Domingo de Resurrección



Albenda - Viana de Mondéjar, 5 de abril

Entrada ya la mañana, a mis espaldas, mientras me alejo de Salmerón después de desayunar en una tasca, doblan las campanas como si estuvieran convocando a miles de feligreses dispersados por el país entero. La desproporción sonora, un pueblo con apenas un bar y ningún otro negocio a la vista, suena chusca al caminante igual que le suena desproporcionada una iglesia con aspiraciones de catedral para un pueblecito perdido entre los encinares y los cultivos de cebada. El censo total del pueblo no ocuparía un mísero rincón de esta iglesia. Es algo así como destinar el monasterio de El Escorial como vivienda a una familia de cuatro miembros. Es una desproporción que se da en muchos pueblos por los que atravieso.



Una desproporción que se vive más allá también en los gestos, en las emociones que pretende suscitar toda la imaginería religiosa dispersa por la geografía que transito; cristos algo esperpénticos con los ojos desorbitados de alucinado o loco bajo el peso de la cruz; vírgenes con la cara de espanto sobre cuyos rostros resbalan lágrimas como perlas arrasando sus mejillas. Religión del dolor y del espanto a la que no cabe el rubor de esconder la intimidad del dolor como le sucedería a cualquier persona de bien, sino que la exhiben como si de un trofeo se tratara. Además, exhibir el dolor, exhibir lo que estos personajes, vírgenes y cristos "hicieron por la humanidad" me parece tan inmoral como aquel que restriega por las narices de otro un favor vital. Hay muchas cosas que no cuadran en ese propósito que siempre tuvieron los popes por acongojar a su feligresía. Deseos de dolor, pensamientos de muerte, grandiosidad, ocupar el epicentro de las cosas de los hombres... Aquello del Evangelio de que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda debería servir para restringir todo este exhibicionismo gestual. La mesura y discreción de la decoración de las mezquitas constituyen un aleccionador ejemplo.




La Semana Santa ha dado un gran salto desde hace tiempo para convertirse en gran parte en folclore, pero sirve todavía para saber dónde hunde esta religión sus raíces. Una religión que enfatiza la vida como un valle de lágrimas en vez de convertirla en gozo debería esfumarse; para dolor ya tenemos bastante con el que viene por sí solo.

Desde Salmerón el camino trepa a una amplia meseta cubierta de encinas denominada Llanos del Corral de los Cochinos, una tierra roja y arcillosa en cuyos caminos hunden sus rodadas los vehículos de labor. Tiempo para la lectura. Llama la atención como Ayn Rand, la autora de mi libro, "santifica" a la mujer  relegándola a su papel de objeto de deseo mientras por otra parte trata de concebirla en situación de igualdad. En una sociedad en donde aquélla ocupa el clásico estatus de adorno adecuado para la figura del hombre de prestigio, Ayn Rand construye un personaje femenino fuerte y sólido capaz de estar a la altura del más prestigioso de los empresarios americanos. Su dirección de una gran compañía ferroviaria es totalmente exitosa, sin embargo, cuando llega el momento de entrar en relación íntima con un hombre esta mujer olvida esa parte femenina que tan arduamente ha levantado una gran empresa para volver a adoptar el rol que la sociedad le asigna en la pareja como mujer. El hombre, otro gran empresario, vuelve a ocupar la posición dominante mientras que ella asume el papel de adorada criatura a disposición del amor de su vida. La novela pertenece a los años cincuenta del pasado siglo, un tiempo en que la lucha por la igualdad de la mujer estaba en apogeo. Leyendo este libro en la distancia de más de medio siglo después uno tiene la sensación de que esa lucha de la mujer acaso sí era asumida desde el plano laboral o de las relaciones sociales, pero que en absoluto se asumía todavía como una igualdad dentro de la pareja, donde sigue desempeñando un papel de sumisión y a la vez de adorado ser angelical del que en algún momento se enamorará un hombre. La liberación de la mujer y el desempeño del rol que ésta asume en su condición de ser endiosado por el trastocado deseo de algún hombre presenta una dicotomía todavía difícil de resolver.




Parece mentira que siendo para el caminante los días tan parecidos, lo que hace, los paisajes que atraviesa, sus hábitos, pueda a su vez un día como hoy ser tan diferente. El descansado caminar de esta mañana entre las lomas pobladas de encinas sumido en el rumor permanente de las palabras de un libro como música de arroyo que te acompañará junto al sendero, tiene hoy la facultad de no hacer aflorar mi cansancio después de una trotada de treinta kilómetros. Ni siquiera me digno a mirar la hora o ver los kilómetros que me faltan. Es un caminar rápido y concentrado que parece no dejará resquicio para esas minucias del cansancio o la fatiga. Cuando algo ocupa tu espíritu con fuerza es como si les cogiera distraídos a los sensores de tu cuerpo que se ocupan del hambre, la sed o el cansancio. Distraer al cuerpo con una actividad apasionante y envolvente es una buena manera de hacerle olvidar otras prioridades que de seguro te darían la lata en otras circunstancias.

¿Piensas existir sin trabajos mi metas?, le dice un personaje a un empresario que arroja la toalla abandonando el negocio ante las dificultades que se encuentra delante. Estaba ya a la vista de Viana de Mondéjar y suspendí la lectura en este punto.  "¿Piensas existir sin trabajos mi metas?" Podía ser un buen punto de reflexión. Subí las últimas cuestas pensando en ello.



Viana de Mondéjar es un pueblo chiquito subido a lo alto de un cerro. No tiene tienda ni lugar para comer pero se enorgullece de haber construido recientemente el mejor albergue que hasta ahora he visitado en esta Ruta de la Lana.




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