pueblo y mi casa.
Fuerte abrazo.

Alberto de la Madrid dijo...

Creí que andabas por los Madriles. ¿Me mandas a correo la dirección o algo para localizarte. Será un giro si te pillo en mi camino. A Pepe le hubiera visto si hubiera sabido que todavía vivís en Bilbao

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias a Victoria que ha tripulado un poco para poder poner en este post la voz de Antonio el Cantaor. Quedó muy bien. Gracias, Pichona.

Noches de luna dijo...

No hay de qué, Pichón. Me siento muy honrada. Ya que no escribo apenas me engaño con tu blog.

Antonio dijo...

¡Maravilloso! En mi opinión, el flamenco tiene mucho más que ver con esa gente sencilla y en profundo contacto con la vida y con la tierra como el Antonio del que hablas; que con grandes teatros en Madrid llenos de gente super guapa y a la última moda. Me ha hecho recordar muchas experiencias de mis primeros años en Madrid. ¡Muchas gracias!

Alberto de la Madrid dijo...

Me he prometido volver a verle en Cádiz, donde vive. Fue una noche irrepetible, le salían los temas una detrás de otro.