Los vientos de una nueva república



Trespalacios, 7 de junio 

Me despertó una lluvia fina sobre la cara. Pies para que os quiero, que decía mi novia la de los caballos. Recogí zumbando pensando en proteger mi saco de dormir y la poca ropa que llevo.




Levanto la cabeza hacia el televisor que estremece con su ruido las paredes del chiringuito donde he parado a descansar y me admiro, pensando en lo pejiguero que soy, que sea capaz de escribir en medio de este estruendo futbolero. Son la hostia los aficionados estos al espectáculo de veintidós tíos corriendo tras un trozo de cuero lleno de aire. Pareciera que se les fuera el alma tras la suerte que corre ese pedazo de cuero. El deporte nacional. Somos los campeones del mundo de ese juego que consiste en introducir el trozo de cuero entre tres postes de madera, lo cual enorgullece a la mayoría de personal de estas tierras, mientras que ninguna de nuestra universidades está dentro de las doscientas mejores universidades del mundo. Sin embargo todos contentos y banderas da per tutti en esta España nuestra; para eso somos pura charanga y pandereta. Quién sabe, lo mismo nuestro querido Antonio Machado era aficionado al fútbol. A mí lo que me pasa es que cuando veo tan inspirados y entusiasmados por el fútbol a ese canallita de Aznar y al Pato Donald, su amigo Rajoy, tan bien bautizado por Pablo Iglesias últimamente, no puedo evitar mis reticencias de siempre contra este deporte que sirvió junto a los toros durante el franquismo para hacer olvidar a la gente la cadena que cada ciudadano llevaba engarfiada en sus tobillos. Es como la inundación de monarquía y sus colaterales que invade las tierras de España estos días a través de las televisiones estatales. Mientras tanto los problemas reales ni se ven. Ya, ya, me fui por los cerros de Úbeda, lo sé. 



Lo que corresponde decir a continuación es que escribir en estas condiciones en que los cristales vibran bajo la presión del fútbol dice mucho de mi capacidad de adaptación al medio. 
Y basta ya, que lo que estaba sucediendo era que todavía no habían dado las cinco de la mañana y se había puesto a llover y no quedaban más naranjas que salir pitando, recoger, colocarse la capa de agua y ponerse en camino a filosofar bajo la lluvia y a sacar de la situación un poco de poesía que es el recurso de los enamorados cuando les han dado calabazas o el de los dormilones como yo que, caminando como un zombi en una oscuridad betunosa en donde era imposible encontrar una estrella sobre el cielo, ya tratan a esta hora temprana de hacer del momento un pequeño templo en donde recogerse. Pero no cayó esa breva, no había poesía en la mañana, caía un leve calabobos y yo estaba más dormido que todas las cosas, lo que hacía que me tambalease a un lado y a otro de la pista. La lluvia me había sacado de un sueño espectacular en donde el colegio en que he trabajado durante treinta años se quemaba. Junto a la fachada del colegio alguien había apilado varias toneladas de leña y el fuego se extendía peligrosamente hacia allí. Mientras tanto yo corría desesperadamente a conectar una ridícula manguera a un grifo. No hubo tiempo, el fuego alcanzó la leña y entonces se produjo un espectáculo impresionante en medio del cual yo trataba de alcanzar la salida que me alejara del fuego. Me recordaba una película de Disney en la que Bambi intenta huir del incendio que arrasa el bosque. No sé, nunca me convencieron las explicaciones que Jung y Freud nos ofrecieron para explicar los sueños. Éstos aparecen a veces como un arranque de locura en la sinrazón de los durmientes,  algo así como si alguien jugara a los bolos o a la lotería con la materia prima de nuestras obsesiones, nuestros deseos, nuestros soterrados problemas personales, haciendo de su revoltijo, como quien mezcla arbitrariamente los colores en una paleta, ese cuadro expresionista que son lo sueños. 



Bien, basta de circunloquios. El día que comenzó con esa amenaza de lluvia se convertiría inesperadamente, gracia a las nubes y al ambiente que una niebla ambulante fue dejando entre las lomas cubiertas de encinas y alcornoques, en el día más hermoso de mi recorrido. Mañana como de invierno rociada de tanto en tanto por una leve lluvia que no pasaba de ser un regalo para el caminante. Los propietarios de la zona se habían portado y dejaban abiertas las puertas de sus fincas para que el caminante solitario se deleitase con los caminillos y con esa leve atmósfera en donde el amarillo intenso de la cebadilla combinaba a la perfección con el tabaco oscuro de la tierra arada, con la agostada vegetación ocre que se balanceaba junto al camino. 



Estaban también los caballos que curiosos y somnolientos se acercaban al caminante para mirarle el rostro pero que salían huyendo cuando éste en la incierta luz del amanecer pretendía fotografiarles. Las vacas, las ovejas esquiladas que se quedaban abobadas mirando mi paso y que salían espantadas cuando pretendía hacer un toma en donde la suavidad del campo y la niebla hacían de la mañana una deliciosa composición al pastel. 



En Santa María de Trassierra ya había desaparecido este regalo que fue atravesar los bosques de los campos de cultivo envueltos en tules y aterciopelados encajes. Salió el sol y la poesía desapareció disuelta cómo un azucarillo en la prosa del mediodía. 



Después, para no perder la costumbre, hundido como voy en mis lecturas o en mis pensamientos, fue perderse. Y como otras veces, mi cabeza dura, que es reacia a retroceder, que es lo más lógico casi siempre, se empeñó en buscar un camino alternativo que se complicó, se llenó de vallas, se hizo selva infranqueable y, arrastrando, siguiendo las trochas bajo la vegetación de los jabalíes terminé al cabo de media hora por alcanzar la senda correcta. 



Y termina el fútbol y en la La Sexta  aparecen las manifestaciones que claman en las calles de España por el derecho de los ciudadanos para decidir la forma de gobierno que deseen. Los manejos del PP y del PSOE, la cúpula del PSOE, ese partido en deseada extinción, apuestan duro por hacerse lo sordos frente a las voces de la calle... como siempre of course. 

Se está haciendo tarde. He encontrado casualmente un chiringuito y aquí he echado una parte de la tarde. Es hora de salir a buscar un lugar para pasar la noche. 








2 comentarios:

Ignatius dijo...

Un abrazo vagabundo desde tierras Cátaras en el Sur de Francia.

Alberto de la Madrid dijo...

Recuerdos al Canigó. Jacinto Verdaguer escribió unos bellos versos sobre esa tierra. La misma flauta que tu tocabas en Peña Prieta entonó muchas veces un viejo tema sobre esas montañas.