Viento




Málaga, Puerto de la Torre, 5 de noviembre 

He tratado durante un buen rato de recuperar aspectos de una película que vi hace años y de la que conservaba una fuerte impresión relacionada con el viento, pero apenas he conseguido recuperar algunas impresiones y retazos. Se trata de El viento, del sueco Victor Sjöström (1879-1960), una obra maestra del cine mudo que tendré que volver a ver para gustar en toda su magnitud la aventura de anoche que, sin ser nada del otro jueves, sí me puso en condiciones de apreciar desde dentro algunos aspectos bajo los que pudieron vivir los personajes de aquella película. En ella el viento incesante es el protagonista que da consistencia y hondura en su confrontación con los personajes a las pasiones de estos. Sólo conservo, aunque bastante vivas, sensaciones imprecisas en torno a la opresión que creaba ese elemento que da título a la película. 

Probablemente sea una de las mejores cosas que tiene el cine y la literatura, esa capacidad de transportarnos a situaciones insólitas en donde nos es dado vivir de alguna manera sensaciones, experiencias y estados de ánimo que difícilmente podríamos alcanzar por nosotros mismos. No es lo mismo que vivirlo, claro, pero sí existe una aproximación que enriquece nuestra capacidad de acercarnos a otra realidades.


Hoy durante todo el día el protagonista de mi camino fue también el viento, incesante, frontal, de tener que ir como preparado a embestir para que no te echará para atrás. Nada de leer o similares, la ráfagas lo impedían. En la playa era necesario caminar con gafas debido a las nubes de arena que recorrían la playa. Esta aparecía como un desierto recién peinadito por el que nadie hubiera pasado en décadas. El viento había uniformado todo dejando esas características estrías con que se adornan las dunas de los desiertos. 

En algún momento pasé junto a una albufera, el pesado caminar en la arena de una mujer que me precedía acompañado por el vuelo de las gaviotas me dio la oportunidad de sacar algunas tomas interesantes. El mar estaba agitado aunque algo más humanizado que la noche anterior. Recuerdo que cuando me despertaba por la noche, pese a estar algo alejado de él lo oía bramar de manera inusitada, no temeroso pero sí consciente de lo que puede llegar a ser un mar violento y encrespado, era un ruido que ocupaba toda la noche y los rincones de las calles de Torrox y que unido al fuerte viento creaba una atmósfera un tanto opresiva. 




En la cercanías de Málaga, mientras comía, empecé a darle vueltas a la continuación de mi recorrido. El recorrido costero continuaba con su asfalto por muchos kilómetros. Miré el mapa de España y me encontré con que el objetivo final de mi caminar, Sevilla, estaba en una línea muy accesible desde Málaga. Quizás si encontrara algún itinerario caminable entre estas dos ciudades... pero no lo encontré. Sin embargo mirando aquí y allá descubrí un ramal del Camino de Santiago Mozárabe que partía de Málaga camino de Mérida y que pasaba por Córdoba. Me gustó la idea. La idea de abandonar el exceso de asfalto y de paso ese viento frontal que me perseguía ya desde dos, tres días atrás. Así que dicho y hecho, bajé el track y resolví dejar el mar y dirigirme hacia Córdoba por el camino Mozárabe. 


Así que aquí estoy a las afueras de Málaga en dirección noroeste metido en las profundidades de una rambla barranco huyendo del omnipresente viento con la idea imprecisa de encontrar en algún momento una senda que me lleve a Sevilla, o quién sabe dando por terminada mi gira en Córdoba, total... 


Oía hoy durante la comida decir su edad a un hombre que comía en la mesa de al lado, noventa y tres, y la idea me producía una cierta sensación de vértigo. Cuando yo oigo de alguien que tiene esos años de vida a sus espaldas inevitablemente mi cabeza hace un breve cálculo comparativo y, retrotrayéndose hacia el pasado esos treinta años como para comprobar en qué consiste realmente tal cantidad de tiempo, y considerando todo lo que ha cabido de vida en tan inmenso periodo de tiempo, se vuelve entonces hacia el futuro y es ahí donde sufre una cierta sensación de mareo. Tantas cosas caben en treinta años de vida que me parece imposible de todo punto de vista que algo así pueda sucederme a mí. ¿Cómo va a ser posible vivir todavía, sí, todavía tanta cosas, tantas cuando uno precisamente empieza a ver la vida como una rectísima final tras un intenso existir? Sí, incluso con los hándicaps que el tiempo pueda ir echando sobre las espaldas de uno, incluso la posibilidad de palmarla en un día de estos. 

El otro día le expresaba a Luis Basanta, que ha tenido siempre una relación cercana con Carlos Soria, mi admiración por este hombre, y no precisamente por el hecho en sí de haber subido un puñado de ochomiles sin más, sino sobre todo por haberlo hecho a la edificación en que está
realizando esas ascensiones. Esa es su gran obra. Tener el ánimo y la voluntad de seguir en la brecha con un nivel de entrega y decisión así de fuerte merece los mejores elogios de todos aquellos que consideran que el arte, el oficio de vivir necesitan de considerables esfuerzos si de verdad queremos seguir sintiendo dentro de nuestro pecho el pálpito del artífice que toma su vida como su gran obra a construir, a tallar. 
Quizás de ahí venga el vértigo de encontrarse ante la posibilidad de vivir tantos años. Vivir es militar, escribía Cicerón. Vivir es poseerse, citaba el otro día aquí a Karl Jasper. La tarde del vivir puede presentarse tan ardua, tan necesitada de constancia y de voluntad para que sea una vida con todos los atributos que ésta debería tener, que no es raro que a uno le flaquean las piernas pensando en tener tanto trabajo por delante.  

A veces puedo tener la flaqueza de pensar en días en que al final de la jornada no me duelan los pies, no tenga que emprender este trabajo de escribir a techo descubierto y metido en el saco esta larga crónica, no tenga que caminar decenas de kilómetros día tras día, puede, pero cada vez llego más al convencimiento de que el hombre conoce su mejor ánimo, es más feliz luchando permanentemente contra esto o aquello, creando, buscándose retos que haciendo una vida de retiro y descanso. 



1 comentario:

Ignatius dijo...

Sabía que en cualquier momento ibas a alejarte de la mar, ¡ es una pena!... La verdad es que no te imaginaba sorteando cemento y acantilados imposibles por esa costa del sol invadida en todos sus rincones... Ya has tenido bastante y uno soporta las cosas hasta que dice, ¡Basta!. El mar no se olvida de ti y espera que vuelvas a verle... Buen camino, compañero!!!