Cosecha roja



Chiareggio, Italia, 1 de agosto 

Roxane y Raphael dormían  cuando abandoné nuestro lugar de acampada. Serían las seis de la mañana. Les dejé una nota junto a la tienda, en una hoja de papel cuadriculado había escrito en mayúsculas: ¡BUEN CAMINO!  El cielo estaba parcialmente cubierto. Se caminaba bien a esta hora, siempre pequeñas trochas que subían y bajaban, superando las anfructuosidades del bosque, saltando arroyos, atravesando laderas empinadas o remansándose sobre prados esponjados de agua en donde era obligado andarse con ojo para no meter la bota hasta la caña en el agua. Un accidentado sendero lleno de cascotes y barro me dejó junto al refugio Palú y su lago, donde paré a desayunar. 



Mientras la lluvia caía sobre el bosque  indiferente y monótonamente como un metrónomo que este verano se hubiera puesto en movimiento y alguien se hubiera olvidado parar, el caminante, que pacientemente atravesaba bajo las llorosas ramas de los alerces y los pinos, y que leía los últimos capítulos de Cosecha roja, de Dashiel Hammett, en la que la mafia institucionalizada de una gran ciudad,  sus capos, los mangoneadores, la policía vendida al mejor postor, los medios propiedad de un tal Wilson; decía que leyendo los últimos capítulos, no podía dejar de pensar que aquello, Cosecha roja, era no más, a excepción de los tiros y las decenas de muertos, una metáfora de lo que sucede en muchas de las grandes ciudades de España, Madrid, por ejemplo. La mafia del dinero filtrada en todas las instituciones del poder que puedan tener capacidad para incrementar sus beneficios, la policía y la fuerzas de disuasión de masas al servicio de intereses particulares, los decididores de lo que ha de hacerse, de lo que ha de permitirse o no, la mojigatería hipócrita del OPUS, esos dueños de España... que se creen; y junto a ello la firme resolución de no dejar abrir la boca al personal. La dedicación del dinero público a los bancos, la absoluta domesticación de la prensa y la televisión, la ofuscada pretensión de acallar a golpe de porra y de multas toda disidencia, podían haber servido a Hammett para escribir una novela paralela a Cosecha roja, una novela no exenta de humor por más que el drama sea el principal asunto cuando vemos cómo la insania de nuestros gobernantes se centra en desmantelar sanidad y educación pública al mismo tiempo que se destinan fondos exorbitantes a los bancos que apostaron por una gestión basada exclusivamente en la codicia. 
Vistas estas cosas desde los senderos de los lejanos valles del Bernina que me llevan a Chiareggio, el último pueblo del valle antes de saltar a Suiza, la inventora del reloj de cuco, la cosa se me aparece como de una asombrosa simplicidad. Un Pato Donald el lelo, una Cifuentes, una Aguirre, un tarado en Justicia y media docena más de listilllos coreados por un puñado de periódicos y cadenas de televisión, más unas desaforadas y enfermizas ganas de hacer dinero y ya tenemos casi todos los elementos para el relato político de la actualidad. Todo viejo como el mundo, pero de una actualidad que parece reproducirse sin solución de continuidad década tras década, siglo tras siglo.

Y todo ello contrastando curiosamente con la levedad de la vida cuya idea le surge también al caminante de entre el requiebro del sendero que a veces sube empinadas cuestas y otras serpentea por serenas laderas en donde los campos de helechos, de un verde brillante y luminoso sobre la oscura mancha del bosque adormecido, dan una nota de inusitada belleza. Levedad de la vida que, asumida en una sencillez cercana a esa que obra en la naturaleza, sugieren paz y armonía con los elementos y los hombres; algo bien diferente a eso que produce el desconocimiento de hecho de que uno ha de existir tan sólo por unos pocos años, lo que lleva a muchos a alguna clase de locura relacionada con el poder o el dinero. 



La lluvia no cesa durante todo el descenso. Las previsiones de lluvia eran para la tarde, pero se ve que aquí el tiempo va a su bola. En las cercanías de Chiareggio arrecia, se convierte en diluvio y no tarda en despertar la acostumbrada tronada. Entro en el primer albergue que me encuentro precedido por una tralla que hace retumbar el valle. Es mediodía. La continuación es una ascensión de tres o cuatro horas hasta el paso del Muretto, mil metros de desnivel más arriba, y un descenso hasta el paso de Maloja, setecientos metros de desnivel más abajo. Siete u ocho horas sin un techo por medio. Decidí quedarme en el albergue. Una ducha de agua caliente, una buena comida y una relajada tarde de lectura no hacen mal a nadie. 



La previsiones del tiempo para mañana son todavía peores. Veremos, a este paso voy a necesitar una piragua para continuar con mi travesía. 




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