Un ruiseñor en la madrugada





Alicante - Novelda, 13 de marzo de 2015

Las seis de la mañana. En las solitarias calles donde me he hospedado reina un silencio rural que rompe el canto de un solitario ruiseñor. Ah, los ruiseñores que tanto me acompañaron en la hora en que la noche cede gentilmente el paso al alba allá en el norte, cuando el mar y el amanecer acompañaban al peregrino que dejaba la ciudad y algún vetusto albergue a sus espaldas. La hora mágica del alba convoca los recuerdos alrededor del enamorado ruiseñor. El ruido del tráfico no tarda, sin embargo, en hacerse dueño de la mañana. Me sorprende ver a un individuo cargado con una pequeña mochila escrutando en la oscuridad de un escaparate unos anuncios de pisos. Más adelante caigo, no se trata de un negocio de pisos sino de una oficina de empleo; todo se aclara. La búsqueda de empleo, un trabajo prioritario con que comenzar el día. Los cuernos de una luna en decreciente asoman sobre los tejados. 

Mientras desayuno en un bar el cielo aclara. Voy dejando atrás la ciudad, una calle jalonada de cipreses termina por llevarme a las puertas de un cementerio. Mis pensamientos ambulantes se mezclan con lo picudos cipreses que asoman por las tapias del cementerio y terminan por recalar, vaya usted a saber por qué, en una fotografía que había visto días atrás en alguna parte. En ella aparecía Azanar y su hijo, ambos con cierto aspecto cadavérico, como atezados por el maquillaje de los empleado del tanatorio; sí, esa debía de ser la conexión. La cosa que yo había visto en algún lado hablaba del hijo, dueño parece de uno de esos fondos buitres que compran a la baja lo que sea, viviendas sociales, empresas con dificultades,  para vender después el paquete amparados en influencias políticas por un precio que triplica la inversión primera. Cementerios, buitres... Así es la vida de determinados gente, gilipollas que dedican la vida, con lo corta que ésta es, a hacer dinero, gilipollas que engendran hijos y los educan en las mismas gilipolleces en que los padres vivieron durante su vida. La gilipollez se reproduce a sí misma sin solución de continuidad, el señor Aznar y su hijo son la expresión de una enfermedad corriente entre determinada gente, imbéciles a los que toda la fuerza se les va tras las huellas del becerro de oro. Las fotos son un reclamo para la reflexión. La coherencia aglutina a la gente alrededor de unas ideas; esta mañana recuerdo otra fotografía de Aznar rodeado de sus lameculos de costumbre en la que aparecía Vargas Llosa. un hombre muy de derechas pero al que honra su carrera literaria. Paseando la vista por las tumbas no deja de incomodarme esta incongruencia,  me cuesta pensar que un hombre que ha escrito libros que admiro se codee con imbéciles de tres al cuarto como el tal Aznar. Dejo atrás montones de tumbas ornamentadas con desteñidas flores de plástico; la banalidad de los ostentosos mausoleos dejan constancia de otro aspecto de la misma historia de la que hablaba más arriba. 



Las palabras y los hechos de los hombres son como la huellas que dejan nuestros pies junto a las olas, duran el tiempo de un suspiro. 

El paisaje que uno abandona cuando se aleja de una gran ciudad no suele ser ni siquiera aproximadamente bello. las necesidades de la urbe destrozan las montañas con sus canteras, llenan de escombros los campos, los caminos, las carreteras, los trenes arrasan el paisaje. Es un amanecer deslucido en que me animo a caminar deprisa para alejarme cuanto antes de los focos de influencia que arrasan el entorno. Tras dejar a mi espalda la silueta de las montañas de Fontcalent me tomo mi primer respiro a la sombra de una encina. Me quedo en ropa de verano,  unas mallas y una camiseta. El kebab que me preparon anoche en Alicante calma mi apetito. Mi falta de entrenamiento se hace notar. 

Aprovecho para hace unas tomas a contraluz de unas umbelíferas; a su izquierda se eleva la prominencia más alta de la zona, la montaña de San Pascual de 555 metros de altitud. De allí en adelante el camino se adentra en un vistoso barranco con profundas cárcavas que termina dejándome en un alto junto a la ermita de San Pascual. A la vera del sendero, sobre las rocas, los devotos han reproducido en mosaicos versos melífluos e infantiles donde se habla de las bondades del santo y lo que hay que hacer para después de la muerte poder vivir por los siglos de los siglos en el limbo celestial. Me admira esta feligresía santil con su fe de cartón piedra adornando la ribera del camino, fe cómo si la Edad Media estuviera a la vuelta de la esquina, creyentes a los que el nuevo papa tiene que aleccionar todavía diciéndoles que lo del Génesis era un cuento y que eso de infierno tiene el aspecto de lo mismo.. 





Desde lo alto de Racó de la Sena, a cuyos pies se eleva la ermita de San Pascual, el camino se precipita hacia el llano, un paisaje de ceniza clara salpicado de almendros y olivos con una montaña a cuyos pies imagino los pueblos de Monforte del Cid y Novelda, mi fin de etapa. Antes, en Orito, haría una breve parada para tomarme un vaso de agua y una tónica. 

El encargado del albergue, Paco Serra, un hombre algo grueso con una campechanía desbordante, pasa a recogerme en coche al restaurante donde transcurre mi hora de la siesta. Un gustazo encontrarse en el camino tanto cordialidad. 

Frente a las ventanas del albergue crecen dos espigadas mimosas, el ruido del tráfico llega suave hasta la habitación donde escribo. Estoy cansado. Mi cuerpo tendrá que acostumbrarse de nuevo poco a poco al ritmo de mi ánimo. De momento, para ser el primer día no se portó nada mal. 




2 comentarios:

luisBas dijo...

¿ Que nos trae hoy el viento ¿
Son aromas de Granada
que van de aquí para allá desde la bella Alpujarra hasta el mar de Alboran.

LuisBas dijo...

animo y dejate de cementerios