Mininos




Mar Menor, Santiago de la Ribera, 20 de octubre 

Normalmente tengo una relación buena con los pescadores, saludan, cruzo algunas palabras con ellos, son como aparecidos en las primeras luces del alba y de la noche. Los hay de carácter adusto y solitario que eligen lugares apartados y que parecen preferir el aislamiento, ese dulce far niente de quien se ensimisma mirando las olas o las gaviotas; otros no, otros clarísimamente necesitan la compañía, se les oye hablar ininterrumpidamente. El pescador de anoche sin embargo era otra cosa, un especimen residual y carpetovetónico de los que se van viendo cada vez menos en nuestro país, esos que tienen los cojones continuamente en la boca en vez de dejarlos estar en su sitio. Me había despedido de los amigos Alberto y Julia a las afueras de Torrevieja y un rato después encontré entre las rocas un buen lugar para pasar la noche. Cerca la luz verde que utilizan los pescadores para colocar en el extremo de la caña por la noche, oscilaba en la oscuridad. Encendí mi linterna y preparé las cosas  para dormir. En esto estaba cuando el pescador de turno enfocó su linterna hacía donde yo estaba; un poco vale, me dije, que satisfaga su curiosidad, pero como se demoró más de lo que una persona medianamente educada podría hacerlo, le largué yo a mi vez mi chorro de luz sobre sus narices, y así estuvimos luz contra luz hasta que se cansó y volvió a su caña. Media hora después recogió sus cosas y cuando pasaba a mi altura por el camino superior volvió a enchufarme la linterna. Y yo, claro, hice lo propio. ¿Qué? , dijo una voz cazallera de esas que usan los arrieros, ¿tienes problemas con la luz? Creí que eras tú el que tenias problemas con ella, contesté. Y entonces soltó eso que define a determinados especímenes de homínidos, ¿Es que me quieres tocar los cojones? El silencio que siguió lo debió de digerir mal, porque allí estuvo un minuto sin saber cómo rubricar su exabrupto en vista de que yo no abría la boca. Terminó por darse media vuelta y marcharse. Por la mañana, un rato antes de que sonará mi despertador otros pescadores me despertaron hablando a voz en grito entre ellos. Debí de elegir para mi vivac el lugar ideal para pescar de todos los alrededores. 



Pasé por lugares especialmente bonitos, acantilados de un conglomerado color canela que había que atravesar por el agua. Unos trozos mínimos porque una extensa urbanización se los había comido, los acantilados y el resto del paisaje. Las rocas de los alrededores gritaban este lema sobre su superficie: NO MÁS CASAS AQUÍ. 



Fue en el paseo que daba al mar de una de estas urbanizaciones donde me encontré un numeroso gaterío. En un pequeño campo tras la balaustrada del paseo montones de gatos deambulaba perezosamente cono felinos de zoo aburridos y saciados. Los alrededores estaban llenos de tapers y bandejas de poliuretano, los recipientes que los vecinos traían con la comida para los gatos. Nunca había visto un gaterío tan numeroso. Pasaba por ser el mejor espectáculo de aquella parte del mundo. Ahí dejo una colección de tomas gatuna para los amantes, o mejor, las amantes de los mininos. Cuando hablo de gatos me remito a un post que escribí una vez viajando por Malasia, un dia que visité un museo, precisamente dedicado a lo gatos. Aquí dejo el enlace por si lo queréis echar un vistazo http://primaveraenelpacifico.blogspot.com.es/2007/04/gatos.html 




Llegué después de comer al mar Menor, un mar dócil que tenia en Santiago de la Ribera un ejemplo de rara placidez donde lo magrebíes parecen ser un elemento notable y numeroso de la totalidad de la población. Los contraluces sobre la claridad del mar a última hora de la tarde me permitieron hacer algunas tomas interesantes. En el paseo marítimo estuve hablando con un hombre que había caminado tiempo atrás entre Alicante y Cartagena. Había seguido la ruta oriental del mar Menor, algo que yo quería haber hecho pero en lo que desistí al comprobar que había una brecha de agua de más de medio kilómetro. Me contó cómo había pasado aquello. En un puesto de artículos de playa se compró un colchón inflable barato y lo utilizó para llevar su macuto, mientras él iba a nado empujando el colchón. Algo que no era del todo fácil decía, porque en una parte grande de la travesía no cubría y el suelo era como de tierras movedizas. 





Al final de la tarde me encuentro especialmente cansado, probablemente tengo falta de sueño. Así que dejo esto sin más. Espero que lo aviones me dejen dormir. Vivaqueo en la cercanías del aeropuerto Murcia–San Javier. 


 


3 comentarios:

luisBas dijo...

cuestas arriba ,
cuestas abajo,
ese camino ,
no tiene atajos,
va por la orilla,
de nuestro mar,
sus rayas rojas ,
te guiaran,
Bien, fijate en el camino y olvidate de los jilis, que hay muchos, y no se acaban ni echandoles agua caliente.
Mita los gatillos como se las apañan, bueno, escansa y disfruta , Fuerte abrazo.

David dijo...
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Alberto de la Madrid dijo...

David, lo siento por tus colchones...