Una cabaña en el bosque



Alp de Cresteira, Suiza, 6 de agosto 

Las llamas crepitan blandamente en el hueco de la chimenea. Tumbado en un banco de madera contemplo lo que me rodea, no cosas muy diferentes a las que yo ambienté en mi última novela, La edad madura, una cabaña de piedra con vigas de gruesos troncos de abeto, en un rincón dos camastros con un lecho de paja y encima un viejo colchón de gomaespuma, un armario con utensilios de cocina, un arcón cerrado con un candado, un hacha, alguna ropa de faena colgada de un clavo, una mesa rústica, y en el frente de uno de los laterales, naturalmente, la chimenea. Todo está limpio y ordenado. En un rincón la leña y algunos periódicos viejos. Cerca suena el agua de un río. La cabaña de mi novela estaba situada en los picos de Urbión por encima de Cidones, ésta en un remoto valle poco visitado de Suiza. Hacía frío así que nada más llegar encendí la chimenea, comí y cuando terminé arrimé el banco de madera al fuego y me tumbé esperando aliviar así mi dolor de espalda. 



Tuve un día malo, mi cuerpo no funcionaba bien desde el principio. Me costó siete horas superar los dos mil metros de desnivel y  recorrer los muchos kilómetros de la Val de Forcola. Tuve que parar varias veces, la espalda me chillaba como nunca, tenía la sensación de que no iba a ser capaz de llegar hasta el paso, me encontraba torpe, desvanecido, como si el cuerpo no pudiera cargar conmigo y mi impedimenta. También el macuto parecía pesarme más de lo acostumbrado, tuve que dejar de leer porque la atención se me iba a la espalda y al sufrimiento que estaba soportando. Viendo las últimas cuestas pensaba que no llegaría nunca. El  collado ya parecía estar allí tras una piedras y llegaba a ellas, aparecía otro repecho más y otro y otro. El sol pegaba fuertemente y ello hacía más penosa mi ascensión. Había cogido agua para comer algo en el paso, pero cuando al final llegué el tiempo había cambiado, se había cubierto y un desagradable viento barría el collado. Entonces aparecieron Luna y Nora dando saltos y regalándome con sus lametazos y zalamerías. Eran las perras de Fabrizio.



Qué bien se está ahora contando estas cosas junto al fuego. Atardece lentamente y en medio de la penumbra de la cabaña se respira una sensación de bienestar y alivio, la compañía del fuego es como un acogedor regazo en que me recogiera para reunir fuerzas de nuevo. Me prometo acostarme pronto para reparar fuerzas. También mis escoceduras, hacía tiempo que no me salían, empiezan a restañar después de haberlas bañado en pomada. 

Fabrizio subía sudoroso con el torso desnudo, otro solitario que pasea por el monte, éste en compañía de sus perros. Cuando le pregunto por los caminos difíciles, las cadenas y esas cosas, me dice que en situaciones asi Nora tiene que quedarse en casa, pero que Luna es como una cabra. Le propongo hacerle una foto y Luna enseguida salta junto a él y lo llena de lamentazos, pero Nora, quiá, ni se mueve, está cansada y ni levanta la cabeza cuando el amo la llama. Todavía charlamos un buen rato, antes de despedirnos nos damos un fuerte apretón de manos. En la montaña a veces son así las cosas, te encuentras con un desconocido, charlas un rato con él y cuando te vas a despedir descubres que ha nacido una simpatía entre ambos. Él vuelve a la Val di Forcola donde ha dejado el coche y yo enfilo hacia la vertiente suiza que ahora está oscura, gris, nada atractiva, como si dentro de un rato fuera a comenzar a llover. 



No tengo ninguna información de este descenso, solo una pequeña línea que se corta en la parte superior al poco de comenzar el descenso del collado. Me despisté al comprar los mapas, así que voy a ciegas de momento. Al poco de comenzar pierdo el camino que no es otra cosa que las señales blanquirrojas. Las volvería a encontrar un poco más abajo. En realidad no hay camino, hay que ir buscando las marcas una tras otra. Cuando en un momento miro la hora me sorprendo viendo que son más de las cinco, y sólo tengo el desayuno en el cuerpo desde esta mañana. 



Sería poco después de esto, cuando saliendo del bosque me encontré en medio de un prado con esta cabaña. No pensé en absoluto que estuviera abierta. Así que me llevé una agradable sorpresa cuando accioné el manubrio y vi que la puerta cedía.



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